A los siete u ocho años de edad, me comenzaban a agradar algunas gesticulaciones, algunas poses en el sexo opuesto, quizás sentía especial atracción por los senos, por las piernas cruzadas y sentía especial curiosidad, mezclada con un poco de devoción por la fuerza femenina. Recordemos que por aquél entonces, difícil sino imposible era acceder a algún material erótico.
Me deslumbraban personajes televisivos, quedaba boquiabierto con nuevos personajes como la mujer maravilla, que aunque en blanco y negro me fascinaba, una mujer invencible, que además te atrapaba con un lazo, te hacía decir la verdad, era para mí; Dios encarnado en una mujer hermosa, el clímax que todavía ni asomaba en mi vida.
Por supuesto, ni remotamente pensaba que era mi primer acercamiento al deleite por la supremacía femenina, era simplemente una imagen que me despertaba curiosidad, pero ya desde la niñez, me sacudía.
La belleza del personaje, y sus diversos poderes me atrapaban. Quizás ese, mi primer episodio femdom me marcó un camino, una tendencia, pero repito, ni cerca estaba de pensarlo como una preferencia sexual, algo que al pasar de los años iba a asumir...al comienzo...como una tortura. Lentamente me abría camino a la masturbación, algo en mis entrañas me excitaba, lo viví como un hecho agobiante, me preguntaba constantemente si era anormal, aún siquiera sabía lo que eran pene y vagina, pero esto me comenzaba a inquietar, aunque era...mi más oscuro secreto.
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