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Heart-Shaped Box (Nirvana)
Antes de que los días sabáticos antes del fin de curso terminaran, las nubes prometían incesantes lluvias que parecían durar por meses.
Jazmín, como era común en ella, había preferido quedarse en casa a practicar, antes que disfrutar del frío viento que julio traía consigo.
Como parte de su rutina impuesta por ella misma, primero limpiaba su guitarra, ajustaba las cuerdas y escuchaba los tonos. Después de una detallada revisión al instrumento, probaba tocando primero dos cuerdas, luego cuatro, y al final se inventaba ritmos a base de ritmos de pocas notas. Muy a menudo le costaba componer algo con lo que estuviera satisfecha. Era perfeccionista y malhumorada si no cumplía con sus expectativas.
Uno de sus más (quizás el más) grande sueño, o meta, como ella le llamaba, era ser una músico talentosa, reconocida compositora.
Pocos días antes del inicio de clases, se encerró en su cuarto desde muy temprano, hasta que terminó el día, gastando su tiempo en componer una balada perfecta.
Como bien sabía ella, su música debía ser perfecta, o al menos aspirar a serlo, si quería impresionar a todos y demostrar que poseía talento.
Sabía que los meses pasados, casi en tres años de curso, se había dado a conocer con poca fama, malhumorada e introvertida. De alguna manera le afectaba que nadie la conociera tal y como era. Tenía la vaga sensación de que si mostraba su talento nato la gente podría interesarse en ella. Quería darse a conocer y no encontraba una diferente manera de lograrlo.
Entonces comenzó con tres notas simples. Le gustó lo que escuchó. Probó con las dos primeras notas anteriores y agregó tres nuevas. Juntó las seis notas y lo dejó hasta allí. Estaba conforme con lo que había hecho. Le gustaba lo que oía, a pesar de que ella era quien lo había compuesto (casi nunca se sentía a gusto con sus creaciones).
Pensó en las notas como un coro. Pero al entrar en su mente la idea de un coro, le frustraba pensar que ya no podría terminar la canción.
Intentó con otras seis notas diferentes. Luego con otras dos. Luego otras tres. Y entonces se detuvo: lo que había hecho lo consideraba basura. Había echado a perder todo.
Suspiró amargamente y dejó caer la guitarra sobre su cama.
Lo intentaría otro día, quizá en unas horas. A veces le costaba dejarlo.
Se frotó el cabello con ansiedad, como si intentase espulgarse de la cabeza las malas ideas.
Estaba despeinada, como la mayor parte del tiempo. A veces, cuando decidía pasar un peine por su largo cabello rizado, le gustaba arreglarse como Amy Winehouse, una de sus músicos ídolo preferidas.
Jazmín era un ejemplo de un amor diferente, un amor más que material. Ella amaba la música más de lo que podría llegar a amar a su propia vida. Fue la música la que la liberó del mundo que tanto detestaba. Fue el jazz su salvador.
Se sentía frustrada por no haber conseguido lo que estaba buscando. Decidió descansar saliendo de su habitación y, por primera vez en dos semanas, salir a tomar aire fresco de la calle. Como no le hacía falta nunca, se puso los audífonos y escogió Heart-shaped box, de Nirvana. La piel se le erizaba al escuchar esa canción.
El cielo estaba despejado, acendrado de un azul claro sedoso. Hacía frío a pesar del sol que contemplaba el mundo desde lo más alto. Más tarde seguro llovería.
Jazmín tenía toda la tarde libre. En su casa no habría nadie por un buen rato, y ella era incapaz de imaginarse qué podría hacer tantas horas sola.
Afuera, en el patio de pasto seco de su casa, Jazmín miró el cielo. Apreciaba la forma que el cielo le hacía sentir. La enormidad le daba miedo, se sentía insignificante dentro, pero le encantaba.
Heart-shaped box se escuchaba fuera de los audífonos: tenía el volumen tan alto que cual-quier persona a 30 centímetros de su distancia podía escuchar también.
Meat-eating orchids
forgive no one just yet.
Cut myself on angel hair
and baby's breath.
Broken hymen of your highness,
I'm left back.
Throw down
your umbilical noose,
so I can climb right back.
Hey, wait!
I've got a new complaint.
Forever in debt
to your priceless advice.
Hey, wait!
I've got a new complaint.
Forever in debt
to your priceless advice.
