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Animal Instinct (The Cranberries)

El último mes de clases no fue el mejor que Jazmín pudo recordar. Sin su mejor amigo se sentía un poco más sola. Podía juntase con un grupo de mujeres que se hacían llamar "independientes", aunque realmente fueran unas chicas mimadas y creídas. Se juntaba con ellas para sentirse normal, o para no ser motivo de rumores escandalosos. Uno de ellos, sin duda el único verdadero, es el que afirmaba que tenía un humor del demonio.
Pero le gustaba escuchar este rumor, pues la hacía sentir más fuerte. Al menos era verdad.
Este grupo de amigas con el que, después de alejarse de Emilio, pasó mucho más tiempo, empezaron a preguntarle sobre su alejamiento. Ella respondió que, simplemente, su amistad se fue perdiendo gradualmente, ya que ella quería enfocarse al estudio, y él también.
Sin embargo, se llevó una sorpresa cuando ellas la desmintieron. Al parecer Emilio era conocido por su obsesión con su mejor amiga Jazmín. Todos, al menos en el aula, sabían que a Emilio le gustaba Jazmín.
Dos días después, cuando, de incógnito, fue a hablar con los amigos más cercanos de Emilio, descubrió que su ex compañero llevaba semanas planeando y hablando sobre cómo iba a confesarle su amor por ella.
Todos, o la mayoría en su grupo, sabía que Emilio estaba buscando el valor para decirle, y muchos le daban ánimos, pero también le advirtieron que aunque no conocían a Jazmín, sabían con seguridad que ella lo rechazaría.
No podía ignorar que se sentía culpable por haberle hecho a su amigo lo que todos esperaban que hiciera. Pero se sintió peor de pensar que podía llegar a ser tan predecible. Esto la mantuvo de mal humor durante la mayor parte del día.
Cuando por fin, luego de un pesado día, llegó a su casa, se encontró con que sus tíos la esperaban. Contando los días anteriores, habían sido casi tres semanas en el mes en las que llegaban hasta muy noche.
Comieron juntos, en silencio. Como siempre, Jazmín se iba a hacer la tarea en su cuarto, en la comodidad de su cama, nunca en la mesa del comedor.
Pero ese día sus tíos le dijeron que fuese a hacerla sentada en el comedor. Ella obedeció. Sus tíos tenían que hablar con ella y ese era el momento perfecto, al menos para ellos.
-Vamos a mudarnos, Jazmín -le dijo su tía cuando se hubieron sentado a la mesa todos y sintió que estaban relajados. Susana, la tía de Jazmín, era característico en ella el ser directa en cuestiones importantes.
-Tu tío está teniendo problemas en su trabajo -continuó su tía-, problemas de dinero. Sólo estábamos esperando a que el ciclo escolar terminara y nos iremos. Ya tenemos una mudanza segura. Hemos estado investigando y parece que las casas por allá están baratas. También hay escuelas para ti.
Jazmín no habló. Miraba la mesa sin saber qué hacer. ¿Qué cara debía poner?
-Nos vamos en dos semanas, Jaz. Ve preparando tus cosas: tira lo que no te sirva, separa lo que uses a diario, y sólo deja tus útiles escolares afuera. Iremos trayendo cajas para empezar a empacar.
-¿Ya me puedo ir? -fue lo único que dijo.
-Ya puedes irte.
-¿No vas a decir nada? -le preguntó su tío- ¿Qué opinas tú de esto?
-El viaje ya está arreglado, no tengo nada que opinar.
-Sabemos que vas a extrañar a tus amigos, Jaz, pero fue la única solución que encontramos a este problema. Debo mucho dinero que no puedo pagar y...
-Yo no estoy reclamando -dijo Jazmín. A pesar de su personalidad, podía calmar su mal humor con sus tíos, pues eran las únicas personas con las que se controlaba. Aunque "controlar" no es la palabra que deba usarse. Más bien podría decirse que, simplemente, no sentía mal humor con sus tíos.
