Llegaron por la noche a Saraguro, el frío reinaba en el ambiente. Bajaron del bus, todos cargando los instrumentos: guitarras, zampoñas, quenas, pallas, rondadores, bombo, redoblante. Saraguro estaba de fiesta, la plaza central, a esa hora, desbordaba música, danza, comida, alegría comunitaria.
Cuando los vieron bajar del autobús los priostes de la fiesta fueron a recibirlos, inmediatamente los condujeron hasta el escenario. Ahi, sin descanso alguno después del viaje, subieron y tocaron.
Aplausos, chicha. Cuando bajaron del escenario los indios de Tunkarta los esperaban para invitarlos a la comunidad, entonces todos, músicos y anfitriones, agarraron camino de tierra en la fría noche estrellada.
Cuanto caminaron, no sé; una hora, dos horas, no importa, iban tocando pallas y redoblante, sonaba como homenaje a la tierra, a las estrellas.
Cuando llegaron a Tunkarta la noche era plena. La casa comunal estaba llena, sombreros negros, blancos, ponchos negros. Ahí llegaron, ahí donde la noche era más noche, donde se respiraba misterio alegre.
Entonces otra vez las pallas sonaron, todos bailaron, y la vida en Tunkarta se eternizó. |