Era tan delicioso escuchar. Escuchar y esperar. Escuchar y mirar. Y sentir como la piel se le enchinaba y los escasos bellos de sus brazos se le erizaban. Cuando llegó el solo de guitarra de Krist y Kurt, su estómago se encogía y podía sentir en su pecho una inyección de adrenalina que ninguna otra cosa lograba hacerla sentir igual.
En los últimos segundos de la canción, un sonido de alarma le interrumpió su sinfonía: era una llamada entrante. Por suerte la canción ya estaba terminada, pues la interrupción hubiera provocado en Jazmín un enojo que la mantendría de mal humor por unos minutos.
Ella contestó:
-¿Cómo estás? -Jazmín se alegró de que su mejor amigo le marcara. No se habían visto en dos semanas y ella necesitaba escuchar una voz familiar.
-Bien, creo -contestó ella. -¿Que tal tus vacaciones?
-De lo peor -dijo él-, no hay nada que hacer.
-¿Cómo vas con el libro?
-Excelente. ¿Ya terminaste tu canción?
-No, aún no -Jazmín se desilusionó al recordar por qué había salido de su casa sin necesitarlo.
-Tranquila, Jaz, lo terminarás y a la gente le gustará.
-No te burles de mí -dijo ella, entrando en su campo de malhumor común.
-Jamás me burlaría de ti -intentó calmarla él con sus palabras sinceras. -¿Por qué no vienes a mi casa?
-Está muy lejos.
-¿Prefieres que valla a la tuya?
-¡No, no! -se alarmó Jazmín- Mejor voy para allá. En un momento llego.
-Aquí te espero entonces. Con cuidado.
-Adiós.
Colgó el teléfono, miró una vez más el cielo, pues sabía que caminar bajo el sol le impediría apreciar el azul sin que le dolieran los ojos, conectó sus audífonos y se dispuso a caminar. Sabía que más tarde llovería.
Una de las cosas que Jazmín más odiaba era que fueran a su casa, ya sea de paso o de visita, detestaba que vieran en donde ella habitaba. No sabía a qué se debía esto, pero sabía que, mientras pudiera impedirlo, nunca permitiría que ninguna persona, además de sus tíos, entrara en su cuarto. Ni siquiera dejaría pasar a sus padres, aunque tenía por seguro que ellos no se molestarían en insistir.
Su tía le preguntó muchas veces la razón por la que ninguna vez, alguno de sus amigos había ido a visitarla. Jazmín respondió, infantilmente, diciéndole que le daba vergüenza lo que pensaran de ella por su increíble casa. Su tía se lo creyó.
Y jazmín también se lo pensó muy bien. No dejaría que nadie entrara en esa habitación. Si alguna vez algún chico quería tener sexo con ella, lo harían en casa de él, o en un hotel barato, incluso en un auto, o en el baño de la escuela, pero nadie vería lo que ocultaba en la re-cámara. Sabía que a los hombres les excitaba hacer el amor en lugares poco ortodoxos, como en la cocina, la sala, bañándose juntos. A ella no le importaba coger en un lugar en específico, y utilizaría esta idea como un pretexto perfecto y, de paso, les daría el mejor placer a los chicos para ella conseguir un mejor orgasmo.
Su cuarto era su fortaleza. Ella lo veía como una cabina anti ruido. Era en donde ella componía música, en donde lloraba al escribir y al cantar. Allí tocaba la guitarra a gusto.
Había repetido la canción. Heart-shaped box volvía a escucharse al alto volumen que a ella le gustaba. No lo hacía todo el tiempo, sólo las veces que se sentía inspirada o estaba de humor para reventarse los oídos con sus melodías preferidas. Jazmín decía que la música a alto volumen no era disfrutable, ni siquiera al aire libre; pero en veces como aquella, se contradecía pensando que la música de Nirvana tenía una excepción. Y el rock en general. Al menos para ella. La música que le enchinaba la piel era mejor a un volumen moderadamente alto.
Su amigo abrió la puerta casi enseguida de que Jazmín hubo tocado la puerta. La estaba esperando. Emilio tenía un teclado, uno que le gustaba compartir con Jazmín. Muchas veces pasaban largas tardes juntos, intentando componer canciones para un disco que Jazmín deseaba crear. Dejaron de verse tan seguido, y el teclado dejó también de usarse por Emilio.
