Fue hace ya cotorce años y ocurrió en la única parte de mi casa que tiene el piso de mosaicos: la cocina. Y los convocados no tenían nada que ver con la fecha festejada. Era, simplemente, una mezcla de oportunismo e imitación, ya que revisando bien la historia del hecho conmemorado, lo que cabría sería llorar de impotencia.
Conclusión que saldría de imaginarnos que llegamos a una tierra, huyendo de la nuestra porque allá se nos negaban ciertas libertades, y que somos recibidos con algarabías y una comilona. Pero, luego, matamos esas gentes y nos les quedamos con el país. Entonces, unos cuantos siglos más tarde, comemos y bailamos dando gracias por el recibimiento de que fuimos objetos.
Dije antes que los convocados, obviamente, sólo andaban detrás del contagioso ritmo de la bachata, del asincopado merengue, del ron y la cena. Y de ése inocultable malestar que propicia la adolescencia en contra de los padres, abuelos y tíos. Estaba rodeado por hijos, sobrinos y sobrinos políticos, y la conversación era empujada hacia el más ínfimo plano. Sobre todo, por la inclinación de creer que el uso del idioma nacional, empequeñece al padre que es diestro en el propio.
Y el malestar se enriquece con la presunción de que el universo clasifica los seres por edades. Haciéndonos sentir cómo anclados en el pasado. Sin embargo no hay dos mundos; es 'uno' y mientras vivas, tú estás en él. Y cuando mueras, más adentro estás y menos opuesto a sus constantes giros, y al proceso incontenible de transformación y evolución. Porque si la tierra gira sin parar hacia el Éste, ya no me moveré en otra dirección ni me negaré a participar en la producción de otras formas de vidas.
Con ésa confrontación dándome vueltas en la cabeza, sonó el primer merengue. Y dos tapas de botellas de ron habían volado de sus sitios y no, por la presión, brotada de las dos pailas de sancocho con las siete carnes, que cási caminaban sobre la estufa. Mientras, que el 'paseo' de la pieza musical, daba paso al 'jaleo', los jóvenes que se comían lo mejor de los dos mundos, llenaron la 'pista'. Luego, vino el 'reguetón' y el 'perréo' y, ¡ óle la gracia de los dueños del globo!
Más tarde, después de agotadas todas las posibilidades del ambiente, pareció abrirse 'un espacio' para los desfasados. Instante que una cuñada aprovechó para halarme a bailar. A lo que a 'regañadientes', accedí. Sin embargo, y al no ser un ausente de 'mí mundo', comenzaron a salir los jueguitos de piernas que la bachata exige. Pero un alarido de un 'sobrino' rasgó el hechizo: ¡ Tío, así se bailaba antes !
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