Cuando por fin llegó a cierta conclusión( esto de la vida no es más que llegar a conclusiones), se dio cuenta de que todo lo que precisaba en el mundo estaba en aquella habitación.
Se preguntó entonces- ante tanto dispendio solitario- si al otro lado de la calle había alguien igual. Y también concluyó: que eso eran fantasmagorías suyas.
¿ Y otro mundo? Habrá otro mundo igual- se planteaba.
Tampoco( era una intuición). Su intuición.
Una intuición tan ilusoria como la de que detrás de aquella ventana que se atisbaba al otro lado de la calle, hubiera alguien con los mismos planteamientos, anhelos y dificultades.
Y no había que llegar a tanto: la misma posibilidad de que, no ya lo anterior- sino sólo que hubiera alguien. Se propuso un juego a sí mismo. Si había alguien en tesituras parecidas a las suyas, había también otro mundo gemelo al nuestro. De haber alguien- en otras circunstancias- habría mundo, pero sólo vida exterior, nada de clones. Y, en tercer lugar, si sólo una difusa oquedad en la pared- un remedo de ventana- el sólo preguntárselo- sobre la vida ultraterraquea- era un error.
Pero, por otro lado, cómo saberlo( la presencia de alguien, con todos sus corolarios y consecuencias). De haberlo, habría de ser un ciego o un ahorrativo- esto último hasta decir no más.
Un poco más tarde, cayó una capa de silencio sobre toda la población. Desde su atalaya se observaba cómo se iba echando- sobre el día- encima la noche.
Las casas sobre el horizonte hacían sombras chinescas en el cielo a la puesta de sol.
En la naturaleza había tanta belleza que no le extrañó que por apropiársela hubiera guerras.

(Y lo publicó en una página de internet de lecturas recíprocas).
Desde la difusa oquedad del otro lado de la calle al poco tiempo apareció un foco de luz, justo en el mismo instante en que le llovieron en el aparato cinco estrellas.