Un beso al lado del corazón
—La consideraba yo digna representante de la belleza humana, bella creación que los dioses me habían mandado —dijo el hombre hincado de rodillas, mientras de sus manos colgaba un antiguo rosario con la imagen de Cristo al final. Los ojos cerrados. Sumergido totalmente en su rezo, sin nada que le pudiese distraer. Unos segundos de silencio y por su mente pasaron los recuerdos de esa noche, donde inició todo motivo de su actual perturbación
“Era la mujer ideal. Ella bonita, sencilla, carismática y comprensiva, con una mirada que expresaba todo, con esos bellos ojos azules, como el cielo claro en un día despejado de nubes. Ojos que reflejaban ternura, simpatía y amor. La miraba yo con singular y profundo afecto. No encontraba razón para vivir hasta que llegó ella. Habiéndola conocido hace años por casualidad, mi mente y mi alma no dejaron de pensar y suspirar un instante por ella. Sabía por alguna sensación desconocida y un impulso que provenía desde lo más profundo de mí ser que esa mujer era mucho, demasiado para mí.”
“Su forma de ser, su tono de voz, su manera de hablar, me habían llamado la atención desde el primer momento que platiqué con ella. En segundo plano tomé en cuenta su bella sonrisa, su hermoso cabello color café que reposaba con delicada y simpática gracia sobre sus hombros, su linda y suave boca que parecía dibujada a mano por las mismas manos de Dios creador, y sus majestuosos ojos que brillaban con hermosura con cada mirada que ella hacía sin importar a donde o a quien.”
“No diré su nombre, pues ese sonido aún me mata de escalofríos y llena mi mente de recuerdos que no quiero escuchar, pero también regresan a mí algunas imágenes que me gustaría repetir. Pero no, son más las evocaciones que me llevan a rememorar aquellos horribles momentos de eternidad, de suplico y de tortura que me han llevado hasta el punto en que estoy ahora. Entre los recuerdos que intento olvidar se halla una promesa que le hice, ¡Maldita la hora en que lo hice!, con la cual me comprometía a darle un beso al lado del corazón todos los días, demostrándole así mi gran y profundo amor hacia ella, razón de mi vida, motivo de mi existir”
“Soñaba en cada momento, en cada instante que ella caería en mis brazos en matrimonio, pero jamás pensé que mi sueño se convirtiera en realidad. A ella le pareció aquella promesa la más grande prueba de amor que pude haber dado y ese fue uno de los motivos principales con el que vi mi sueño realizado y tenerla frente al altar”
“Pero de la boda no quisiera habla, padre, no quiero entretenerlo con detalles vanos y absurdos, me centraré al grano sin contratiempos...Tras el día de la celebración nupcial, empezó lo que yo creí sería un paraíso mandado por Dios, pero no fue así, sino que se convirtió en todo lo contrario, fue un martirio de los mil demonios -perdón padre- y una experiencia horrorosa que nunca en mi vida podré olvidar, que hace que aún los latidos de mi viejo corazón se aceleren provocando en mí una exaltación de nervios con tan solo relatar o pensar en mi historia, no obstante, algún día tendré que superar ese horrible trauma que me dejó vivir con esa mujer y prefiero que sea lo más pronto posible, antes de que mi corazón deje ya de latir”
“El primer día de casados, siguiendo mi promesa, me tomé el atrevimiento de darle, con todo mi amor, un beso al lado del corazón sobre su pecho desnudo. Fue una sensación de éxtasis total, un orgasmo de sensaciones encantadoras que delataba nuestro amor mutuo. Ella suspiró desde lo más profundo de su ser y por un largo tiempo, parecía desear con todas sus fuerzas que ese momento fuera eterno y cerró los ojos, alzó la cabeza al cielo y dio un fuerte trago de saliva para mojar su garganta. Yo sentí en mi boca una extraña sensación, como si algo estuviese adentro de ella, era su piel que por efecto de la succión parecía unirse a mis labios, y tragué saliva. Sin embargo, sentí pasar en mi pecho una pulsación singular poco dolorosa, mientras tragaba, y un palpitar en mi pecho empezó en unos segundos para luego detenerse en un instante. "Son los nervios, pensé…, he besado a mi mujer". Nuevamente ella lanzó un suspiro y abrió los ojos. Estaban inyectados en sangre, palpitando cual corazón herido y derramando sangre como lágrimas del cielo. La abracé al sentirla caer cual pluma débil que cayera al suelo, pero no evité que cayera de rodillas desmayada para después caer al suelo con sus brazos pálidos extendidos a mis pies. Toda ella estaba totalmente blanca, pálida, de un color amarillento alarmante. Fue horrible, padre.”