Le gustaba pensar que ellos eran su cura. Esa cura natural que la hacía sentirse mejor. Puede que su familia no fuera la perfecta y fuese poco común, pero se sentía a gusto y muy feliz con lo que tenía. Y mientras fuera feliz, no le importaba nada más.
-No tengo amigos como para sentirme mal cuando nos vayamos -continuó Jazmín-. No importa, si saben que es lo correcto, por mí no importa.
Se sintió bien por eso. Sabía que les hacía más fácil el esfuerzo a sus tíos.
-Muy buen, Jaz -dijo su tía-, que bueno que seas madura y entiendas esta situación. Somos conscientes de que te afecta aunque no quieras decirnos. No podemos recompensarte como quisiéramos...
-No estoy pidiendo nada -la interrumpió Jazmín.
-Bueno... -continuó su tía- Aun así queremos pedirte que veas a tu mamá una última vez antes de irnos.
-¿Cuándo? -dijo Jazmín luego de una breve pausa en la que volvió a bajar la mirada hacia la mesa.
-Todavía no lo sabemos. Es muy probable que el mismo día que nos vayamos.
-Está bien -dijo Jazmín tras suspirar con fuerza.
-Gracias por entenderlo, Jaz -le dijo su tío.
Jazmín asintió y se fue a su cuarto. Necesitaba pensar cómo eso sería un cambio positivo.
Dejó la tarea de lado, dejó la guitarra para otro día, evitando siempre pensar que le afectaba. Se preguntó cuántas cosas le afectaban de verdad y eludía pensar en ello, aparentando que no sentía nada.
Pasó su última semana de clases en penumbra, distraída, mirando al cielo por la ventana, pensando en la próxima canción que escribiría. Ya tenía un tono. Faltaba lo demás, y faltaba la letra. ¿De qué hablaría esta vez?
Se preocupó un poco por los exámenes, pues no puso la suficiente atención a ellos. Pensaba en... Realmente ni siquiera sabía por qué divagaba tanto.
A veces se preocupaba demasiado por la visita de su mamá, pero tampoco era consciente de por qué. A Jazmín le daba igual si su madre se preocupaba por ella. Era esto por lo que en verdad estaba angustiada: si le daba igual lo que pasara ese día ¿por qué pensaba en ello?
Sólo faltaba esperar a que llegara el día, ya después vería que hacer.

. . .

Por dos semanas más estuvieron empacando. El camión de la mudanza llegó un día después de la visita de la mamá de Jazmín.
Tres días antes, Susana, la tía de Jazmín, habló con su hermanastra Eva para arreglar la visita con ellos. Aprovechó para que se despidiera de su hija.
Jazmín no tardó ni un minuto en el teléfono, y cuando su tía le preguntó la razón, ella respondió:
-Así ha sido siempre.
El día del encuentro esperaron a Eva cerca del lugar en donde contrataron la mudanza. Era una estación de autobuses, la menos concurrida de la zona, por lo que era ideal para hablar sin interrupciones de tiempo o espacio.
Eva llegó en un Mini Cooper azul que manejaba su esposo. Vestía con simpleza: el auto era una falsa apariencia.
Hasta la fecha, Jazmín seguía sin saber en qué trabajaban sus padres. Le quedaba claro que el Mini Cooper lo había comprado su padre. Si se lo había regalado a Eva o sólo lo compartían, era algo que ignoraba.
Cuando bajó del coche, Eva saludó a Susana agitando la mano desde lo lejos. Franco bajó poco después. Susana y Miguel saludaron a ambos.
Miguel le invitó algo de tomar a Franco.
-No te molestes, mejor yo te invito -fue la respuesta de Franco. Miguel no sabía si sentirse ofendido o alagado. Prefirió aceptar la bebida.