Su amigo la invitó a sentarse en el sillón, junto al teclado. Jazmín pasó sus dedos ligeramente sobre las teclas, emitiendo una tenue música. Luego se sentó en aquél sillón que antes ocupaba para tocar su guitarra. Tocaba las cuerdas, escuchaba, y estiraba su brazo para escribir en una hoja gastada, en la mesita de madera que tenía enfrente.
-¿Y qué haremos? -preguntó ella, impaciente.
Tamborileaba los dedos en los reposabrazos del sillón en espera de una respuesta de un nano segundo.
-Lo que tú quieras hacer -respondió Emilio seguro de sí mismo.
-Emilio, te dije que estaba aburrida, o sea, que no sé qué hacer, por eso vine contigo.
-Bueno...
-¿Qué estabas haciendo antes de que yo llegara? -lo interrumpió.
-Esperando a que llegaras.
-¿Y antes de que me marcaras?
-Pues... -estuvo a punto de sonrojarse. Antes de que su amiga llegara él se preparaba para su llegada con un regalo preparado días antes. -Nada -fue su respuesta.
Emilio conocía a Jazmín mejor que nadie, o, por lo menos, pensaba que así era. Sin embargo, la conocía tan a fondo como para saber que, ese día en específico, su amiga estaría en su casa tocando su guitarra, haciéndose sufrir por no encontrar lo que buscaba. Sabía que, luego de un rato, su amiga saldría de su casa a tomar aire y relajarse. Sabía que, una vez afuera, subiría de volumen la música y miraría al cielo. Lo único que no sabía, y que no podía saber, era lo que pasaba dentro de la mente de su amada.
A Emilio le gustaba Jazmín. Le gustaba tanto que soñaba con ella. Fue un año después de conocerla que Emilio encontró en Jazmín una inspiración tan grande por su amor, que comenzó a escribir su propio libro basándose en el que pensó que era el amor de su vida: su mejor amiga Jazmín.
Por tres años, Emilio tuvo que conformarse guardando sus sentimientos en una caja con forma de corazón que él mismo hizo. Seis meses después del primer día que conoció a Jazmín, se inspiró en una característica canción que una de sus bandas preferidas, Nirvana, había compuesto: Heart-shaped box, y escribió en una hoja color rosa, lo que sentía por ella.
Para él fue tan poético y romántico, que decidió no esperar a entregársela.
Pero Jazmín tenía otras prioridades. Y aunque se declararon mejores amigos inseparables seis meses después de conocerse, Jazmín mantenía cierta visible distancia. Ella siempre pre-firió la música ante todo. Era difícil saber si ella sospechaba algo sobre los sentimientos de Emilio, pero aun así, cuando se daba la oportunidad, dejaba plantado a su amigo por irse a practicar o a tocar a solas.
Y así se fueron perdiendo las oportunidades de Emilio por entregarle la caja de corazón con sus sentimientos dentro, y con ello también sus esperanzas iban perdiéndose.
Pero ya lo tenía pensado: le diría a Jazmín que la amaba. Ya no esperaría más tiempo; ya no podía. Reventaría.
Le confesaría todo a su amiga para que, entrando a la preparatoria (pues tenían planeado seguir estudiando juntos), tuvieran un noviazgo, y no perder más tiempo.
Sabía que una vez terminaran la preparatoria, dejarían de verse en la universidad, por lo que decirle en ese momento le permitiría salir con ella por tres años antes de perderla para siempre.
Así que suspiró, para respirar el valor, y se propuso fuertemente a darle la caja a Jazmín. La caja con forma de corazón que guardó durante tres largos años. Reemplazó la hoja por una nueva y, además, escribió un poema. Todo estaba listo, sólo había que saber qué hacer.
-¿Nada? -preguntó ella- Que aburrido eres, Emilio.
-¿Qué estabas haciendo tú?
-Pues... Estaba... Pensando.
-Eso es lo mismo que estar haciendo nada -replicó él-. ¿Qué estabas pensando?
-Que te importa -dijo ella, sonriéndole.
Emilio sonrió también y le preguntó:
-¿Quieres tocar algo?
-Está bien.
Se levantó del sillón y ambos se colocaron a los lados del teclado. Jazmín cubrió la mitad derecha del teclado y Emilio la mitad izquierda. Jazmín comenzó con las seis notas mismas con las que intentó en su guitarra en la mañana. Se detuvo y miró a su amigo, indicándole con una mirada que él debía continuar. Como ella no se sentía a gusto con la continuación de su canción, permitió que Emilio intentara continuarla. Él entendió y comenzó a tocar.
