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Clarita era la hija de mi amigo Daniel, me la presentó un fin de semana cuando nos encontramos en el colegio en un campeonato deportivo de exalumnos, Daniel era unos años mayor que yo, había terminado el colegio cinco años antes que yo, nos hicimos muy amigos un día que finalizando un partido de futbol fuimos a beber algunas cervezas, desde entonces se volvió una rutina ir a jugar todos los fines de semana y después ir por unas cuantas cervezas, nos hicimos muy amigos al punto de que él me presentó a su familia. A sus padres, a su esposa Rosana y por supuesto a sus dos hijos. La mayor era Clara, Clara Agustina Campos Rivera y el más pequeño de apenas cuatro años se llamaba igual que su progenitor. Dani, le decían en la familia para no confundirlo con su padre.
Mi amistad con Clara se fue fortaleciendo poco a poco, al principio solo eran saludos y besitos en la mejilla, después alguna risa entre confundidas bromas que nacían de mi parte algunas veces y otras por parte de ella. Un Día que fui a buscar a Daniel a su casa en el barrio de La Florida me di con la sorpresa que había salido con urgencia, junto con Rosana llevando a Dani al pediatra porque se había lastimado la pierna izquierda en una caída en la escalera de la casa. Así me contó doña Lucía la mamá de Rosana. Fue entonces que decidí volver a mi casa un poco desanimado ya que no aguantaba más estar en casa junto con Luana, mi novia. Porque siempre discutíamos de cualquier cosa, la última vez se había burlado de mí cuando le conté que había fabricado un bonito mueble para que ella acomode todos los libros que leía y de ese modo no tenerlos en la cocina o en el comedor. Luana creía que yo había preparado el mueble por fastidiarla, por llamarle la atención de un modo bastante sutil lo cual no era cierto. Así que tomó como una ofensa el mueblecito que había hecho y sin medir sus palabras me dijo.
¬-Así que te gusta fabricar cosas.
Asentí de inmediato con una hermosa sonrisa de oreja a oreja que duró solo unos segundos pues Luana arremetió contra mí sin piedad diciendo:
-Mi amor, si tanto te gusta fabricar cosas, ¿por qué no fabricas una alarma que me avise cuando vuelves a casa, después de que te largas a la casa de tu amigo Daniel?
Luana era así, súper mala onda, siempre haciéndome la guerra por las mañanas, por las tardes para después en las noches hacerme el amor. La amaba de noche pero la odiaba de día.
Eran a penas las diez de la mañana y no quería ni pensar qué haría en casa un fin de semana aguantando las bromas bobas de Luana, no sabía a donde ir, lamentablemente siempre había sido un tipo poco sociable, siempre metido en casa rebuscando en el internet archivos de música, discos, videos o cualquier noticia que hable acerca de rocanroles de leones pero siempre solo porque a Luana le importaba un carajo las canciones que le hacía escuchar o los videos que le mostraba, apenas si me dejaba ir a algún conciertillo de una banda chickypunk.
Estaba resignado a volver a casa y a pagar mi penitencia junto a mi chica, me despedí de doña Lucía amablemente y comencé a caminar. Al doblar la esquina y cruzar la calle 13 De Noviembre me topé con Clarita, vestía zapatillas Converse, un pantalón negro desgarrado a la altura de las rodillas no podría precisar el material, una chaqueta horrible de tipo militar, unos anteojos grandes de carey, también negros y unos audífonos grandes que cubrían sus orejas. Nos saludamos con un beso, ella me preguntó por qué me iba, respondí que Daniel no estaba en casa y que por eso había decidido volver a la mía, ella puso cara de asombro y me dijo que le parecía raro porque Daniel nunca se perdía un fin de semana de futbol y cerveza. Le expliqué que había ocurrido un accidente con su hermanito y que habían tenido que salir con urgencia junto con su madre. Clarita se inquietó y miró para todos lados sin saber qué hacer. La tomé del brazo y le dije que esas cosas pasaban con los niños pequeños pero que seguramente no era nada grave, Clara me dijo que ella nunca se había lastimado tan fuerte cuando era niña, yo le dije que aún lo era y que en cualquier momento podría suceder algo parecido a lo de su hermanito, ella molesta me respondió que ya no era una niña, que ya había pasado los quince hace un año y que ahora era una señorita, solté una carcajada pero a Clara eso no le hizo gracia y me miró con cólera y sin saber cómo reaccionar le propuse ir por unos helados, ella aceptó diciéndome que accedía a mi invitación solo porque yo me había portado pésimo llamándola niña.
Caminamos unas tres cuadras y dimos con una tienda donde vendían helados Donofrio, le pregunté si quería sentarse en las sillas dentro de la tienda, pero ella no aceptó, me dijo que prefería caminar hasta llegar a un parque y luego sentarnos un rato a conversar, compré un pote de helado de un kilo y dos cucharas, ella se sorprendió y me dijo:
