Con mi primer trabajo, conocí a Dora, una chica pelirroja, encantadora, esa chica que a la segunda o tercer salida le presentás a tu madre, sin problema, una chica de primera¡
Salimos meses, disfrutamos el uno del otro, lo que toda pareja en sus primeros meses de romance. Me deslumbraba de Dora, su cuerpo frágil y gracioso, sus nalgas tan firmes, aunque de senos pequeños una verdadera poesía andante.
Pensaba en ese entonces que había encontrado un cierto equilibrio, había logrado domar mi fantasía, y Dora de una manera involuntaria, hacía posible que continuara mis visitas a las hermosas damas de la noche, a mis amas de pago.
Vivimos una relación de años, Dora en la cama era una chica inquieta, a veces, aunque no me creía su personaje, intentaba una especie de actuación que incluía atarme, arañarme, llévame mi cabeza a su pelvis y "obligarme" a dar besitos en su vagina.
Yo hacía mi trabajo, le regalaba cada viernes ropa muy sexy, y cuando el dinero me lo permitía, zapatos de taco fino, o botas de cuero de taco alto. Las tangas dibujaban sus nalgas duras y redondas que supe besar en noches incansables.
Como toda relación, tuvo su cúspide, luego simplemente se mantuvo en una línea monótona y quizás cansina y luego...decayó.
Comencé a concentrarme en terminar mis estudios, en trabajar cada vez más horas y más concentrado, hasta que la relación se agotó. Duró años...lo tomé como un verdadero casamiento, aunque nunca existió como tal.
Dora se fue para no volver jamás, fuimos cómplices en matar la relación despacito pero sin pausa. Culpables...como en toda relación...culpables fuimos los dos.
Ahora, con casi 30 años, con un trabajo que me permitía viajar a distintas partes del país, con cierta experiencia en el amor, y con mis ganas locas de conocer a la que será mi ama, el reloj y el mundo, están de mi lado.
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