“Me aterroricé al verla desvanecerse en mis manos, no supe que hacer. Me hinqué para intentar reanimarla.”
—¡Por favor, despierta! —le supliqué llorando. Puse mi mano sobre su pecho. Su corazón no latía. Noté que no respiraba. No tenía pulso. Su piel se tornó totalmente a pálida, estaba plácida y no reaccionaba ante algún intento de reanimarla. Supuse lo peor, creí que estaba muerta sin poder explicar por qué. En ese instante desee que estuviese viva, la amaba con toda mi alma y no podía dejar que muriera. Ahora, que anciano vago por las calles de la ciudad intentando borrar algunos de esos recuerdos, pienso en que tal vez lo mejor hubiese sido que la levantara muerta o tomar un poco de valor para tomar un arma y ahí, entre mis brazos de amor, matarla, asesinarla fríamente y terminar con una tortura que apenas iniciaba. Pero no fue así, prolongó su agonía y mi pesar, e hizo más grande mi temor a la vida.”
“Sé que murió y se llevó con ella todos los restos de la mujer que amé, pero también se fue dejándome un horrible trauma y unos malos recuerdos en mi mente, pero para desdicha mía no murió en ese instante, sino que, como ya dije, eso solo era el comienzo”
“Pasaron tres días después de lo sucedido, ella sobrevivió ante tal colapso. Mi corazón se alivió al enterarme de la gran noticia, me hallé por un momento alegre, feliz por la vida de aquella mujer amada, sin embargo, la preocupación por su delicada salud llegó para entristecerme la vida, el médico dijo que ella tenía que reposar en cama todos los días hasta su total mejoría, todos los días.”
“Nos fuimos a casa para estar tranquilos, no confiaba en los hospitales. Subí las escaleras para dejarla en la habitación, ayudado por el doctor que le ayudaría o intentaría salvarle la vida. La colocamos en su cama y yo, con todas las posibilidades del destino de mi mujer en mi mente, me senté al lado suyo, en un pequeño sofá que se hallaba al lado de la cama. El médico salió de la alcoba, cerrando la puerta. Me dijo que sus visitas serían constantes, y que su presencia ese día, en ese lugar, había terminado. Me dejó solo con mi mujer. Yo no quería verla, solo le paseé la mano por su piel como una suave caricia. Ella me miró a los ojos en cada momento que yo permanecía a su lado. Ella en cama y yo en el pequeño sofá esperando complacer cada capricho de mi mujer, por más tonto que fuera.”
“Ella seguía siendo bella, enferma pero bella, sin embargo había varios rasgos de ella que habían cambiado, su pelo era el principal, se estaba quebrando poco a poco y su piel estaba más pálida que nunca.”
—¿En verdad me amas? —me preguntó un día, el quinto después de caer en cama, mientras la veía acostada desde mi sofá.
“Me puse de pie y con una señal con la cabeza y un beso en la frente le afirmé la pregunta. Ella hizo un pequeño gemido y con sus débiles y temblorosas manos desnudó su pecho. Miró mis ojos con los suyos enrojecidos. “
—Bésame, —dijo pesadamente— bésame.
“Lancé un suspiro y la acaricié por todo su cuerpo mientras ella tornaba su rostro de dolor al de placer. En ese instante no recordaba la promesa, pero al seguir acariciándola y al escuchar sus ahogados orgasmos, le di un segundo beso al lado del corazón. Éste segundo fue mejor, fue más mágico y significativo. De pronto, ella, con sus manos, retiró tiernamente mi cabeza de su pecho y colocó sus labios sobre los míos. Fue, padre, uno de esos momentos en los que uno desea que sean eternos. Pero pronto ella dejó de besarme, estaba agotada y deseaba dormir. Me alejé de ella para salir de la habitación como me lo pidió.”
