Cómplices

La anciana entró al banco con su hermosa gata blanca en brazos, ayudada por su chofer.

—Disculpe, señora, no puede entrar con animales. —le reclamó el portero.

—Ella es imprescindible para la operación que voy a realizar. ¡Llame al gerente, por favor! —exigió la mujer.

Se le avisó de la situación al ejecutivo y éste, solícito, las hizo pasar de inmediato a su despacho.

—Queremos hacer un retiro en una cuenta mancomunada que tenemos Mimí y yo. -explicó la mujer.

El hombre revisó el documento y le explicó amablemente:

—Es imposible retirar dinero sin la firma de ambas.

La anciana no se amilanó. Puso la gata sobre el escritorio y le ordenó, señalando con un dedo:

—¡Firma aquí, Mimí!

La felina tomó el lapicero entre sus patas delanteras y con una agilidad pasmosa hizo su rubrica en el lugar indicado, ante el asombro del hombre, quien comparó y aceptó como correcta la firma. Entonces ordenó a la cajera que les entregara del monto solicitado.

Terminada la transacción, retornaron al vehículo acompañadas del fiel conductor que las acomodó en el asiento trasero, donde la patrona se dedicó a acariciar el blanco pelo de la gata, hundida en el mullido sillón.

—¿Todo salió bien? -preguntó el chofer.

—¡Perfectamente! Tenemos el dinero. Podemos salir mañana mismo a disfrutar las vacaciones ¡Y ya conseguí el permiso con la gente del circo! –comentó eufórica la gata.

Alberto Vásquez.