Al igual que ella, Emilio componía música en su teclado, con una o dos notas de base. Pero, en comparación, él empezaba tarareando.
Cerró sus ojos, tarareó un ritmo que traía en la mente desde hace unas semanas, y colocó sus dedos en las teclas que él pensó convenientes. Una notas. Dos. Seis. Jazmín se sintió impresionada por el talento de su amigo y se sintió tan complacida por la continuación de su canción.
Ella miró como tocaba él, pasando sus dedos suavemente de tecla en tecla, e intentó imitar-lo. Posicionó sus dedos en las mismas teclas en las que él empezó.
Para ella fue un triunfo haber encontrado el sonido perfecto para empezar a crear su disco. Se sentía tan frustrada, pero gracias a su mejor amigo ahora estaba calmada y tan feliz.
Ambos repetían las mismas notas una y otra vez, degustando del dulce sonido. Emilio es un genio, pensó ella.
Jazmín lo miró, Emilio miró a Jazmín. Habían cruzado miradas. Emilio la miró como un hombre miraría a un ángel, y ella, como un arqueólogo apreciaría un nuevo hallazgo.
Emilio dejó de tocar y le dedicó a su amiga una amplia sonrisa. Era el momento que había estado esperando. Si no le daba la caja ya no tendría el valor para hacerlo en otro momento.
Jazmín también dejó de tocar y miró a su amigo, extrañada.
-¿Por qué paraste? -dijo ella- Me gustó lo que estabas tocando. ¿Ya lo habías escrito?
-Jaz... -comenzó- Te... Hice algo. Y quiero dártelo.
-¿Algo? -se rió Jazmín- ¿cómo qué?
-Quiero dártelo antes de entrar a clases. Nos quedan tres años juntos, y después nos vamos a la universidad y... No sé si te irás, o si yo me iré. Puede que no nos volvamos a ver, así que... -detrás del teclado (que rara vez usaba, a excepción de ese día), en el escritorio en donde guardaba escritos de ideas para su historia, y algunos compases para la guitarra, estaba, en un cajón vacío y profundo, la caja en forma de corazón.
Se levantó del pequeño banco y se dirigió al cajón. Extrajo entonces la caja echa con papel y, estirando sus brazos, se la entregó a Jazmín. Ella no la agarró.
Jazmín estaba asombrada, pero no dejaba que en su rostro se dejara ver. Se sintió incómoda. Incluso la mujer más idiota hubiera sabido lo que quería decir con la caja. Estaba tan claro.
A Jazmín no le gustaba Emilio y jamás hubiera sentido algo por él. Se sintió acorralada, enfurecida, colérica. Pero no dejaba que su rostro la delatara; estuvo seria e inexpresiva.
Odió a su mejor amigo.
A pesar de tantas cosas que vivió con él, lo odió con tanta fuerza.
-... Jazmín -continuó Emilio en donde se había quedado- Me gustas mucho, Jaz. Me gustas desde que nos conocemos. Y quisiera saber si... Si tu... ¿Te gustaría ser mi novia, Jazmín?
Algo, que no sabía qué, explotó dentro de Jazmín. No pudo saber qué era, pero sintió un dolor en el costado izquierdo y en el centro de su pecho.
Salió de su ensimismamiento cuando escuchó la palabra novia. Se había perdido cuando Emilio le había dicho que le gustaba.
Miró la caja con forma de corazón en las manos de su amigo y, con el ceño fruncido, golpeó la caja con todas sus fuerzas.
El corazón salió volando hasta el sillón donde Jazmín había llegado a sentarse. La caja se abrió, dejando salir de ella la hoja color rosa y la pequeña hoja blanca con el poema escrito en ella.
Confirmó entonces lo que ya suponía, que la caja era un confesionario dirigido para ella, para Jazmín.
Enfurecida, sin mirar siquiera a su mejor amigo, Jazmín empujó el teclado para levantarse, y salió de la casa. Su cara estaba roja y no sabía por qué. Se sentía con calentura. No había sentido nada igual antes.
Afuera estaba lloviendo. El clima, tan loco por entonces en la ciudad, era capaz de mantener a las personas únicamente en ropa interior por la tarde, y en la noche obligarlos a abrigarse hasta donde no pudieran.
