III
En 1517, los pecadores de la aldea se enteraron de que estaba por llegar un vendedor de indulgencias. Un fraile dominico, -bastante torpe- llamado John Tetzel. Sin titubeos, aseguraba que comprando indulgencia, los fieles se indultaban a sí mismos y a sus deudos del fuego del purgatorio. Además, era una oportunidad de obtener la salvación sin tener que arrepentirse, lograr la absolución y cumplir penitencia. Al llegar a las puertas de Sajonia, el tal Tetzel se encontró con que no se le permitía venderlas porque entre la Iglesia y el elector de Sajonia se disputaban el destino de lo recaudado con la venta.
Considerando que el hecho suponía una excelente ocasión para un buen debate teológico, Martín, decidió clavar en la puerta de la Iglesia-castillo de Wittemberg, un papel en el que exponía noventa y cinco tesis en contra de las indulgencias. Lo que más le preocupaba y enfurecía, era que sus feligreses cruzaban el río y volvían con papeles que garantizaban que estaban libres de pecado. Las tesis pronto se tradujeron del latín al alemán y en pocas semanas su contenido llegó hasta puntos remotos del país.
La Iglesia trató de amordazarlo para defender su fuente de ingresos. Martín se vio en medio de un enfrentamiento entre la Orden Dominicana a la que pertenecía Tetzel, y los agustinianos. En la disputa apareció Juan Eck, un polemista profesional, acusando públicamente a Martín de hereje. El caso pasó a Roma y la virulencia en torno al conflicto tomó dimensiones insospechadas. En otro momento, las tesis no hubieran pasado de un acto meramente académico. Pero en el ambiente pesado político-religioso que prevalecía se transformó en una revolución popular.
Tan convencido de su verdad estaba Martín, que no vaciló en argumentar sobre la infalibilidad del Papa. Luego avanzó más llevado por su propia vanidad y afirmó que no solo el Papa sino también los Concilios Generales podían equivocarse. La única autoridad era la Biblia. Por una de esas paradojas de la historia, Martín se enfrentaba con el Papa renacentista por excelencia. Pero él era un hombre de la Edad Media. Para 1520, quema las naves y publica Discurso a la nobleza cristiana de la nación alemana, donde propone lisa y llanamente, reformar la Iglesia. Ese mismo año, el Papa León X lo excomulgó mediante la bula Exsurge Domine. Martín, amante de protagonizar escenas teatrales, echó al fuego la bula en la plaza de Wittenberg, junto con los libros de la Ley Canónica donde figuraban los privilegios de la Iglesia en la Edad Media. A lo largo de tres años de lucha se había convencido de que el Papa, era el Anticristo, la bestia que había que destruir. No reconoció ni la excomunión ni el derecho Canónico.
Por una extraña voltereta del destino, Carlos V, -recomendado para el trono imperial en Aquisgrán venciendo la oposición de León X y Francisco I de Francia-, pronto se enfrentarían cara a cara con el fraile criticón. Carlos V sabía que un gran número de príncipes alemanes apoyaban a Martín. Incluso príncipes y obispos de Roma sabían que si lo apresaban, en Alemania estallaría una sublevación popular. También sabía que necesitaba la ayuda del Papa para expulsar a Francia de Roma. Los príncipes alemanes querían que Martín fuera oído en una Dieta. Al fin cedió y permitió que el excomulgado se presentara con un salvoconducto ante la Dieta de Worms.
El 17 de abril de 1521, Lutero se enfrentó cara a cara con el emperador Carlos V, de tan solo 21 años. Lo acompañaban varios amigos, entre ellos Justus, los cuales amaban y respetaban a Martín, que por esa época tenía 38 años. Éste no se intimidó por la figura del emperador, ni la brillante corte de embajadores, príncipes y eclesiásticos que lo rodeaban, mantuvo sus tesis y trató de justificar su comportamiento.
–“Si no me convencen mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y contradicho a sí mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada.”
Esa actitud, si bien le ganó nuevos seguidores, terminó por hacer que a la condena de la iglesia se sumara la del poder secular. Pero no de Federico de Sajonia, quien para ayudarlo, lo mandó a secuestrar impidiendo que lo apresaran los enviados del Papa. Lo recluyó en el castillo de Wartburgo, en un bosque de Turingia. Sus doctrinas encontraron apoyo en las cortes de Margarita de Austria y Francisco I de Francia
Como había prometido, Martín dedicó ese tiempo a traducir la Biblia, junto a su amigo Justus, creando una lengua. Mezcló el latín con algunos dialectos que se hablaban en Alemania, inventando así el “alemán puro” El edicto de Worms, como la condena de la iglesia, no pudo cumplirse.
En 1524 abandonó su estado de fraile y se decidió a usar la negra toga de catedrático. ¿Adivinen quién le regaló el paño para dicha vestimenta? El Príncipe Elector Federico. Todos los frailes del convento se habían apartado de su lado pues era una compañía peligrosa. Estaba muy solo, y los pocos amigos que aún le quedaban, le aconsejaron que contrajese matrimonio. A este pedido se sumó su padre pues lo veía muy mal de aspecto, enflaquecido, con severos ataques de epilepsia que lo convulsionaban violentamente.
En 1525, Martín se casó con una ex monja, Catalina Von Bora, a quien ayudó a escapar del convento cuando decidió abandonar los hábitos. Conocemos a Catalina por un retrato que pintó Cranach, el viejo, en cuya casa vivió cuando escapó. Favorecido por Federico, la pareja se instaló en Wittemberg. Tuvo seis hijos y vivió protegida por el Príncipe de Sajonia.
Lutero condenó a los campesinos por su levantamiento. Él admiraba el orden autoritario que proviene de arriba. La verdad, Lutero tenía una horrible concepción antropológica. Lucha por un estado de libertad, pero esa libertad ante Dios sin aceptar mediadores, lo deja desamparado y en estado de angustia. Creo que eso fue lo que lo llevó a cobijarse bajo el ala de los príncipes. Al poner la fe como prioritaria para la salvación está sacrificando el libre arbitrio y la razón, lo que lo ubica en la vereda contraria a la corriente filosófica humanista.
No hubo motivaciones políticas ni sociales en el accionar de Martín, pero si hubo consecuencias directamente políticas, económicas y sociales.
Dice en uno de sus textos: "el poder y donde éste florece, su existencia y su permanencia se deben a las órdenes de Dios.” Totalmente ambivalente respecto a la autoridad como lo había sido frente a su padre.
Martín Lutero, el menos renacentista de la época creo: una religión, una lengua y dio fundamento para la guerra -que nunca aceptó-, de los campesinos contra los señores feudales. A su muerte, como en un tablero de ajedrez, siguieron enfrentados Carlos V, la Iglesia y los príncipes alemanes.
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