MUERTE DE UN ROBLE
(2009)
El centenario roble, se erguía con su tronco torcido al frente de nuestra casa. En la bifurcación principal tenia un gran hoyo que delataba que estaba podrido internamente justo donde se originaba la rama principal, que se extendía amenazante, dando la impresión de que en cualquier momento se quebraría y caería estruendosa sobre la casa.
La corteza dejaba ver el mal estado en que se encontraba, desprendiéndose en trozos que poco a poco dejaban a luz la desnudez de su deteriorado tronco.
Por mas de un año se habían estado haciendo gestiones y trámites para tratar de conseguir que las autoridades de la ciudad lo mandaran a cortar, pero todo había sido inútil y el coloso enfermo, seguía allí, floreciendo abundantemente en cada primavera, ofreciendo una reposada y amplia sombra durante el verano y dejando caer millares de hojas cada otoño, aunque siempre con la incertidumbre de que se podría derrumbar en cualquier momento.
Después de dar algunas vueltas en la cama, supe que ya no podría dormir más, e instintivamente mire el reloj. Eran las 4:02 de la madrugada.
Acomodé las almohadas y tome el libro de cabecera, Una Vida, y me instalé cómodamente a leer.
Cerca de las siete de la mañana me levanté y entré al baño para tomar una prolongada ducha para tratar de borrar los vestigios del desvelo.
Bajo el agua escuché el timbre de la puerta y un minuto después mi esposa entró al baño y me dijo: -Apúrate, vienen a cortar el árbol-.
Pronto, escuché el sonido de las cierras que empezaron a talar una a una las ramas del viejo árbol.
Casi inmediatamente se oyó el timbre de mi celular, que sonó hasta agotarse, pues mi esposa estaba afuera en el corte del árbol.
Antes de cerrar la llave del agua, sonó el timbre del teléfono de la casa y entonces tuve un devastador presentimiento. El timbre del teléfono y el corte del árbol simultáneos, solo podrían traer un mal presagio, como cuando vuela una mariposa negra al abrir una puerta.
Tan pronto salí de la ducha, escuché los mensajes dejados en los teléfonos y entonces supe que el presentimiento tenia fundamento. Me pedían que me comunique de urgencia a mi casa en Bogotá.
Entre los incisivos sonidos de las motosierras y un extraño nudo en la garganta, me confirmaron que otro viejo roble, finalmente había caído. Mi madre, a los noventa años de edad, había fallecido a las 4:30 de la mañana.
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