Y, aunque lloviera e hiciera un frío tremendo (nada en comparación con el calor quemante de la tarde), Jazmín no podía sentir el clima como era: ella tenía calor y estaba sudando.
¿Qué había pasado?, se preguntó de camino a su casa. ¿Desde cuándo Emilio sentía algo por ella? ¿Por qué? ¿Por qué ahora se lo decía? ¿En qué estaba pensando? ¿Qué quería lograr?
Era muy obvio, pero Jazmín no podía dejar de preguntarse. Le fue difícil pensar en otra cosa mientras caminaba rápidamente bajo la noche lluviosa. Con el paso acelerado que mantuvo, no tardó más de treinta minutos en llegar.
Su casa seguía vacía. Por primera vez en todo el día no se percató de que sus tíos no estaban.
Azotó la puerta tras de sí al entrar. Lo primero que pensó fue en tocar su guitarra, como lo hacía siempre que se sentía de mal humor, extasiada, enfurecida, triste, disgustada, extraña. Tocaba su guitarra se sintiera como se sintiera; para ella era algo indispensable.
Sin embargo, y tan extrañamente, en ese momento no se sintió con ganas de tocarla. Pero ella la tocaría se sintiera como se sintiera, incluso si no se sentía con ganas.
Se dirigió a su cuarto, azotó la puerta igual, se quitó la ropa, se puso una para dormir, tocó unas notas, lo dejó y se durmió.
. . .
Su tía la despertó temprano por la mañana. El primer día de clases estaba a una hora de ella. La guitarra a su lado parecía haber dormido con ella, pues estaba cubierta por las sábanas acostada en la almohada, junto a Jazmín.
-Buenos días, Jaz.
-¿A qué hora llegaron?
-Un poco tarde -admitió su tía-. Me sorprende que te hayas dormido tan temprano. ¿A qué saliste?
-No salí -mintió.
-¿Entonces dejaste esa ropa afuera para que tomara el aire?
El pantalón y la camiseta estaban en el suelo, detrás de su puerta, húmedos por la lluvia.
-No -dijo Jazmín, tras un suspiro de culpabilidad.
-Bueno, apúrate, Jaz. Ya terminaron las vacaciones, hoy vuelves a la escuela.
-Ya voy -asintió mientras se frotaba los ojos y su tía salía de su cuarto para prepararle el desayuno.
Pensó entonces que, aunque no quisiera que sus tíos entraran a su cuarto, tendría que dejarlos, para que la despertaran por la mañana.
Saludó a su tío, que estaba en la mesa con un plato de espagueti, desayunó, se bañó, y se vistió con menos ganas de las normales. Es decir, que si antes de la confesión de su amigo no se sentía con ganas de la vida, ahora mucho menos. Y podía sentirlo en el cuerpo, desde sus piernas hasta su cabeza, que le dolía un poco.
Cuando llegó a la escuela, el retumbar de la campana le provocó un dolor un poco más fuer-te en la cabeza. Se sintió mejor cuando se hubo sentado en su lugar y recostado en su pupitre.
Emilio se sentaba a tres filas de ella y dos lugares en frente. Le fue muy fácil evitarlo la mayor parte de la mañana. No fue hasta el receso que ya no pudo ignorarlo más, pues él se le presentó de frente.
Jazmín se dirigía detrás de los salones, a donde casi nadie iba (a excepción de quienes les gustaba dormir y no ser molestados), para poder estar sola. Para ello debía pasar al lado de la cafetería. Allí, Emilio la alcanzó.
-Jazmín. Jaz, Jaz, por favor, no me ignores.
Pero ella no dijo nada y lo empujó para poder pasar.
-Jazmín, no es lo que parece.
Entonces ella volteó. De nuevo volvía a estar furiosa.
-¿Entonces qué es, Emilio? ¿Con qué estúpido pretexto vas a hacerme creer que esa no era una caja de corazón con una hoja rosa dentro?
-Sí... Sí era una caja de corazón. Y la hoja sí era de color rosa. Pero no era nada más. Pensé que la caja sería buena para la portada de tu disco... Y en la hoja... Había un poema que escribí para hacerla canción.
-Vete a la mierda -soltó ella-. No soy estúpida.