Se acercaron a la única tienda, frente a la estación, a la vuelta de la calle. Compraron un refresco, y un agua mineral para Miguel.
Miguel tenía la intención de hacerle saber a Franco que Jazmín debía representar algo más que un estorbo. Tenía la seguridad de que, aunque era imposible concientizar a Franco, al menos se sentiría bien haciendo el intento.
Sin embargo, también tenía miedo (un miedo irracional) a que Eva y Franco ablandaran sus corazones, si es que tienen uno, pensó Miguel, y quisieran llevarse a Jazmín de vuelta.
Su fe estaba en que continuaran siendo los horribles padres que habían sido hasta el momento. Él amaba a Jazmín y no iba a permitir que se la quitaran, fuese su hija o no.
Se sentaron en una banca metálica de espera. Jazmín, Eva y Susana se alejaron de los hombres. Fueron a dar a un pasillo con paredes de cristal en donde se esperaba el autobús. Como sólo quedaba Jazmín entre las dos adultas, Susana le pidió a su sobrina que le trajera un café de una máquina cercana, a la entrada del pasillo.
-Pero dijiste que no te gustaba el café -dijo Jazmín.
-El de cafetera, Jaz. Los cafés de esas máquinas son más dulces y ricos -objetó Susana. Claro que no le gustaba el café, pero la máquina estaba lo suficientemente lejos.
Le dio la moneda y esperó a que se alejara. Quedaban sólo ella y su hermanastra.
-Nos vamos a mudar, Eva -empezó Susana-. Salimos mañana temprano. Miguel tiene algunos problemas en su trabajo.
-Me parece bien, escapar de los problemas -dijo Eva-. Es por dinero ¿verdad? Eso son los problemas que destruyen matrimonios ¿ya lo sabias?
-No te importa. No estoy aquí para pedirte dinero.
-Qué bueno, porque no tengo -Eva parecía despreocupada.
-No pensamos regresar ¿qué no te importa no volver a ver a Jazmín?
-Claro que sí: ya me despedí -dijo Eva, burlona.
-¿Por teléfono? Eso no es una despedida.
Jazmín volvió sin el café.
-¿De qué sabor lo quieres? -le dijo a Susana.
-¿Qué...? -Susana estaba desconcertada por la interrupción: temía que su sobrina las escuchara.
-Hay de Moca -comenzó Jazmín-, Capuchino, Capuchino de cajeta, Capuchino de vainilla, Latte de vainilla, Chocolate caliente, Moca de canela, Mocachino y Americano.
»En la segunda máquina hay de Chocolate blanco, Descafeinado, Mocachino, Latte, Moca de cajeta, Capuchino, Capuchino de cajeta, Latte descafeinado, Vainilla, Latte de vainilla, Americano y Chocolate.
-¿Te aprendiste todos los sabores? -le preguntó Susana, visiblemente asombrada.
-Sí. Tengo memoria fotográfica -Jazmín se ruborizó; temía que fuera porque Eva estaba allí-. Puedo recordar muchas cosas a detalle, incluso después de mucho tiempo -añadió en voz baja.
-Eso yo no lo sabía -dijo Susana.
-Sí... Amm, entonces ¿qué sabor quieres? - terminó Jazmín, que ya no sabía que más decir.
-Yo... ¿dijiste chocolate? Tráeme uno por favor -dijo Susana y Jazmín se fue.
-Entonces ¿para qué querías que viniera? -retomó Eva.
-Qué pregunta más estúpida. Desde que me dejaste a Jazmín no has ido a verla más de dos veces al año.
-Oye -Eva se puso seria-, esto ya había quedado claro cuando lo hablamos. Tú la aceptaste.
-¿Y si no la hubiera aceptado? ¿Qué hubieras hecho entonces?
-Se la hubiera dejado a mi mamá -dijo Eva, encogiéndose de hombros.
-Mi mamá está muy enferma. No hubiera podido cuidar de Jazmín; apenas puede con ella misma.
