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Volando bajo

Tras oír unos golpes certeros, Bernardo se dirigió a la puerta de la cabaña donde pasaba el fin de semana junto a su mujer.

—¿Quién es? –Preguntó antes de retirar el cerrojo. Una voz conocida le respondió-: “Yo, Hermelinda”.
Abrió y la saludó tratando de disimular el gesto de desagrado que le producía su presencia, pues le disgustaba su amistad con su esposa desde su época de estudiantes y no concebía cómo llegó hasta aquel remoto lugar para encontrarlos.

Tenía muy blanca la piel, ojos cafés, una sonrisa enigmática en el rostro y casi siempre vestía de negro. Si nunca había sido “santo de su devoción” era porque pensaba que ocultaba algún secreto y asumía unas actitudes extrañas que le hacían pensar que era una bruja.

—Pasa, -le pidió, y mientras observaba su rostro empolvado, su nariz aguileña y su pelo alborotado, su esposa llegó a la sala y también se mostró sorprendida por la visita de Hermelinda a la casa campestre.

La saludó con afecto sincero y mientras el marido se retiraba a la terraza, se sentaron junto a la chimenea. Mientra él fingía leer un libro trataba de oir la conversación de las mujeres, sin éxito.

Finalmente, la visitante se despidió; de inmediato Bernardo interrogó a su mujer:

— ¿Qué tenía que decirte la hechicera con tanta urgencia que no pudo esperar que regresáramos a la ciudad?

Betty reaccionó encolorizada por la insistencia manifiesta de su marido, que por mucho tiempo insistía que se viera los supuestos “poderes mágicos y la actitud misteriosa” de su amiga-. Pensaba que porque no te simpatizare o se vistía diferente, no tenía derecho a desacreditarla.

— ¡Te he dicho mil veces que estás equivocado! –gritó-. Borra de una vez para siempre ese mal concepto que tienes de ella. Porque use ropa oscura y sombrero no significa que sea una bruja ¡A ver si olvidas esa obsesión. Convéncete que Herme es una persona normal, igual que nosotros!

Bernardo estaba decidido a no tocar jamás el tema de aquella mujer que tantas cosas extrañas mostraba en su comportamiento y en su vestimenta. En ese momento se escuchó un ruido sordo sobre los árboles, alzaron la mirada y observaron que era Hermelinda, quien volando sobre una escoba se alejaba hasta convertirse en la distancia en un punto negro sobre un cielo color naranja que reflejaba las últimas luces del ocaso.

Alberto Vásquez.

Texto agregado el 31-10-2017, y leído por 48 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
02-11-2017 Yo no creo en las brujas, pero que las hay...las hay. ***** tequendama
02-11-2017 A veces las impresiones son correctas... un sexto sentido jajajaja genial historia. Saludos sofi_al
31-10-2017 Acertado el Bernardo, jaja. Buena historia, me gustó leerla, me entretuvo y sacó una gran sonrisa a mi corazón. Un abrazo, amigo hermoso. SOFIAMA
 
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