Dedicado a mi hermana Edith
Agradezco a Sofiama por sus consejos y aportes.
Recuerdo de niño los días cuando la magia jugaba en los rincones tarareando fantasías; el andar imponente de los trenes, espadachines que en mis sueños cruzaban océanos y continentes perdidos. Qué días de gloria cuando los paisajes se inclinaban con pleitesía al paso de una imponente locomotora que, entre verso y verso, iba dibujando sueños que se esfumaron, del mismo modo como aquella locomotora a través de sus fumarolas lanzaba su vapor pintando de gris esos cielos azulados. Fue un tiempo de matices entre blancos y negros, de burdeles y bohemia bebiendo la juventud de la noche, tiempo donde los trenes se abrían camino desafiando acantilados, precipicios y túneles enigmáticos.
¡Qué maravillosa travesía! conjugada en tiempos de nostalgia donde pude descubrir y conquistar esos frondosos paisajes sureños pintados con el rubor de tonos encantados resurgiendo una y otra vez entre los rayos tímidos de las mañanas regadas por el rocío de la persistente garúa y el aroma a pasto fresco inundando mis sentidos.
Gigantes de acero que sin temor alguno exhalaban aullidos atronadores sobre los puentes, trazaban su sendero lentamente por encima de sus rieles mientras abajo el intenso caudal ondulado de los ríos cristalinos los reflejaba. A lo lejos, los campesinos rendían pleitesía y saludaban a los viajeros, hombres de esfuerzo y trabajo que golpe a golpe y a sudor a lo largo del tiempo han extraído de esta tierra amada los frutos que anuncian su pronta llegada, desde una primavera que no tiene lenguaje mas que el sonido y el colorido de sus aromas florales, pero que cava profundo en mis heridas en un septiembre que muerde como una serpiente y duele como el tiempo que nos deja atado a nuestros recuerdos.
¿Quién no añora trepar aquellas montañas en solsticios y equinoccios, plasmar en la memoria cada línea cincelando arboladas vírgenes y follajes perennes? ¡Qué días aquellos!, el de esos trenes abriéndose camino, trepando por las colinas frondosas, bordeando los campos pintados de verde y en los oscuros inviernos avanzando entre el frío de la nieve.
Revivo en mis latidos el momento exacto cuando la locomotora se acoplaba con los carros, el abrumador sonido junto al pitazo del inspector centinela anunciando su partida... Aquél era el instante mágico; la inercia sacudiendo mi cuerpo y la algarabía de una sonrisa dibujándose en mi rostro. El inicio del viaje; una aventura inimaginable, una danza colosal conjugada a través del vaivén de los vagones y el canto de los rieles al compás de esa singular melodía que hipnotizaba.
Sin duda aquellos legendarios gigantes que hoy pintan mi memoria no pasaban inadvertidos al abrirse surco por las estaciones de los pequeños poblados hasta llegar a su destino.
Aún se sacude en mi mente aquél ritmo frenético de veranos de campo y de cosechas, de romances, de juventudes eternas abandonadas, impregnadas en el pasar inexpugnable del tiempo. Aún abrazo aquél ritmo frenético de veranos de campo y de cosechas, de romances, de juventudes eternas abandonadas, impregnadas en el pasar inexpugnable del tiempo. El aroma indescriptible de un café con leche al vaivén de los latidos del riel discontinuo, la delicia del queso derretido esparcido en aquellas tostadas. El sonido del inspector al cortar los boletos como jugando a ser niños nuevamente. Hoy, cuando cae la tarde y los aplausos se silencian, cansado de actuar en tantos escenarios, miro mis manos y siento cómo la suavidad de mi piel se desvanece sobre versos rugosos exclamando poesía. La poesía de la vida que hoy bajo el velo de esta noche oscura que se aproxima me abraza y canta conmigo.
Escrito con esta música. e inspirado en los Recuerdos de mi infancia viajando con mis padres en Tren.
https://youtu.be/pftt4_p-mv8 |