Final propuesto:
"estrechó sus manos y se retiró cerrando la puerta muy despacio.
En la oficina, el editor en jefe, quedó con su novela en las manos preguntándose lo mismo que él."
Alcohol en gel
Había terminado la novela de su propia vida, y en su afán por que todo el mundo la conociera decidió editarla.
El asistente de redacción hojeó el manuscrito y lo contactó con el jefe principal de la editorial, quien lo recibió con poco interés, pero al comenzar a leerlo su semblante fue cambiando sin dejar percibir sus apreciaciones.
El sujeto relataba con lujo de detalles cómo era su vida antes y después de casarse, y el giro que experimentó el día que decidió unirse a Nilde.
El primer tiempo, como suele suceder, todo fue normal, incluso agradable – decía -si no fuera por su manía por la limpieza extrema en todos los aspectos, que pronto había comenzado a incomodarle.
Cuando llegaba del trabajo le hacía dejar los zapatos afuera y le obligaba a usar unas chinelas previamente desinfectadas; luego venía la higiene de las manos con jabón astringente y cepillo; por último, alcohol en gel, distribuido generosamente en sus manos, brazos y piernas.
-Las escaleras, la computadora son una fuente de contaminación -decía Nilde –Todo el mundo las toquetea, y vaya a saber qué han tocado antes.
En todas partes había una botella con alcohol en gel. Llegó a obligarle a pasarse el dichoso alcohol por sus zonas íntimas.
Comenzó a temer por su vida ante la posibilidad de prenderse fuego cuando pasaba delante de la llama de la cocina o el termo-tanque, impregnado como estaba en alcohol en gel.
Había pensado seriamente en separarse, pero desistió cuando se enteró de que estaban esperando un hijo.
A partir de allí nunca más tuvo frente a frente a su esposa. Ella le hablaba a través de un vidrio, que desinfectaba a cada rato, y tuvo que dormir en la habitación destinada al personal de servicio.
Cuando nació su hijo no permitió que entrara a conocerlo.
– Por la contaminación –decía mientras cerraba herméticamente todas las aberturas de la casa.
Tuvo que irse a vivir a una pensión, porque Nilde le había cerrado también la puerta principal no permitiendole el acceso. A su vez lo había denunciado ante el juez por abandono del hogar, que por supuesto todos creyeron, y le obligaba a pagarle una mensualidad para los gastos de manutención de la criatura.
El insólito novelista seguía relatando su drama por no poder compartir la vida con su hijo, no ya con su esposa, a la que aborrecía con todas sus fuerzas.
Al final de la novela el sujeto explicaba su martirio y cómo había perdido su trabajo y sus amigos, por su supuesta actitud repudiable. Terminaba diciendo que estaba en la calle, ya que había debido desocupar su habitación de pensión, por falta de pago.
-Ahora que Usted conoce mi verdadera historia, espero que la publique -le dijo a su interlocutor - La gente debe conocer la verdad.
A continuación limpió sus manos con alcohol en gel, estrechó sus manos y se retiró cerrando la puerta muy despacio.
En la oficina, el editor en jefe, quedó con su novela en las manos preguntándose lo mismo que él.
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