“Antes de salir, volteé a verla. Cerró los ojos, palideció más. Los volvió a abrir en un instante, no dije nada ante su silencio. Su rostro era serio, estaba muy estático, como si mantuviera entre dientes un ahogado grito de dolor o una risa macabra que no quería sacar. Sus ojos quedaron quietos en ese momento, no parpadeaba. Vi como su larga cabellera se quebraba, se quedaba calva. La amaba y veía como poco a poco moría. Le di la espalda para que no me viera llorar. Después de un momento volteé la mirada hacia ella, me sorprendió fuertemente la imagen que vi. En un instante ya estaba totalmente calva y solo quedaba sobre su cabeza, pequeños indicios que indicaban que algún momento tuvo cabello. Su piel se había tornado de ese pálido grotesco a un gris aterrador. Sus orejas, ¡Vi, padre, como se caía sus orejas! Sus ojos rojos se inundaron más aun en un rojo espeluznante, fueron totalmente llenos de sangre. Sus manos, sus delicadas manos parecían de anciana o de algún reptil por la textura de su piel.”
“Creí que en ese instante había muerto, pero no ¡Ella estaba viva! Aun respiraba, escuchaba su doloroso inhalar. Toda la bella mujer que yo conocí se había convertido en un instante en un simple ser con aspecto de estorbo. Había muerto la belleza en ella. Había muerto mi amor por ella, sin embargo nació en mí la sensación de culpa que llenaba cada hueco vacío de mi alma porque sabía que, lejos de ese ser, existía en ella la mujer que tanto había amado.”
“Pasaron los días, ella no mejoró ni empeoró su situación, continuó igual desde aquella mórbida metamorfosis. Se fue degradando la imagen de humano en ese ser, estaba demasiado delgado, ya no existía un solo músculo en ella, solo la piel pegada a sus horribles huesos. No sabía qué hacer, sabía que era inevitable su muerte. Los doctores no hallaban respuesta a su enfermedad y describían todo como “raro”, “extraño” “es cosa del demonio”.
“Hubo un día en que pensé asesinarla. Era tanto el dolor que veía que ella sufría como el dolor que me causaba verla. No lo hice, padre, y ahora me arrepiento.”
“Un día, pasados cuatro desde el último alimento que comió ese ser, mi mujer, después de la partida del doctor, sucedió lo previsto. Escuché su respirar, su último aliento. Vomitó comida, el alimento que había comido y que parecía mantener en su garganta. También vomitó sangre y me quedé con las manos cubiertas de rojo.”
“¿Culpa?, No tengo ¿Por qué la tendría?” pensé varios días después del entierro del cuerpo.
“A pesar de eso, sabía que en mi ser existía una gran pesada culpa, pero no quería reconocerlo. Sin embargo, parecía que ese remordimiento me quería matar. Empecé a tener síntomas extraños, mareos, náuseas, sueño, jaqueca y todo aquello que indicaba que la enfermedad había llegado a mí.”
—Lo recomendable, sería que, por enorme que sean las ganas, no vomite — me dijo el médico que me visitó en mi lecho.
“Estaba en la misma cama en que el cuerpo de mi mujer estuvo moribundo. Quizás la muerte vendría por mí. Estaba pensando en la promesa que hice y que solo cumplí un par de veces. Las imágenes horribles de mi mujer, de cómo cambió tan de pronto, pasaban por mi cabeza. No me dejaban vivir”
“Padre, ayer fui al cementerio. Realmente nunca había estado ahí más de un minuto desde hace cincuenta años que ella murió. Siempre que iba me daban nauseas, recordar la última imagen que tenía de muy amada mujer no me era grato, me daba asco realmente, pero francamente me dieron ganas de llorar.”
“Estuve frente a su lápida. Leía repetidamente su nombre escrito a cincel, como deseando que solo fuese alguna ilusión, pero no era así y solté a llorar. Cerré el puño fuertemente y mis huesos de la mano tronaron. De pronto no supe nada de mí, y en un segundo, no lo sé, me cuesta trabajo pensar que yo, a mi edad y con mi debilidad haya abierto la tumba de mi amada. Pero eso pasó, la tierra y el féretro ya estaban afuera y una pala a un lado, padre, ¡Profané la tumba…!”
“Recuerdo que hice, cada sensación, cada deseo de abrir ese cajón y no encontrar nada, o quizá solo ver un simple esqueleto. Pero no fue así. Traté de abrirlo con mis propias manos pero no pude, quizá gasté todas mis fuerzas en sacar el ataúd del suelo, así que tomé la pala y solté un gran golpe a la madera que ya había sido atacada por la polilla y se levantó una espesa y pesada cortina de polvo. Impedía respirar bien, apestaba a humedad y a viejo, pero extrañamente no olía a muerto.”
