Si hay algo que Javier hace es amar. Él ama con locura, con pasión, ama incluso más allá de su propio entendimiento. Ama el milagro de estar vivo, también la sensación del agua al tocar sus pies. Ama las conversaciones largas, los días moderadamente soleados, las coincidencias y los caminos largos. Javier ama hasta las cosas que no le gustan.
Sin embargo, Javier no es feliz.
Por ser tan bueno siempre intentan agarrarlo de huevón, él no entiende porqué.
¿Será ese el precio de ser bueno? Tampoco entiende por qué las personas que lo rodean necesitan tanto la aprobación de los demás, sentirse aceptados. Él nunca fue aceptado y nunca le importó, siempre había algún motivo por el cual no encajaba entre las personas que lo rodeaban. ¿Será su forma de vestir? ¿O acaso es por su forma de pensar? ¿Tal vez sea porque no sabe jugar fútbol? ¿O porque nunca le interesó entrar al juego de los que aparentan?
¿Será que siempre tiene una sonrisa para quien no merezca su cara seca?
Y si, Javier también se molesta, se molesta consigo mismo por no ser feliz… y es que la felicidad nunca le fue tan complicada. Solo hacía falta un lápiz, un papel y un lugar donde vivir tranquilo. Claro que dicho así suena muy fácil, el problema está en conseguirlo.
Javier tampoco entiende las expectativas de las personas más cercanas. ¿Por qué esperan tanto de él? Vamos, hay mejores caballos por los que apostar. Todos creen saber lo que es mejor para él… esperan que haga grandes cosas, que tenga ciertas actitudes, que responda como ellos esperan. Nada de eso va a pasar.
Ama a sus familiares pero no los entiende, o ellos no lo entienden. ¿Realmente alguien llega a entender del todo a otra persona en algún momento? Todos mienten y guardan secretos. Algunos incluso se mienten a sí mismos.
Javier ama a pesar que nadie lo respeta, ni quienes considera sus amigos lo hacen. Ama a pesar de no ser amado, a pesar del pesar que carga sobre sus hombros, una mochila con un equipaje complicado: promesas, consejos, amores, preguntas, ideas… el luto constante.
A veces solo no entiende nada y se frustra, corre, grita, llora, golpea las paredes. Otras veces, se embriaga, se droga, escapa y se pierde entre las sombras de su propia luz.
Pero, a pesar de todo esto, Javier ama.
No hay otra salida para un tipo tan contemplativo como él, morirá como Kobain… de sentimiento.