Había abusado de la bohemia, la hora más oscura, esa cercana a la aurora, lo sorprendió lejos de casa, no había condiciones de llegar, los tragos, la madrugada, el enamoramiento por las calles oscuras y desiertas, ayudaban a la decisión de buscar un refugio en el que dar espacio al sueño de cansancio.
Ahí en un parque encontró el refugio, una resbaladera de cemento era ideal para combatir el frío. Boca arriba mirando un oscuro cielo repleto de estrellas, los delirios bohemicos tenían un escenario ideal. El sueño ganó la batalla. Sumergido en a oscuridad individual fue una sombra más de la madrugada.
Una mano palmeando su hombro ha roto el celofán del sueño; cuando la mirada ha vuelto al día, los ojos se han encontrado con el rostro del Candelas, ese ladronzuelo de barrio conocido en el bajo mundo de Cuenca de los 80.
Se asustó en un primer momento, mas después de constatar que no tenía intenciones asaltantes entró en confianza.
Al final terminaron hablando de sus subjetividades, hasta que el sonido de la escoba de un madrugador barrendero municipal les avisaba que el sol despuntaba.
Así conoció al Candelas. Después de año moría apuñalado por un enemigo de su banda.