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Aquel día no era uno cualquiera. Era, nada más y nada menos, que el día de la noche de Walpurgis. Aquella noche, a diferencia de todas las noches, el terror, desde el castillo, se extendía sobre toda la villa y era, más seguro que de que hemos de morir, que una doncella desapareciera para siempre arrebatada de sus padres poco antes de recibir la dote. No había autoridad que pudiera frenar esta costumbre. Al poco aparecía exangüe en la ribera del río.
Se había hablado muy a menudo de unirse para cortar este abuso, pero nadie se había atrevido finalmente a mover una mano. Se esperaba como una lotería que no le tocara a cada cual aquella pérdida sentimental y lacerante. El resto del año se vivía con satisfacción, pero cuando se acercaba la noche de Walpurgis el terror se extendía sobre la villa. Daba igual que se cerraran las puertas y que se tomaran todas las precauciones posibles. A la mañana siguiente el lecho de la doncella elegida aparecía vacío.
Se habían elevado quejas al intendente general de la provincia y se había amenazado con incendiar el castillo, pero nadie había dado el primer paso y desde hacían lustros aquella noche era el preludio de la muerte de una doncella.
Aparecían sus restos con aquella serenidad en la cara, pero dentro sólo había un cuerpo muerto. Era el tributo del vampiro: la gabela de los señores de la guerra. |
Texto agregado el 16-11-2017, y leído por 70
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Lectores Opinan |
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16-11-2017 |
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Me ha gustado el cuento. Un cuento corto pero que està bien estructurado y que cuenta una historia en pocas palabras y lo hace muy bien. DELL |
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