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Nos estábamos olvidando de las nuevas generaciones a base de vanidad sobre la propia. Aquella contienda no podía traer más que un desgaste que posiblemente fuera el objetivo de quienes lo veían desde fuera. Incluso puede ser que fuera ficticia aquella lucha y que sólo anduviera en mi cabeza. Lo más seguro: una batalla a pulsión de presión atmosférica. Aquel sol de fines de mayo incidía perpendicular aún sobre las cabezas y era de esperar que la imaginación volara a cimas más altas en la canícula agosteña. Molinos que serían gigantes nos aguardaban, pero qué podíamos hacer que no fuera permanecer a la sombra como las ratas.
Pronto la infancia se desharía de sus obligaciones escolares y el suelo patrio se llenaría de itinerancia. Y era esa generación la que estaba siendo objeto de olvido. Aquellos niños rehenes, muchas veces, de las ambiciones de los padres, serían un día adultos y de sus actuaciones dependeríamos los que entonces seamos ancianos. Aquella generación de mochila a la espalda y espíritu crítico desharía nuestras contradicciones y a su vez crearía las propias. Pero era menester que éstas no fueran de consideración y para ello no deberíamos echarlos en el rincón del olvido. Con su vocecilla fina y aquella confianza auténtica en nosotros no podían ser arrinconados en cualquier sitio como trasto que no sirve. Y era cierto, nuestra infancia es ese recordatorio moral constante de que el género humano tiene un lugar sobre la Tierra.
La mía, particularmente, había discurrido en la libertad de los campos. Aquella precocidad laboral mía me permitió conocer algo los secretos de la naturaleza y sobre todo me había legado el amor y el respeto a la misma. No necesitaba uno en los momentos difíciles más que su contemplación serena. Había descubierto recientemente que los espectáculos que nos brinda, que entran dentro de los espontaneo, acabarán siendo un lujo, con el tiempo, de lo más preciado. Aquella algazara juvenil había desaparecido y la soledad se había introducido, más que como concepto, pero entonces y ahora encontraba uno cobijo en aquellos espacios abiertos y entre aquella fauna que decía tanto de nosotros mismos. Un día era el sagaz zorro, otro el búho de mirada hipnotizadora, los conejos, liebres y perdices de continuo, y siempre había una sorpresa entre los campos de cultivo y las matas de la pedriza. Poco a poco me había hecho acreedor del respeto y la consideración de la fauna. Mismamente el gato del corral a base de bandejas de leche y restos de comida, me había ido haciendo un lugar en su corazón, o, al menos, eso creía uno.
Con aquellos ojos con el iris vertical, como no podía ser de otra manera en un gato, me estaba empezando a mirar con cierta curiosidad y ya no tanto como un peligro potencial. Y anteriormente huía y ahora sólo me lanzaba esa amenaza felina, que en un tigre debe de helar la sangre, pero que en un gato resulta gratificante. Gratificante en tanto no venga acompañada de una acometida real, se entiende.
Había observado que durante el invierno desaparecía de los tejados. A los gatos, tenía uno entendido, no les gustaba demasiado el frío. Ni a los gatos ni a los humanos, excepción hecha de los esquimales que parecen estar a sus anchas entre el hielo. Quizá el que andaba un poco por el corral era uno.
Durante la estación fría a estas horas de la tarde en que escribo estas notas biográficas ya oscurece y el termómetro, que algunos días parece olvidar que hay mercurio por encima de los cinco grados, te hacen mohíno y encogido.
De nuevo teníamos encima el buen tiempo. O debajo, que en estas cosas no se sabe nunca bien. Pronto se echarían también encima las fiestas patronales con su secuela de accidentes de tráfico previos y demás. Y los incendios forestales vendrían a protagonizar las cabeceras de los telediarios. En definitiva, poco nuevo bajo el sol. Tenía uno en programación terminar estas hojas, que se venían demorando una y otra vez y postergando en un futuro incierto y aplazado. Dotar de contenido unas y otras cosas; sólo dotar de contenido.

Texto agregado el 17-11-2017, y leído por 58 visitantes. (0 votos)


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