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LA ENREDEADERA

No supe de su presencia hasta bien entrada la semana de estar en esta nueva casa, y no fue por distracción que no la observé, sino por indiferencia, la que uno sostiene con el correr del tiempo, cuando ya son pocas las cosas que verdaderamente importan. Pero ahí estaba, como colgada del balcón, simulando un suicidio que nunca llegara, bordeando el límite de mis sentidos.
La descubrí de casualidad cuando terminé de acomodar los últimos pertrechos, y despejé la ventana que daba al balcón. Venía trepando desde el piso de abajo, silente y tersa; era curioso, porque yo estaba seguro que no la había registrado cuando me decidí por este departamento; lo juraría, pero no lo podía afirmar.
Pero, ¿qué importancia podía tener una simple enredadera, la que, quiérase o no, adornaba el triste balcón, dándole un marco más natural y verde a la desolada vista del contra frente? Ninguna, sin embargo llamaba mi atención a cada instante, sobre todo cuando era visitada a la tarde por insectos y pájaros, cuando el sol se escondía en silencio detrás de los edificios.
Vivir en un mono ambiente tenía sus ventajas, era como la extensión de mi propio cuerpo; todas las cosas sucedían en un mismo lugar y simultáneamente y eso me simplificaba las cosas. El living, el dormitorio y la cocina eran un mismo ente. Si ordenaba y limpiaba el living, significaba que el dormitorio lo estaría también. Pero no habitaba solo y eso lo fui asimilando con los días; y era por ella, por la enredadera, la que crecía rápidamente, la que me sacaba la luz del sol, la que seducía a insectos y pájaros para devorarlos y luego devolverlos al aire fresco.
Crecía precipitadamente y lo hacía en todos los sentidos, inclusive sobre el piso del balcón, dificultando mi circulación. No quería lastimarla ni ultrajarla, así que simplemente agarré uno de sus brazos y lo enlacé a uno de los barrotes del balcón. Esto la disgustó sobre manera, lo intuí por sus extraños movimientos que se desencadenaron sobre sus hojas. Al otro día misteriosamente volvió a su lugar, pero no me asustó, se sabe ya que las enredaderas siguen el patrón de la luz solar.
A los pocos días, después de una larga velada, llegué a mi casa a la noche y cuando entré, no pude creer lo que vieron mis ojos. La enredadera se había apoderado de casi todo el mono ambiente avanzando por paredes y techo, convirtiendo al departamento en una selva tropical. Faltaban solo los monos y las serpientes, sus tentáculos se multiplicaban por doquier a contramano de la luz Me dispuse enseguida a recortar todo lo que pude sin lastimarla demasiado, tratando de liberar las zonas que necesitaba para vivir, pero dejándole algunos espacios vitales para ella. Le admití desarrollarse en las zonas que más le gustaban, como el balcón y el techo y creo me lo agradeció.
Una mañana calurosa de esas insoportables, sentí como un cosquilleo en los pies; me asusté creyendo que era un ratón, pero cuando observé hacia mis pies la vi a ella, abalanzándose sobre mis dedos con dudosas intenciones. Me enojé y ella retrocedió acurrucándose como un perrito sobre una de las esquinas. Intuí que estaba por pedirme alguna cosa y fue ahí que lo recordé: le faltaba agua. El calor la había agobiado y si no fuera por mí, ya estaría muerta. Al vecino de abajo poco y nada le importaba la enredadera; la tenía descuidada y era por eso que ella se había instalado conmigo.
La convivencia se hizo durante un tiempo muy amena, ella respetaba mis espacios y yo los de ella. Si esto no era así, yo se lo hacía saber, cortándole alguna hoja o simplemente arrancándole un brazo indiscreto; sin embargo, esto me trajo algunos problemas porque, sin saber cuál era el verdadero mecanismo biológico, luego de la extirpación le nacía un retoño más fuerte que el anterior, con hojas más grandes y tallos más duros y lo que era peor, crecía más rápidamente.
El colmo fue una tarde que yo volví de mi trabajo. Quise abrir la puerta pero había algo que me lo impidió. Era la enredadera que se había apoderado de mi casa, había aprovechado mi ausencia para invadir todo el espacio. Entré cortando algunas ramas con mi navaja y empujando con la puerta los brazos asidos al piso. Percibí que estaba enojada por alguna cosa que no entendía cual era; según mi buen parecer estaba bien alimentada y tenía la libertad de hacer lo que quisiera. Hasta le permití, para evitar conflictos innecesarios, ingresar al baño, a la heladera e inclusive a los placares.
Pero quería más y más, no se conformaba con ocupar todos los espacios del mono ambiente, venia por todo y ese todo, luego lo comprendí, era yo, y lo estaba logrando con éxito. Comenzó ocupando mis espacios a lo largo y ancho del departamento, a tal punto de que ya no pude casi moverme; me atrapó y me sujetó al piso con sus fuertes brazos; difícilmente podía alimentarme y hacer mis necesidades. Me dejó una mano y una pierna libres, con la cual podía realizar algunos movimientos básicos que me permitieron sobrevivir algunos días, pero no muchos, porque llegó un momento en que ya no pude hacer nada.
Con gran inteligencia me mantuvo sujetado lejos de la heladera y de la puerta; con gran inteligencia se encargo de ir devorando primero mis cuerdas vocales, luego los miembros, para por fin devorar mis órganos vitales. De pronto, un hilo de esperanza surgió detrás de la puerta, eran ruidos como de pasos y de gente hablando, ¿serian los vecinos que venían por mi rescate? pensé; al rato alguien preguntó si estaba todo bien pero yo no podía hablar, estaba agonizando y no tenia cuerdas vocales.
Siento entonces que trataron de abrir la puerta, primero con una llave, luego con golpes de puño, pero nada aconteció. Hasta que al fin vi, después de un largo y misterioso silencio, que debajo de la puerta surgieron como de la nada, brazos y tentáculos teñidos de rojo que lentamente se dirigían hacia mí.











Texto agregado el 10-11-2017, y leído por 218 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
10-11-2017 D: Atrapante historia. Me gustó, no es común. sofi_al
 
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