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Con todo aquel bagaje- ver hombre malo, uno-, la trampa del sentimiento era un asunto baladí. Hice sociedad con José Mari- cabeza ajena con la que uno había escarmentado- y algo más de refresco- yo- y con la cabeza más clara y a modo de Don Quijote y Sancho redivivos, emprendimos la sacra misión de nuestra supervivencia. Estos retornados en vida que éramos nosotros, lo teníamos que ser- utilizando un símil taurino- y por la puerta grande. Conscientes de que íbamos a hacer historia- según me explicaba José Mary- no nos podíamos quedar en las primeras matas.
José Mary había sido pastor y tenía unos conocimientos sobre la naturaleza que muy bien se podían poner en práctica. Conocía plantas estupefacientes que habían pasado inadvertidas a los más avezados gourmets occidentales. Yo provenía del mundo de la empresa de distribución- había sido camarero. Ibamos a llenar Madrid- pronto- de auténticos manjares para el mundo del recreo. Con una ética- obviamente- pues tanto el uno como el otro no éramos más que supervivientes. Nuestra incursión en aquel mundo lo era a los efectos de sobrevivir un poco más dignamente de lo que lo veníamos haciendo hasta el momento y de una manera provisional mientras no nos pudiéramos labrar un futuro de otro modo. Un golpe en la mesa testimonial de que no se podía hacer tan mal con personajes como nosotros.
Analizadas las posible opciones no nos quedaba otra que andar en el menudeo, pues nuestro estadio inicial no daba para muchos aspavientos ni ocupaciones alternativas. Ya revestidos de cierta dignidad pensábamos montar algún local de ocio. |
Texto agregado el 05-10-2017, y leído por 150
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