-Se la hubiera dejado a otra persona -volvió a encogerse de hombros.
-¿Qué dices? ¡Es que no puede ser, Eva! De tu otra hija no sabes nada desde ¿cuándo? ¿Cinco, seis años? Y a Jazmín, que pudiste tenerla, ni siquiera la conoces.
-¿Y tú sí? Hasta hace un momento te enteraste de que ella tiene memoria fotográfica. Y eso porque le pediste un café.
-¿Tú lo sabías? -Susana sentía que sudaba. Era cierto que si no hubiese sido por intentar alejar a Jazmín de la conversación, nunca hubiera sabido de su habilidad.
-¡Claro que sí! -exclamó Eva- Yo le ayudaba a sus tareas y proyectos escolares siempre -recalcó la última palabra.
-Eso no justifica que la hayas abandonado -dijo Susana, ya muy molesta-. La cambiaste por un hombre.
-Ese hombre es su padre -dijo Eva, sin interés por las palabras de su hermanastra.
-Me das vergüenza, Eva.
-Bueno, espero que les vaya bien en su vida nueva. Y cuidado con la carretera, que es peligrosa. Ya nos veremos -apuntó al cielo con el dedo- allá arriba.
Susana suspiró mientras veía a Eva alejarse. Estaba molesta, y triste.
Pensaba en qué decirle a Jazmín. Aunque no fue necesario, pues ella había estado escuchando: los cafés no tardan tanto en prepararse.
Y a pesar de que Jazmín ya sabía todo eso, por unos segundos no pudo evitar sentirse mal, y su pecho le pesaba del dolor.
No volvieron a comentar sobre ese día. Jazmín no se despidió de Franco, ni siquiera lo vio. Y quizá a Franco no le hubiese importado que su propia hija no le haya dicho el último adiós de su vida.
Al regresar a casa, Jazmín pensaba en el camino que, probablemente, no era la última vez que la verían. Y cuando lo hicieran, estaría en lo más alto de la fama, envuelta por millones de fanáticos que la amaran. Entonces no le importaría que sus padres no la quisieran, pues tendría a medio mundo idolatrándola.
Susana hizo lo que pudo para que no se le saliera ni una palabra de lo que habló con Eva. Pero Jazmín estaba adelantada.
-¿Quién es hija de quién? -preguntó Jazmín el día de la mudanza.
Estaban terminando de encintar las últimas cajas. Las pocas que faltaban contenían las sabanas y otras cosas que tuvieron que usar hasta ese último día.
-Eva es hija de ambos.
-Pensaba que se habían juntado.
-No. Tus abuelos ya estaban juntos.
-¿Cómo llegaste?
-Bueno, ahora que lo pienso nunca habíamos hablado de eso.
-Mi mamá tampoco me lo había dicho.
-Fue lo mejor -dijo Susana, desviando la mirada de su sobrina.
-Entonces dime -dijo Jazmín, ajustando su tono de voz para no parecer tan desesperada.
-En otro momento.
-Por favor -las palabras de Jazmín salieron como lo diría un niño pequeño cuando quiere algo con deseo, pero no le importó.
Cuando iba a la escuela, Susana era muy precavida en cuanto a contar su vida se refería. Tenía especial cuidado cuando los profesores le preguntaban por sus apellidos, ya que no eran los de sus padres adoptivos. La mayoría de las veces conseguía desviar el tema para no tener que contar que no siempre fue de la familia. Y cuando lo hacía, siempre cambiaba las versiones. Las arreglaba a su gusto, sin modificarlas en exceso para que no fuesen del todo felices y parecieran reales.
Pero a los profesores, o quienes le preguntaban, generalmente no les interesaba en lo más mínimo su historia, lo que era una ventaja para Susana, que no volvían a preguntarle en futuras ocasiones o insistían en saber su vida pasada.
