El Hombre, en apariencia inocente, ha sido expulsado de la naturaleza en que cómodamente paseaba, libre y sin mayores preocupaciones; y sus capacidades cognitivas más desarrolladas han sido la causa. Ahora mira al mundo de manera distinta. Todo lo atrae. Todo lo inquieta. Quiere algo, pero no sabe qué. Entender es un término que desconoce. Confuso e impávido, el Hombre no es más feliz ni más sabio. Todo lo contrario: sufre. Lo que contempla lo asombra: el mundo es inmenso. Y él: diminuto, frágil. Está aterrado. Un extraño universo lo ha hecho presa impidiéndole ser uno nuevamente con su entorno. El ser humano lucha tratando escapar a este sino. No puede. Sus capacidades cognoscitivas más desarrolladas lo impiden. Entonces el hombre golpea desesperado estas capacidades y las horada sin darse cuenta, desencadenando una idea tras otra hasta formar una Idea Única, que lo ciega, pero a la vez tranquiliza: la Idea configura el mundo perdido. Entonces el hombre toma rápidamente esta idea y la coloca en lo alto. Temeroso de perderla, la venera con fruición. Desde entonces, en forma ritual, comprensiblemente, el hombre goza, mirando hacia arriba, pero sufre, viviendo aquí abajo.