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Cada año a primeros de diciembre se montan unas casetas en los laterales de la Gran Vía. En ellas se vendían cuando yo era niño juguetes; hoy en día se venden camisetas del Barça, del Madrid, joyas, artesanía, sombreros y gorros, churros, prodigiosos recipientes de plástico, cremas para adelgazar, fregonas anunciadas por la tele, imitaciones de arte egipcio, almohadas, almohadones, cojines con un “te quiero”, algodón de azúcar, castañas, boniatos, piedras preciosas de plástico…y juguetes.
Hasta la noche de Reyes lo que mas se vende, sin duda, son los churros, solos o acompañados de un vaso de papel lleno de chocolate. Eso no quiere decir que no haya gente, que la hay, ni que no se vendan otras cosas, que se venden.
Siempre ha sido un lugar adecuado para ir a pasear esas tardes de Navidad y de San Esteban cuando, harto de las disputas alcohólico-familiares, el mas sereno propone ir a dar una vuelta por el mercado de reyes de la Gran Vía, y toda la familia coge el metro y bajan en la plaza de Universidad o en Urgel.
No critico esa costumbre ni la de poner paradas para vender juguetes mas caros que en cualquier tienda. Comprendo las aglomeraciones de la noche de Reyes, en la que cientos de personas compran el regalo para los niños (que han dejado en casa de los suegros), dado que en los pisos no hay lugar para esconderlos si se compran anticipadamente, y los niños, que son muy listos, buscan y encuentran en cualquier rincón.
La cuestión es que a mi también me gusta remirar por los puestos en esas tardes largas y tediosas del domingo e incluso, cuando consigo situar mi mente en mi tierna infancia, resulta una actividad agradable y casi mágica.
Iba yo pues mirando casetas cuando, al pasar por delante de una de ellas vi que estaba vacía (no exactamente vacía ya que había una mujer sentada detrás del aparador). Vacía, pues, en el sentido que no tenía ni gorros, ni bufandas, ni discos, ni juguetes, nada de nada. Como es natural en mí, que soy un curioso empedernido, me paré y le pregunté a la mujer porque su caseta estaba vacía. Me miró con sorna ¿Vacía? Todo el producto que vendo lo tengo aquí, ante sus ojos. Estaba claro que la mujer me quería vacilar. Manteniendo mis mejores modales le insistí diciendo que yo allí no veía nada en absoluto, que, ¿que es lo que vendía? Sin inmutarse en absoluto me respondió con solo tres palabras y una conjunción: pasado, presente y futuro. Era eso, sin duda, una adivinadora o una echadora de cartas que debía tenerlas escondidas tras el mostrador. Así se lo dije y ella, sin cambiar su cara en absoluto, lo negó: ni adivina, ni tarotista ni nada semejante. Acabó su frase agrandando la sonrisa de su cara. No entiendo nada de lo que me está contando, dije, y haciendo uso de mi fina ironía sugerí que acaso era, en una sola persona, los fantasmas del pasado, del presente y del futuro de aquel cuento de Dickens, cuyo nombre no recordaba precisamente ahora. No, esto no es Cuento de Navidad y usted que yo sepa no es el señor Scrooge, me dijo batiéndome claramente en dialéctica irónica y en memoria. Era evidente que yo no era Scrooge y para dejarlo bien claro le dije mi primer apellido. Entonces me sorprendió al preguntarme que quería yo de ella. Era evidente que yo no quería nada, que me había parado delante de su puesto exclusivamente porque había sentido curiosidad al ver que era el único puesto vacío, pero era como hablar con una pared. No está vacío, dijo una vez mas: cierre los ojos y se lo demostraré. No se porqué le hice caso y cerré los ojos. Entonces... entonces noté aquel beso lejano, húmedo, largo, prometido. Aquel beso olvidado del que había intentado recordar tantas veces su sabor, su tacto, su calor. Me deje llevar por él, olvidándome de la feria, de la caseta, de la extraña mujer; olvidándome del mundo entero y sintiendo nuevamente aquella chispa que daba otra vez vida a mi cuerpo y a mi espíritu; viendo en una sola imagen sus ojos cerrados en la placidez, sus ojos abiertos diciéndome tantas cosas, la sonrisa de la que me había enamorado desde la primera vez que la vi, hacía ya tanto. Me vinieron a la mente aquellas palabras “si existe un mas allá te lo haré saber con un largo y húmedo beso”
¿Ve como mi caseta no está vacía? Abrí los ojos desconcertado, aún con su sabor en mi boca y su sonrisa en mi retina. "Yo vendo pasado, presente y futuro; y usted ha tenido la suerte de disfrutar de los tres". Esas fueron las palabras que oía mientras me alejaba lo mas rápido que podía de allí.

Texto agregado el 09-10-2017, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


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