En cuanto a sus amigos, al menos los pocos que tuvo, se esforzó por que lo que contaba a docentes tuviera sentido con lo que contaba en clase, cuando se lo preguntaban. Desafortunadamente no fueron pocas las veces que querían saber sobre ella. Aunque tampoco se mostraban deseosos de más y se conformaban con las fantasías que Susana les contaba.
Así fue en todas las veces que se cambiaba de escuela. Estaba tan acostumbrada a falsear su realidad, que se le pudo haber olvidado. Se miraba como a una demente en un hospital psiquiátrico que altera su realidad para no pensar en los crímenes que cometió.
Susana miró a Jazmín. Sentía por ella lo que quiso sentir alguna vez por su hijo verdadero. Y a sus hijos no debía ocultarles nada. Y si Jazmín no era su hija biológica, a ella le venía valiendo, la quería y punto.
-Bueno... Mi papá, es decir, el primero, era un drogadicto. No podía esperar a que le pagaran para ir a comprar. Llegaba a la casa cada dos semanas con bolsas pequeñas con polvo blanco y hierba. No podía comprar leche, nunca le alcanzaba, pero sí podía comprar esa cosa.
»Mi mamá no le decía mucho. A veces le compraba a ella su propia bolsa. Y ambos se sentaban en el sillón grande y se ponían a fumar. Si lo hacían de noche me quedaba sin cenar porque se olvidaban de mí completamente.
»Recuerdo que ponían trapos mojados debajo de las puertas, cerraban completamente las ventanas y encendían el ventilador. Decían que era para que el olor no saliera. Pero yo no entendía por qué no querían que el olor saliera de la casa. Pero me daba miedo preguntar porque a veces mi padre se ponía a gritarme cosas extrañas si lo interrumpía mientras fumaba. Mi mamá se quedaba muy dormida y no se despertaba hasta el día siguiente por la tarde.
»Un día simplemente se olvidaron de cerrar las ventanas. Prendieron el ventilador del techo, pero aun así el olor salió. Los vecinos de al lado fueron los únicos en reclamar. Ellos tenían una hija pequeña también y parecían bastante angustiados por el bienestar de su hija.
»No siempre fueron precavidos. Admito que me llamaba la atención el polvo blanco. Mi padre sabía que intenté muchas veces probarlo.
Susana se pasó una mano por la frente. Parecía un poco nerviosa. Le fue muy difícil mantener contacto visual con su sobrina, pero continuó.
-Supongo que siguió las palabras que escuchaba de algunos padres que pasaban en la calle. Esa frase que se le decía a los adolescentes para calmar sus ganas de alcohol o cigarros: "si quieres probarlo, lo harás conmigo en casa". Como yo siempre estaba en la casa, me dio a probar la marihuana. Muchas veces.
-¿Estabas siempre en casa? -preguntó Jazmín.
-No me mandaban a la escuela. Tenía ya casi ocho años y no sabía restar bien siquiera.
»El caso es que uno de los días en los que me dió a probar, los vecinos habían ido a quejarse por tercera vez en el mes. Amenazaban constantemente a mi mamá con que llamarían a la policía. Pero no fue hasta esa vez que por fin se atrevieron a detener a mi padre.
-¿Por qué?
-Me vieron fumando. Tocaron la puerta con fuerza, reclamando que dejaran de fumar. Mi padre abrió la puerta, drogado, y no se percató de que yo estaba tumbada en el sillón fumando lo que él me había preparado.
»Los vecinos me vieron. Llamaron a la policía, se llevaron a mis padres, y a mí pensaban llevarme a una casa para huérfanos. Hasta que cumplieran su condena, que eran unos seis años.
-Y entonces mis abuelos...
-Ellos eran los vecinos. Estuvieron ahí cuando subieron a mis padres a la patrulla. Vi que hablaron con los policías. Luego de eso estuve dos días con la policía, durmiendo en una de sus camionetas. Tus abuelos llegaron a recogerme el tercer día.
