Susana me dijo que pusiera a U2 cuando fuera saliendo de la Ciudad. Por eso Beautiful Day sonaba en mis oídos mientras iba dejando atrás la pose de niña urbana. Mis audífonos grandes comenzaban a esconderse bajo una cabeza enterrada en el asiento.
La vida me había puesto tantas veces en la disyuntiva, pero mis castillos de arena - aún endurecidos – no se derrumbaban para ceder ante la posibilidad de la lejanía. Me iba, definitivamente me iba, y la marcha atrás podría serenarme para siempre, como el suspiro final antes de morir, y por más que lo niegue, no quiero morir aún. Recuerdo mi última negativa argumentando que tenía muchas cosas que hacer antes de partir, y a los dos segundos me veía de brazos cruzados preguntándome si alguna vez me armaría de valor.
La ciudad se pierde entre lo verde que va poblando el panorama. Cambio de CD. Música española enredándome la vida entre melodías simples que encierran bonitas complejidades, como cuando Presuntos Implicados me dice susurrando “… y entre sus manos partir lejos de aquí, allá donde va el viajero que no mira atrás…” Pero yo si quiero, quiero mirar atrás para decir adelante sin doblegarme ni decaer, sino al contrario, convencerme que las puertas abiertas pueden cerrarse y también se pueden volver a abrir.
¿Cómo se medirán las distancias en el sentir? Tanta gente que ha hablado de lejanías, me pregunto, por qué no habrán creado la medida del corazón. ¿En qué punto del recorrido se quiere más o menos?.
A todos lo que me vieron subir en aquel bus les esbocé la idea de que quizás y sólo quizás, en esta ruta podría encontrar mi destino definitivo, y de pronto nuevamente arremeten los Presuntos “… lo mejor que conocimos separó nuestros destinos…” ¿Será que hay que dejar algunas cosas valiosas para encontrarse con tesoros mayores? Y si… todo es acumulación y se trata de ir despolvando del baúl? Me inclinó por esto último.
Nos detuvimos unos segundos para almorzar, aproveché de llamar a mis tesoros y decirles que todo va bien. Dijeron que mi voz estaba un poco más gruesa, acusaron llanto inminente, pero algo me decía que el viaje simplemente me había dotado de una extraña apariencia; aparentaba ser más real. Corté con la sensación de tener un buen signo en la espalda, no habían nudos ni asperezas, por primera vez confié ciegamente en el azar, porque esta vez podía mirar más allá atreviéndome a presagiar que de algún modo las cartas jugarían en mi favor; si no hay camino, al menos hay pasos.
El bus no se detiene, el mundo no se detiene, yo no me detengo, allá voy conquistando un espacio de tantas cosas que postergué por tanto tiempo y tantos y tantos tantos. Cierro mis ojos unos instantes y el joven inspector me despierta sentenciando: señorita terminó su viaje. Sacudo la cabeza dos segundos para centrarme y entender esa conocida frase… el viaje recién comienza.
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