Se llama indiferencia. Se traduce como la indolencia del alma ante situaciones que, en comunes humanos, estrellan contra la moral y las buenas costumbres. También es el ignorar por completo muchos sentidos de la vida, a la sazón nihilista. Se llama indiferencia. Duerme como una bestia muerta en mi estómago, mi abdomen caliente y mente sedada. Beso mil flores, todas huelen a pasión, a una vainilla de flor azucarada; pero ninguna consigue siquiera el llenar al menos un poco de mi pozo luminoso. Ninguna flor me interesa. Y todas saben muy bien. Y no duele, no hay conciencia. Hay razón, hay libertad.