Susana había terminado de sellar la última caja de todas. Jazmín, que había dejado de lado el encintar y se había sentado en el piso, no pudo más que creer lo que su tía le estaba contando. Ella tenía sus teorías sobre como dos familias habían terminado juntándose. Pero ahora sabía que era una sola familia que aceptaba a un integrante más. Susana fue por un tiempo una familia de uno.
Jazmín no sabía que pensar ni que decir. Tenía miedo de sentirse culpable por sentir lástima de su tía.
Estaba por dejar de preguntar, pero Susana prosiguió.
-Nunca fui mucho del agrado de Eva. Es difícil decirte cómo es que me sentía estando en esa casa los primeros meses. Era... Como quedarte a dormir con un amigo, sabiendo que despertarás allí y no te irás jamás. Sólo que, claro, yo no los conocía. Y tampoco sabía si me miraban por lástima, o porque era una niña de siete años que había fumado marihuana.
-¿Mi mamá es más grande? -dijo Jazmín tras una breve pausa.
-Por un año y unos meses. Yo no le caía bien -continuó, como si hablara consigo misma-. ¿Sabes por qué se llama Eva? Porque, por un tiempo, fue hija única, la dueña de su paraíso que sus padres le habían creado.
»Mi mamá ya lo había pensado cuando la tuvieron. Sabían que sería la única hija que tendrían. Ella me contó que lo planearon cuando se casaron. Tener un sólo hijo, vivir felices, sin más problemas. Un solo problema. ¿Cómo crees que me sentí después de escuchar que yo había arruinado sus planes? De haber echado a perder toda su vida. Y de paso arruiné la vida de su hija.
Jazmín quería parar. Susana dejaba caer las primeras gotas de lo que podría ser un llanto grande de desahogo. Y Jazmín no quería ver eso.
Lo más obvio que podía pasar salvó a Jazmín de un momento muy incómodo: su tío llegó de haber buscado la mudanza. El camión venía atrás de su coche.
-Deberíamos empezar a enfilar las cajas para que sea más fácil subirlas al camión -dijo Susana, limpiándose las primeras lágrimas.
Subieron las cajas al camión. Ya sólo esperaban a que su tío le diera las indicaciones al chofer de la mudanza para poder irse.
A pesar de estar a unos minutos de irse de lo que por unos años fue su hogar, Jazmín no podía sentir melancolía por sus recuerdos. En cambio, quería irse en cuanto antes.
Pudo haber sido su hogar, pero no el hogar en donde vivió lo mejor. Era el hogar que le enseñó a ser fuerte.
Esperaba que su nuevo hogar no fuese como en el que estaba por irse. No tenía una idea en específico de cómo sería la ciudad y, como siempre, evitaba pensar en ello.
Se frustró por la espera.
Estaba en el asiento trasero del coche, cuando Emilio llegó a paso rápido hacia donde ella estaba.
-¡Jazmín! ¿A dónde te vas, Jazmín? -se agarró a la ventana.
-Por favor vete -le dijo ella sin voltear a verlo.
Emilio miró hacia los lados en busca de sus tíos, pero ninguno lo escuchaba desde donde estaban.
Susana, dentro de la casa, revisaba que las ventanas estuvieran cerradas, que los grifos no gotearan y los anuncios de venta ya no estuviesen colocados por dentro de las protecciones de las ventanas.
Miguel, que había terminado de hablar con el chofer de la mudanza, ahora arreglaba por teléfono asuntos con quien les vendería la casa.
-¿Por qué no me dijiste que te cambiabas de casa? -le preguntó Emilio con cierta grado de desesperación.
-No tenía por qué decirte.
-Somos amigos, Jaz.
-No lo somos.
