El pueblo invocó a Dios para acabar con la tiranía de un hombre malvado. Le pedían que use todo su poder para eliminarlo, a él y a todos sus secuaces. Pero el tirano se apoyó en el diablo para hacer creer al pueblo que Dios estaba con él y que, a través de él, daría muerte a todo aquel que se le enfrentase.

Con el tiempo el poderoso hombre convenció al pueblo que, quienes se sublevaban estaban movidos por el diablo. Lo cual además se hizo carne en el pueblo, al ver que Dios no levantaba ni un dedo contra el tirano. Y de tanto repetirse la consigna: "nosotros somos lo buenos, ellos son los malos", la gente acabó creyendo esa "verdad".

Una vez que hubo aplacado la ira de pueblo, el tirano presidente se dedicó a satanizar a los revelados, y con el tiempo fue común explicar que el presidente tenía el favor divino, que su triunfo fue el triunfo de Dios, del pueblo y de la democracia, y que el diablo obraba en los enemigos de la patria.

Y no es que hubiera dios ni diablo, es que, simplemente, la historia la escriben los vencedores, y ellos deciden quién es dios y quien es el diablo.