CONDESCENDIENTE


Un día al atardecer dijiste con inusitada calma: Me iré para siempre. Quedé sorprendida, anonadada. Mientras tú sin volver el rostro, sin decirme nada hurgabas entre tu ropa y en una raída maleta acomodabas ropa, objetos y lo que al parecer, aquello que más te importaba.

Acomodaste entre todo cuanto llevabas, treinta años de matrimonio, recuerdos de momentos maravillosos y de pequeñas disputas que creía olvidadas. Ahí mismo guardaste con ternura la foto de familia, el cariño de los hijos, los besos calmos y apasionados que como pareja compartimos.

Yo también guardé, sellando los labios para contener las palabras que resonaban en mi pecho, que conocía el motivo de tu partida. Ay, el orgullo cómo nos fastidia la existencia. El ruido del zipper de la maleta al cerrarse y tus pasos hacia la puerta fue el punto final de una vida compartida. Tras de la puerta mi suplica contenida ahogada entre sollozos fue nuestra despedida.

Ahora, pasado el tiempo que al parecer todo acomoda, pienso en nuestro orgullo cobarde. Si hubieras tenido el valor de decirme que ya no podías. Yo pude ser condescendiente y haber permitido otras formas, que aunque no fuera igual, lo mismo despertarían tu placer sexual adormecido.



Sami