-Wauu ¿todo eso comes? Por eso estás gordo.
Nuevamente reí y ella otra vez enojada me dijo que era un exagerado, que de todo me reía.
Le dije que debía tomar ciertas cosas con mejor humor, que una niña no podía estar amargada, fue un gran error haber dicho eso, Clara muy enojada me grito:
-¡Ya no soy una niña!
Me disculpé y prometí no volver a llamarla niña nunca más, caminamos mucho hasta que finalmente llegamos a un parque y nos sentamos en unas bancas de cemento, comenzamos a comer el helado, ella muy delicada poniendo solo un poquito de helado en la cuchara, yo como una bestia, hundía la cuchara y sacaba un pedazo de helado y lo llevaba a mi boca, ella me miraba sonriendo y me decía que parecía un marranete. Le dije que no me importaba su opinión y continuaba en mi afán por engullir la mayor cantidad de helado, ella riendo me decía que tenía pésimos modales, cogió un poco de helado con la cuchara y me lo puso en la nariz, comenzó a reír a carcajadas, yo hice lo mismo, reí mucho, saqué un pañuelo del bolsillo y me limpié. Ella me dijo que me veía más bonito con el pedazo de helado chorreando por mi nariz, quiso hacer lo mismo pero se lo impedí.
Así era Clarita, juguetona, traviesa, yo solo tenía un vago sentimentalismo viejo, viejo como el árbol del parque donde nos protegíamos del sol, cómo me gustaba Clara, era imposible no amarla en secreto y vivir con la esperanza de que ella también me amaba tras sus ojos risueños y sus anteojos feos de carey, me gustaba Clara cuando su mirada se perdía en cualquier parte de la calle cerca de su casa, Me gustaba Clara cuando imaginaba que peinaba sus cabellos rubios frente a su tocador, me gustaba Clara cuando soñaba que me amaba desde hace tiempo, cuando me escribió que era su amor, cuando lo entiendo y como hoy lo rememoro, me gustaba Clarita cuando se accidentó su hermano, cuando ella con sorpresa y con llanto escribió en su cuaderno que me amaría siempre y cuando fuera eterno como las estrellas, me gustaba Clara cuando se escapaba del cole para irse conmigo al parque de siempre a soñar con dragones y castillos, me gustaba clara sonriendo mostrándome los brackets de sus dientes, me gustaba Clara cuando a las once de la mañana le llamaba a su celular y le decía que no había podido llamarle antes porque estaba en la cama con Luana, Me gustaba clara cuando le decía:
-Ve al patio mi niña, vuelve a tu salón de clases.
Por mi cabeza pasaban muchas cosas y yo no sabía si Clara se daba cuenta, no sabía cómo mostrarme frente a la niña, sin embargo mi reacción fue rápida que creo ella no pudo notar mi exagerado deseo de tenerla. Le pregunté qué escuchaba en esos gigantescos audífonos, ella me respondió que le gustaba Fernando Delgadillo, desconectó los audífonos de su celular y puso la canción Hoy ten miedo de mí. Yo nunca Había escuchado a Delgadillo pero ese día sonaba maravilloso o es que acaso era maravillosa la compañía de Clarita que cualquier acorde y letra sonaba fantástica. Le dije que me parecía raro que una señorita…, no iba a cometer otra vez el error de llamarla niña, escuchara trova. Le comenté que yo creí que escuchaba a los Backstreet Boys, ella sonriendo me dijo que ese grupo escuchaba su tía Patricia que ya tenía como treinta y cuatro.
La hora nos traicionó y pasó de prisa ella se puso de pie de un tirón y me dijo que debía volver a casa para que sus padres no le llamen la atención. Comprendí que era imposible quedarnos un rato más charlando y escuchando música, la acompañé a su casa, me agradeció por el helado, sonrió y entró corriendo a casa, fue imposible no verle la colita, sonreí travieso y me largué a mi casa, por lo menos ya era medio día y había podido escapar un par de horas de los maltratos de mi chica hermosa.
Cuando llegué a casa Luana estaba de brazos cruzados esperando, me vio e ironizó mi llegada diciendo que por fin un fin de semana llegaba temprano a casa, me tiró en la mesa el plato de comida, era esa comida que a ella le gustaba, una pierna de pollo cocida al vapor, dos rodajas de papas y un pedazo de queso, yo le sonreía y le decía que se veía muy bueno y también le dije que era una excelente cocinera y le agradecí llamándola amor. Ella se puso algo contenta, se sentó a mi lado y me preguntó cómo me había ido en el partido de futbol a lo que yo respondí casi gritando.
-¡Metí un golazo mi amor! metí un golazo, de esos de media cancha.
Ella me miró tierna y dijo.
-Ése es mi hombre.

FIN

Texto agregado el 20-10-2017, y leído por 63 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-10-2017 Si de algo sirve, te sugeriría poner más distancia entre tú y el narrador. No dejarte ver. Escribir alejado del imperio de tus emociones, como dice Quiroga. Por otra parte, buen esfuerzo. D2EN2
 
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