-¿Solamente porque te dije que me gustabas? -le dijo Emilio-. Pues sí, Jazmín, me gustas mucho. Me gustas desde que te conozco. Siempre me has gustado, y he esperado por tres años para poder tener el valor para decirte.
Jazmín soltó un pequeño gruñido con suspiro y cerró su ventana. Emilio se quedó afuera, mirándola con tristeza.
-¿Qué tiene de malo eso? -siguió Emilio. Su voz le llegaba amortiguada a Jazmín por el cristal. -Por favor, Jazmín, sólo quiero despedirme.
Ella bajó el vidrio.
-Adiós, Emilio.
-Jazmín...
-¿A qué viniste? -preguntó ella, ya un poco de malas.
-Quería hablar contigo.
-¿Sobre qué?
-Quería pedirte disculpas. Por haberte dicho que me gustabas. Íbamos a entrar juntos a la preparatoria y quería salir contigo hasta que llegáramos a la universidad. Me esperé mucho tiempo para confesártelo. Si hubiera sabido que te irías, quizás te lo hubiera dicho antes.
Aunque, más bien, de haber sabido que me dejarías de hablar sólo por eso, me hubiera guardado el secreto.
-No era un secreto. Todo el salón lo sabe.
-Menos tú -Emilio se recargó en la parte superior de la puerta, un poco avergonzado de lo que estaba diciendo-. Decían que era muy obvio que yo... que yo sentía algo por ti. Estábamos siempre juntos. En clase. Fuera de la escuela. Hacíamos los trabajos juntos. Les dije a todos que eres mi mejor amiga. Tal vez sí fui muy transparente.
»Y aun así, fuiste la única que no lo sabías. Me sentaba a tu lado, muy cerca de ti, todos los días, y no te diste cuenta de que pensaba en ti cada segundo a pesar de que estabas a mi lado. Nunca te percataste de que volteaba a verte sin que te dieras cuenta.
Jazmín volteó a verlo por primera vez en la noche.
-Adiós, Emilio. También te consideraba un gran amigo, pero decidiste echarlo a perder.
-Yo no quería que esto pasara. Lo único que te importa eres tú. Tú y tu música. Eso no es lo más importante en la vida, Jazmín.
-No voy a dejar de tocar por ti. Si me dieras a elegir, preferiría a la música antes que tu amistad -dijo Jazmín suavemente.
Antes de que Emilio pudiera responder, los tíos de Jazmín se subieron al auto, casi al mismo tiempo. Pero antes, saludaron a Emilio. Jazmín subió su ventana y puso los ojos en blanco cuando escuchó que su tío le decía a su amigo que ella lo iba a extrañar.
-Gracias por cuidar de nuestra sobrina, por preocuparte por ella -le decía el tío de Jazmín a Emilio. La típica perorata que un padre se siente casi obligado a decir después de tener a un amigo de sus hijos todos los días en su casa. En el caso de Susana y Miguel, ellos conocían a Emilio, y sabían que era el único amigo que Jazmín podía alegar que en verdad tenía. Puede que nunca lo haya llevado a su casa, pero ellos lo veían en la escuela y habían hablado con él. Sabían en donde vivía y en muchas ocasiones dejaban y recogían a Jazmín de allí. Con eso les bastaba para considerarlo oficialmente amigo de su sobrina. Estaban muy felices por eso.
-También la voy a extrañar mucho, señor -le dijo Emilio, y a Jazmín le pareció que casi lo gritaba para que ella pudiese escucharlo-. Gracias a ustedes por dejarme ser su amigo.
Jazmín volvió a poner los ojos en blanco.
Emilio se marchó luego de despedirse de Susana con la misma parafernalia que utilizó con Miguel. Era hora de irse. Jazmín se puso los audífonos con música a volumen moderado, tratando de convencerse de que su camino fuera agradable.
Esta vez no sabía si estaba ansiosa o preocupada por irse.

Texto agregado el 01-11-2017, y leído por 38 visitantes. (1 voto)


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