Esa ciudad tenía en sus calles los colores del hierro oxidado. En las puertas de las casas habían niños delcazos, con un parche en el ojo, la risa había huido de sus vidas. El silencio de los adultos era un ruido insoportable. Todos miraban como cuando nada existe.
Esa ciudad tenía soles calcinantes que domaban con furia las espaldas de los jornaleros abandonados en la sed. Había esquinas con paredes pintadas por la luz natural, había parques abandonados, en los que el viento se abrazaba a sí mismo.
Un día el cielo se convirtió en una lámina ploma de acero, fue entonces que la pesadilla se posó en la realidad.
Un viejo sentado en el ocaso, miró como las nubes se despintaban, entonces sus ojos se cerraron como el universo.