SER OTRO, SER MEJOR QUE ANTES
Hay un pasaje de mi vida que me gusta compartir. Trata acerca de una de las tantas disyuntivas, en las que a pesar de las circunstancias drásticas, la firmeza de mis decisiones me ha sacado adelante (o me ha hundido, pero al fin mi decisión). El relato es el siguiente: estaba por cumplir 18 años, cuando hastiado de la vida azarosa y de violencia que llevaba, decidí cambiar. Dejar atrás las relaciones destructivas que mantenía con mis amigos, la mayoría de los cuales destruían su existencia en las drogas, el alcohol y la guerra entre pandillas. La verdad, esto se había convertido para mí en un verdadero infierno, que tenía que sofocar a como diera lugar, bajo la perspectiva de que si no lo hacía, moriría.
Describir la situación en la que me encontraba, aún me provoca escalofríos. Convivir con jóvenes suicidándose en el vicio lentamente, era algo inaudito; o estarse cuidando de la otra palomilla o de la policía, que en esos tiempos era bastante abusiva y represiva, era algo así como una lija tallando frenéticamente el alma.
Entonces decidí alejarme de ello. Y como me enteré de una escuelita donde los jóvenes se reunían no para enviciarse, sino para tocar la guitarra o para aprender algún oficio, me acerqué. La escuelita se encontraba en una de las colonias aledañas a la mía. Cuando me dirigía a ésta, me encontré con uno de mis amigos, apodado “la Española”. Nos saludamos. Me preguntó hacia dónde me dirigía. Le contesté que en sentido contrario. Éste, acostumbrado a mi incondicionalidad, me pidió fuera con él a comprar droga a un lugar de mala muerte. Me negué. El insistió e insistió, pero como yo estaba decidido a dejar la vida loca, dije no, una y otra vez, hasta que enfurecido me abrazó por el cuello y poniendo una navaja en mi costado derecho, me emplazó a hacer lo que él quería o a ser apuñalado.
Mas ya decidido como estaba de alejarme de aquel infierno que mi amigo representaba, sin temor a su advertencia, exclamé: ¡Has lo que quieras, pero yo voy para allá y tú vas para otro lado! “La Española”, volvió a conminarme a que lo acompañara o sufriera las consecuencias. Más mi decisión estaba ya tomada, pasara lo que pasara y volví a decir: yo voy para allá y tú para otro lado.
Sentí la punta del filo pellizcar mi carne, y el brazo de “la Española”, aprisionar con mayor fuerza mi cuello. Pero no podía flaquear, pues, ya que si lo urdía, algo peor que la muerte encontraría. Intenté disuadir a mi amigo a que recapacitara su acción, a que recordara todo los años en los que yo había sido fiel a nuestra amistad; las veces en las que lo defendí de las otras pandillas; en las que había curado sus heridas; en las que lo invité a comer a mi casa y acompañé en los momentos más difíciles de su desvarío existencial.
Éste, lejos de recular, volvió a insistir, tal vez presintiendo que una vez que me dejara ir, sería para siempre, cosa que así fue. Cerré los ojos, pensando en lo que alguna vez, alguien quien había padecido una cuchillada, me dijera: “No duele, sólo se siente calentito”. Esperé la estocada. Pero ésta nunca llegó. Luego “la Española” liberó mi cuello de su brazo, y enfundando su navaja entre sus ropas, con lágrimas en los ojos, se despidió de mí.
La firmeza de mi decisión me había salvado la vida, sacado del infierno en el que estaba. Me había transformado en otro, o sea, me había impulsado a ser mejor que antes. Cuando llegué a la escuelita y observé el ambiente, no pude más que agradecer a la fortaleza de mi decisión, ya que ello hizo que yo conociera y conviviera con personas distintas, que lo único que querían era vivir en una sociedad distinta, en la que el arte y la cultura; la educación era de suma importancia.
Mi amigo, con el paso del tiempo se degrado aún más, hasta encontrar la muerte producto de las drogas y el alcohol. Si bien, nuestro último encuentro fue dramático, guardo recuerdos de él, como un niño risueño y agradable; luego, como un muchacho trabajador y bien vestido; desprendido, que fundara varios equipos de fútbol para divertirnos sanamente; galante y suertudo con las muchachas, pero que con el tiempo, no sé porqué razones, degeneró, a tal grado, que los últimos días de su existencia deambulaba como un perro enflaquecido y solitario.
Pobre de mi amigo, creo que si no se hubiera enrolado en ese abismo, seguramente ahorita estuviéramos conversando acerca de nuestra juventud, que si bien fue dura, también tuvo sus momentos de alegría.
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