La primera regla que regía nuestra sociedad era de orden,casi podíamos decir, mahometano. Fuera el alcohol. Sin ser musulmanes lo habíamos proscrito a modo de criterio de entendimiento y base de las relaciones entre nosotros. José Mary estuvo de acuerdo en ello desde el primer momento. En ese sentido era yo el que había escarmentado por él en el referido asunto.
A aquella sociedad analcohólica, en segundo lugar, había que ponerle un nombre.
"La sobria"- dijo el camarero que nos atendía mientras comíamos, que estaba con el oído presto, provocando la hilaridad de toda la concurrencia. Y ese fue nuestro primer revés, de muchos que vinieron después.
Faltó poco tiempo para que "la sobria" fuera puesta en entredicho sobre su legalidad. Aquellas plantas relajantes en su inhalación tabáquica- que traíamos de una finca de Cáceres en mi destartalado vehículo- pronto llamaron la atención de las autoridades. De hecho, ni producían adicción, ni alteraban la conciencia, pero daban un sopor a las pocas caladas, como una especie de morfina, que parecía incompatible con la legalidad vigente en materia de substancias a la venta.
De hecho se creó un mercado clandestino ya fuera de nuestro control, con lo que tuvimos que diversificar nuestra producción hacia otros sectores de actividad. Es lo que tiene ser pionero. Pero ya nos habíamos baqueteado por la ciudad, haciéndonos conocidos del público, que es la primera regla de los negocios. Y así fue cómo "la sobria" se convirtió, paradójicamente, en un bar de copas. Episodio que se narrará en próxima entrega al lector atento de esta verdadera historia. |