Después de un hecho trascendental, a un poco menos de llegar a siete décimos del siglo pasado, mi país dió un cambio brusco en el estilo de canalizar la vida nocturna. Y, lo primero fue el hacerse visible un añadido a nuestros tradicionales rones y cervezas, que trajo consigo la necesidad de oscurecer el interior de los clubes. Que, entonces, se les llamó 'boites' y pasaron a prescindír de elementos decorativos, de la fina limpieza y de la imposición de tener ciertos cuidados al vestir.
Convirtiéndose, por supuesto, en cajas opacas dónde los sirvientes necesitaban focos portátiles y una excelente retentiva con los sonidos característicos del comportamiento humano. Asombrosamente, también se perdió la exigencia por la buena música. Y lo que dominó fueron las grabaciones con popurríes y las baladas y boleros de duración prolongada. Esta variante acomodó en exceso a los propietarios, pero les redujo la seguridad al cobrar las cuentas.
Tuve la dicha o la desgracia de contar con uno de éstos negocios a la vuelta de mi casa. Y en lo tocante a la 'suerte', la condición de que el dueño me conocía dentro y fuera y viceversa. De ahí, el trato que recibí aquella noche de un otoñal viernes al abrir la única puerta de entrada y que un haz lumínico proyectó mi físico en la dirección de la escrutante mirada de Héctor, imagen que su retina envió al cerebro y que éste a su vez, archivó en la lista de clientes. Lo que siguió fue un saludo con su voz de cañón y una invitación a que ocupara el lugar más próximo al 'counter'.
Cuando por un efecto mágico de la visión humana encontré el asiento, ya dentro de un vaso se había iniciado un proceso de evaporación, provocado por la acción del semi-whisky criollo en contra de un par de cristales de hielo. Hicimos, después, un ajuste de nuestros timbres vocales para equilibrarlos con la unión del murmullo reinante y las notas de un bolero de Mario Echeverría que reproducía el tocadiscos. Pero, antes de abordar el primer tema, copas en alto para brindar, entró otro haz de luz.
Y ésta vez se trató de cinco figuras juveniles. Cuatro chicas y un galán que fueron acomodados a la única mesa disponible. Quedando mi lugar entre éllos y el mostrador de Hector. Con el labio inferior, mi 'enyabe' apuntó hacia tres de las jóvenes que se habían sentado en la parte opuesta al sitio que ocupaba yo frente a él. Mientras que el varón y la niña restante, ocuparon el lado contígüo a mi taburete. Hasta ése punto, me había quedado clara la señal de mi amigo.
Y con más evidencia aún, cuándo el chico bordeó con su brazo derecho el cuello de la jovencita. Obviamente, Héctor me advertía de la disponibilidad que tendría de bailar con ésas tres que aparentanban estar libres. Y muy cierto, era que entre los machos de la época se estilaba ése tipo de 'ayuda'. Sin embargo y para sorpresa nuestra, el joven dejó la 'suya' sola y trotando con las otras, se diriguió hacia el cuarto de danzar. Pero luego de un tiempo largísimo, regresó y volvió a marcar territorio con la que quedó dándome la espalda.
Después de lo cuál, repitió el mismo patrón. Fue cuándo Héctor pensó que lo mío aquella noche, sería convensar con él. Y así pareció ser, ya que a la brevedad los cuatro regresaron a la mesa en silencio y el muchacho ciñó el mismo brazo al cuello de la niña solitaria y ésta, a su vez, con su brazo izquierdo hizo lo propio con su cintura. Luego de un inmedible lapso y sin mirar hacia atrás, élla deslizó su mano derecha por debajo de la mesa y asió delicadamente la mía. Hubo segundos en que todo mi ser se quedó atónito. Y mi cerebro nulo. Incapaz de enviar alguna orden a mi brazo. Y, Héctor, que no lo supo, siguió hablando sólo.
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