La llama del encendedor iluminaba apenas el lugar sucio y maloliente. Yo había vivido la mitad de mi vida allí, pero la casa ya no era la misma.
Observé las paredes ennegrecidas que mostraban señales de la tragedia. Un par de ratas se escabulleron detrás de lo que quedaba de unos trastos viejos. Algunas sombras pisaron mis talones. Las ignoré y continué avanzando entre restos desvencijados tratando de no hacer ruido. Los vecinos suelen complicarlo todo; lo mejor era ser cauteloso para evitarse problemas.
A pesar del tiempo transcurrido recordaba el escondite con exactitud.
Fui hacia la puerta trasera guiándome con la luz tenue del encendedor. La abrí y caminé hasta el viejo ciruelo, que por suerte continuaba en pie.
Conté veinte pasos. El dinero y las joyas de mamá estaban enterradas allí. Iluminé la zona con cuidado y percibí el calor de la llama en los dedos.
Entonces recordé el incendio, los gritos de mis padres, los años de cárcel.
La pala estaba en el trastero junto al rastrillo y la azada que el viejo había comprado para trabajar en su pequeña huerta.
Es increíble lo que puede hacer el fuego, pensé mientras tomaba la pala y comenzaba a cavar.
Texto agregado el 23-10-2017, y leído por 273
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Digno ganador. En cuentos pequeñitos como lo es éste, es importantísimo el final. Le colocaste uno muy bueno. eRRe
23-10-2017
Impactante! Un cuento que logra pintar con escalofriante precisión la miseria humana de algunos personajes siniestros. Fue uno de mis favoritos. Felicitaciones! Un abrazo. Clorinda