Acto seguido, empujó con fuerza a su amigo y caminó a zancadas grandes hacia la parte de atrás de los salones.
Allí, se sentó en el pasto. No se sintió con ganas de comer. Confiaba en que Emilio no la siguiera, y así fue. El resto del día se sintió desganada, pero su día fue bueno. Emilio no la buscó en todo el día, y eso le pareció perfecto.
La casa estaba vacía de nuevo cuando regresó de la escuela, sólo ella y la soledad inminente. Se preguntaba a qué tenían que salir sus tíos tan seguido. Ese día llegaron casi tan tarde como la noche anterior.
Consideró su primer día, después de dos semanas de vacaciones, como amargo. Y se dio cuenta de que había perdido una muy buena amistad, un amigo con el que compartió muchas y muy buenas cosas, aunque, debido a su enojo, le dio igual haber roto la relación que tenía con Emilio.
Sabía que pasadas unas semanas su cólera disminuiría y, entonces, le dolería la pérdida de su mejor amigo. Pero también tenía por seguro que, sin importar lo mucho que sufriera por esa cruda despedida, no dejaría que Emilio se acercara a ella.
Habérsele confesado fue lo pero que Emilio pudo haber hecho, pensó Jazmín.
A solas, tendida en su cama, pensando qué hacer los días siguientes para evitar a su amigo, Jazmín se quitó el grisáceo uniforme y se puso ropa cómoda.
Tomó su guitarra y retomó las notas que había considerado basura el día anterior. Lo reconsideró como un coro. Pero estaba perdida ¿Por qué se aferraba a las mismas notas siempre? No conseguía terminar la canción.
Empezaba a rendirse, a creer que era una estupidez lo que soñaba. ¿Por qué quería ser músico? Podía ser ingeniero, doctora, cineasta, contadora... Pero ella quería ser músico. Pero qué idiotez.
Nunca en su vida había pasado por tales cuestionamientos. Ansiaba probar la mayéutica con alguien, sólo para saber si estaba haciendo bien las cosas o si se dirigía por el mal camino, pero, lamentablemente, acababa de perder a su mejor amigo, único de confianza para ella.
Quería escribir una canción que reflejara lo que sentía, que fuera profunda.
Se recostó en su cama con sus manos cruzadas sobre su pecho. Miraba hacia el techo, blanco, sin inspiración. Buscó con la mirada algo que alimentara su imaginación, pero en su re-cámara no había algo digno de sacarle provecho creativo. A excepción de una cosa.
Sobre su cabecera tenía un póster de la banda Nirvana, con Krist en la guitarra, Dave en la batería y Kurt cantando con el alma. Lo sabía porque las venas de las sienes y de la frente le saltaban, y el sudor de su rostro brotaba hacia el escenario, haciendo brillar las gotas con la luz de las lámparas. El apretar los ojos con fuerza delataba que no sólo disfrutaba lo que hacía, sino que lo dejaba todo en el escenario.
Jazmín admiraba eso. Ella quería ser así, como él.
Y entonces, casi de la nada, le llegó la lírica y los compases a la cabeza. Fue como una iluminación desde su corazón.
Rápidamente tomó una hoja de su cuaderno y escribió todo lo que tenía en mente, temiendo que se perdiera.
Le gustó mucho cuando lo probó en la guitarra, y la letra cuando la cantó. Era lo que estaba buscando.
Era perfecta. ¿Cómo llamarla?
En cuatro minutos de canción describía lo que había pasado con Emilio. Expresaba como se sentía al haber arruinado una amistad de dos años atrás.
Miró la fotografía de Cobain, esperando una respuesta. Se lo imaginaba cantando mientras capturaban el momento. Cantaba Smells like teen spirit y Heart-shaped box.
Así era. Kurt se inspiró en un momento de su vida para escribir ambas canciones, y ella to-mó como referencia un suceso de su vida. Llegó a sentirse como una verdadera músico cuando encontró el nombre para su canción.
La caja con forma de corazón fue como la tituló.
Pudo desahogarse en unos cuantos simples versos. Ahora ya no se sentía tan frustrada. Esa mala pasada le había servido para terminar lo que hasta ahora no había podido. Estaba orgullosa por primera vez de algo que ella misma había hecho.
Se sentía como Kurt cuando Frances nació, pero tenía miedo de sentirse como él cuando se dio cuenta de que su fama lo había llevado hasta el abismo.
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