“La busqué con la mirada y por un rato ni me pude encontrar a mí mismo. Fue cuando el polvo por fin se cayó al suelo. La vi, estaban sus restos reposando sobre el acolchonado cajón. Pero, padre, fue horrible verla, era, era como si el tiempo no hubiese pasado, o como si nunca hubiera cambiado por la enfermedad o como si nunca hubiese muerto, pues estaba totalmente hermosa, tal como la recuerdo ahora, antes de la boda, cuando de ella me enamoré.”
“La tomé entre mis brazos y solté a llorar, jamás me había dolido soltar tantas lágrimas al suelo. Era el cuerpo de un ángel divino. La besé, padre, ¡La besé! La besé y saboreé su carne, su piel y su aroma dulce, como cuando estaba viva. Sin embargo de pronto, cuando de mis ojos salían las más dolorosas lágrimas y de mi pecho emanaba nuevamente el afecto y el amor que tenía hace años por ella, sentí como de entre mis manos se movió su cuerpo. Pero no, solo era mis nervios, era mi corazón el que latía de ansiedad por besarla de nuevo. La tomé con ternura, la acaricié con mis ahora pesadas manos, padre. La besé en el pecho, ¡La besé como nunca antes lo había hecho! Pensé sentir su espasmo de placer o escuchar su orgasmo incontenible, pero solo era el viento que me susurraba al oído y un poco de mi imaginación.”
“Después alejé mi boca de su pecho, un horrible sabor llegó a mi sentidos. Una nueva racha de aire resopló en el cementerio, y con ello un ulular de una vieja lechuza llegó a donde yo estaba con mi esposa, queriendo amarla como antes. Fue cuando de mis manos sentí que se desprendía, como si ella de pronto se pusiera de pie con sus propias fuerzas. Sentí como mi cabello era empujado por el viento. Creía que me desmayaba, y para aferrarme a la realidad y no caer inconsciente, le di otro beso. ¡Maldición, padre! ¿Por qué se lo dí? Mi boca se sumió en su piel, en la parte del pecho donde la besé. Retiré con un horror que creo usted comprenderá, y vi, con mis ojos temblando de miedo, que el interior de su pecho, del lado izquierdo, se hallaba vacío, sin huesos, sin carne, sin corazón, todo lo contrario a lo que parecía tener por su bella imagen de muerta. Era pura piel. De pronto, padre, ¡Padre! ¡Se hizo polvo totalmente en mis manos! ¡Se fue volando con el aire! Todo el cuerpo se dispersó por el cementerio en mil partículas que llenaron todo a la redonda de un apestoso olor a cadáver.”
“Quedé impregnado del horrible cuerpo y sin poder aguantar más, dejando la tumba abierta y el cadáver hecho polvo en el aire, sintiendo una pulsación en mi garganta que subía y subía desde mi pecho, me puse de rodillas ante el féretro, asomé mi cabeza, acerqué mi boca y nuevamente la horrible pulsación en mi garganta. “Solo un beso” murmuré al aire con un grito de increíble dolor. Otra pulsación en mi garganta. Las náuseas se hicieron más potentes. Y después al fin, tras ese doloroso martirio, abrí la boca y vomité, ¡Vomité sangre sobre el ataúd abierto!; pero supe al instante que eso no fue solo sangre y eso lo sentí al saber a mi garganta herida, rasgada desde las entrañas por tan increíble esfuerzo. Respiré intentando recuperarme de tan agudo ardor y busqué con mi mirada al suelo del ataúd. Me paralicé al ver algo de tamaño casi al de un sapo saltando entre la sangre, hacía un fuerte y constante ruido similar al de un tambor, pero hiriente cual si estuviera dentro de mi cabeza. Lo observé cuidadosamente y me horroricé al comprobar lo que era…”
¡Vomité sangre! ¡Vomité sangre con un corazón latiendo! ¡Era el horrible corazón que me faltaba! ¡Era el bello corazón de mi mujer amada…! ¿Ahora comprende usted la razón de mi locura? ¡Por un beso! ¡Por un beso al lado del corazón!
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