Las cosas suceden de cierto modo y a veces ninguno sabe explicar por qué. Una minucia, grande como un diente de leche, puede crecer y convertirse en una cosa tan grande como para perder la cordura. Son cosas que dice la gente y son cosas que suceden y que la gente no comprende. Aunque alguno me tomara por loco, he decidido hacerlo público. Suceda lo que suceda. Cueste lo que cueste. Y si lo hago es porque tarde o temprano alguien lo sabrá. Y prefiero ser yo mismo quien lo cuente.
Hay muchas luces y sombras en esta historia. Lo se. Esto es un problema. Elegir la luz sería preferible, pero significaría borrar el exacto contorno delimitado por las líneas. Del mismo modo elegir las sombras significaría confundir las ideas, mezclar el presente con el pasado. Antes de entrar en el laberinto, aconsejo tomar una buena bocanada de aire, de respirar profundamente. Lo habéis hecho? Justo acá está el objeto delante de mi. Me escuchas? Ahora lo estoy tocando y la yema de mis dedos exploran su superficie más su misterio me es inaccesible.
No se el motivo por que ha continuado creciendo. No sé cuándo se detendrá. Quizá continuara aun después de mi muerte. O quizá a cierto punto, como todas las formas de vida, se extinguirá, disolviendo su energía vital a través de la más banal y clásica putrefacción. No se si tendremos tiempo de descífralo, de entender sus verdearas intenciones, el sentido de su vida, si de se puede hablar de vida. Entender el proceso biológico gracias al cual su volumen crece de año en año en modo descarado y gratuito. Alguno me dirá pero solo es un diente. Una cosa banal, todos los hombres y las mujeres los poseen. Pero este tiene una cosa especial. Me di cuenta aquel año por casualidad.
Comencemos por el principio: de niño me dijeron de poner el diente de leche apenas caído bajo la almohada, para permitirle a un hada tomarlo y dejar una moneda. Pero yo no me fiaba. Temía que se perdiera o que el hada pudiese olvidarse. Y yo pensaba que si el hada lo tomaba para darme en cambio una moneda, quizá podría tener un valor mucho mayor. En vez de un hada buena quizá se trataba de un emisario de los cuarenta ladrones disfrazado. Quizá la habría llevado a la cueva de Ali, donde eran custodiado junto a todos los otros tesoros y también todos los dientes de los niños del mundo. Sabía que mis padres no habrían aprobado esta desobediencia. La indicación era clarísima, dejarlo debajo de la almohada. Probablemente esta imprudencia haría irritar al hada. Más que otra cosa ofendería al hada esta falta de fe. Fue así que ella por toda respuesta inicio con su varita mágica aquel extraño proceso de crecimiento.
Me di cuenta por casualidad solo tres o cuatro años después. Buscando un cepillo, abri aquel cajón. Cuando lo vi me acorde de aquel acto de desobediencia ya olvidado. Lo mire y me di cuenta que su volumen era más del doble. Lo tome y cuando lo guarde en mi puño decidí convertirlo en mi talismán. Desde aquel momento lo custodiaría en un lugar solo conocido por mi. Todos los días antes de andar a la cama lo buscaba lo miraba y lo apretaba en mi puño. Después lo guardaba en su estuche y lo escondía en su lugar secreto. Pasaron algunos años y me di cuenta con asombro que no cabía mas en aquel estuche. No me di cuenta en un principio de su crecimiento porque lo sacaba afuera todos los días. Comencé a percibir asustado aquel terrible misterio encerrado en aquel objeto que en un tiempo había sido parte de mi cuerpo. No fue un problema encontrar un estuche más grande. Solo que comencé a hacerme la pregunta: hasta qué punto lo podría tener escondido? Hasta qué punto seguiría creciendo?
Pero me había encariñado con él. Aquel pequeño gesto cotidiano se había convertido en un rito. Si había un día en que por cualquier motivo no podía sacarlo afuera, no podía apretarlo en mi puño, cuando eso sucedía me preguntaba como estaba, si había sufrido lejos de mí, si no se ha sentido solo de estar todo el tiempo abandonado en su escondite. Era mi gran alegría verlo otra vez después de todas esas horas de lejanía. Era mi dulce secreto. No tenía el coraje contárselo a nadie. En el fondo solo era una protuberancia de mi cuerpo que por cualquier motivo que ignoro había comenzado a manifestar una vida propia. Si no podía considerarlo propiamente un hijo, de todas maneras era una especie de pariente.
Y así pasaron los años y el seguía creciendo. Comenzaba a ser cada vez más difícil y embarazarte esconderlo de los ojos indiscretos. Estaba el peligro que algún familiar, mi hermano o mis padres lo descubrieran. Posiblemente lo habrían tirado, mas no sin un sentimiento de asco o disgusto. Ciertamente no me habrían dado el tiempo de mostrarles su extraña propiedad. Cuando adquirió el tamaño de un huevo, tome una decisión fatal: asustado por la posibilidad de su descubrimiento lo enterré en el jardín porque quería someter a prueba su capacidad físico-biológicas. Si hubiese continuado creciendo, entonces se trataba verdaderamente de un ser dotado de una increíble fuerza. Al contrario los gusanos habrían disuelto per siempre su voluminosa silueta.
Fue un error terrible, porque después de algunos días corrí a desenterrarlo. Había desarrollado una singular empatía con él y sentía que no podía hacer menos. Busque un ángulo de la despensa en el que pudiera seguir creciendo sin molestias al menos algunos años. Cuando termine la escuela media había venido tan grande que no podía estar más escondido de manera segura. Comencé a temer que un día u otro podría ser descubierto. No podía evitar una cierta vergüenza por la idea de venir a la luz también mi desobediencia. Por no hablar del destino de aquella cosa que sin duda me pertenecía a mi y solo a mi (todo era estremecimiento a la idea de que alguien se apoderara de el)
Y ahora heme aquí, delante de ustedes junto al inexplicable misterio. Habíamos crecido juntos. Solo que yo deje de crecer al convertirme en un hombre maduro. El, en vez, continua obstinado en aumentar su volumen. He debido tomar una habitación toda para el, pero sabiendo que un día no le bastara y deberé buscar una más grande.
Por tanto pido al funcionario a cargo de darle a este objeto un reconocimiento, un nombre o un título oficial. Después de todos los sacrificios que me ha costado, la vida casi monástica a que me ha constreñido la soledad de que me he rodeado para custodiar su secreto, merecemos una vida mas serena. De momento no sé qué va a ser de el después de mi desaparición, debo proveer de alguna manera también a su futuro. Por eso pido oficialmente a este funcionario que una vez reconocida su existencia y también nuestra relación: una unión de hecho o una cosa parecida. El nombre no me interesa. Lo mas importante es que alguna vez no podrá contar conmigo, al menos tendrá un techo sobre su cabeza, un lugar en el cual continuar a manifestar su obstinada e imparable voluntad de crecer. |