Cuando desperté esa mañana me sentí distinto. Me levanté de la cama, abrí la ventana y salté desde aquél décimo piso. Mientras caía extendí mis brazos, cerré los ojos y liberé mi imaginación.
Empecé a volar.
Me sentí como si fuese un pequeño gorrión que, por primera vez, toma coraje y salta del nido. El viento golpeaba en mi cara, cada vez con más fuerza. Desde la calle, la gente gritaba. Fueron segundos que parecieron años.
De repente amé la vida y sentí la necesidad de seguir viviendo y de cumplir mis sueños. Siempre había soñado ser escritor. Escribir una gran novela, ser famoso y que la gente me ame. Pero entonces abrí los ojos y recordé que ya era tarde para eso.
Un sonido de huesos rotos, un intento de gemido, la sirena de una ambulancia y el fin de una historia.