La vida se cuantifica por los muertos que acumulamos.
No había nacido yo y ya se habían muerto mi abuelo paterno, ni sé aún por qué enfermedad nos abandonó a los 33 años de edad, y materno, de un cáncer de pulmón, a los que consecuentemente ni llegué a conocer pues fallecieron jóvenes.
Aún registro en mi memoria el féretro blanco y diminuto de mi primer muerto: un primo bebé muerto a los pocos días de nacer, lo cual me hizo ver que la muerte es impía.
Mi padre, cuyo fallecimiento me robó la infancia, nos dejó por sorpresa cuando un árbol cruel le segó la vida en un octubre aciago.Tenía yo diez años y él, 36.
Con él aprendíl a medir el tiempo en el reloj, me ayudaba con mis deberes escolares y me enseñó el valor de la prudencia.Mi madre quedó sumida en una profunda depresión al perder , tan joven, a su marido.
Mi abuela materna murió cuando yo tenía 22 o 23 años. La materna se enfrentó a la Parca algo más tarde, a los 82 años de edad.Ambas murieron de mayores, lo que no restó a su viaje definitivo un ápice de dolor pues tanto las quería...
Ambas destacaron por su infinita bondad.
Luego tuvimos que enfrentarnos a la muerte cruel de mi padrastro, un hombre bueno que malvivió los últimos años de su vida en la bruma del alzhéimer.
Después llegó la muerte fortuita en accidente del tío Antonio, que se cayó del tejado cuando intentaba solucionar una molesta gotera.Nadie creía que hubiera muerto en su casa, cuando tantas veces se jugó la vida al volante, amante de la velocidad como era.
El tío Eugenio es nuestro fallecido más reciente. Nos abandonó en abril , devorado por los dolores de un cáncer de huesos con numerosas metástasis.Llevaba siete años jubilado en España, cuatro de los cuales los malvivió en la enfermedad.
Desde que nacemos vivimos muerte pues tan corto es el trayecto que va de la cuna a la sepultura...
Este pensamiento tan quevedesco incide en que nada más nacer ya estamos desviviéndonos. Pero igualmente nos desvivimos con cada una de esas muertes de familiares, amigos, vecinos...
Según crecemos, nuestra vida es más un rosario de muertes, un rosario de lutos. Nuestra vida es más un obituario.
Y más muertes acumulamos, más presos estamos de nuestra propia finitud.
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