Temprano hoy, comienzo a revisar esa voluminosa producción de cuentos que permanecen muy ordenados y encasillados en sus respectivos lugares, algo que no habría conseguido jamás si esa sublime tarea hubiese sido plasmada en el papel, puesto que la gran cantidad de cajas de ese material casi inclasificable, habría ocupado una vasta extensión en el reducido territorio de mi hogar, algunos habrían sido victimados por la urgencia de recurrir a un pedazo de papel, para limpiar, anotar o simplemente para desechar.

Por otra parte, mis textos, buenos, malos o simplones, permanecen en sus casillas, ataviados por el glamoroso manto de una caligrafía perfecta, sin borrones de ningún tipo, son asépticas creaciones que no se condicen ni reflejan lo errático de mi accionar. Vamos por parte. Cuando estoy escribiendo un cuento, ya la idea está en embrión, pero a menudo el final que me parecía tan preciso, se va difuminando con el transcurrir del texto, evalúo el impacto que eso provocará en mis potenciales lectores, lo sopeso con lo que yo quiero y además le doy la oportunidad a mis personajes para que se la jueguen por sus ideales. Les confieso que a varios los he rescatado de la perdición, a otros –lo reconozco- los he dejado a la deriva y ellos han preferido inmolarse por alguna causa que les ha parecido más justa.

Lo cierto es que hoy he invitado a mi humilde mesa a todos esos personajes caligráficos para que asistan a la fiesta de los cuatrocientos textos. Es un simple hito, algo así como la gotera que va carcomiendo la piedra y que en el sutil golpe de rocío de este momento, se detiene un segundo para revisar su obra que acaso sólo sea una pequeña concavidad moldeada en la implacable dureza del granito y que, por parangón, se refleje allí la faz de algo muy parecido a la perseverancia, al deseo de escribir por escribir, a plasmar en el intrincado proceso electrónico esa vocación que algunos defendemos a ultranza porque el no poderla desarrollar, equivale a morir asfixiado en el tráfago de la vida concreta.

Y aquí estoy ahora sentado a la humilde mesa, brindando con un vaso de agua de soda junto al Gorihumano, al Pacheco, que viene siendo mi alter ego, al Halcón, al Chulo y Chamberlain, que lucen el dudoso orgullo de no contar con ninguna estrella en sus deslucidas solapas, Pepito, el ornitorrinco, Genaro y su sonrisa eterna, Madalisia, bruja simpática y con aires de modelo, Apolinaire y su trágica pugna por el poder, Zual, un personaje del futuro, Jorgito Buche, una caricatura del potentado del Norte y por último el Chivo, que se ofreció a pintarme un enorme y colorido graffiti para esta oportunidad. Junto a ellos, solitario en mi departamento, comienzo a generar en mi cabeza la cópula que dará a luz a nuevos personajes y a nuevas situaciones y con todo ello, viviendo a concho la placentera labor que tengo entre mis manos. Invito a los que pasen por aquí, a que compartan este vaso de agua conmigo, puesto que mi historia es en parte la de todos ustedes, con sus pequeños grandes intereses y con sus particulares hitos, pero prevaleciendo por sobre todo el inestimable amor por esa intangible necesidad de crear mundos paralelos que se parezcan a nuestros más inalcanzables sueños...