Los veintiséis hombres ingresaron de manera ordenada y sin hablar. Una vez que el último estuvo sentado en su pupitre entró la regente. Era una cuarentona vestida con blusa blanca poco escotada, pollera negra que terminaba sobre las rodillas, medibachas grises y zapatos negros de tacos altos. Llevaba una pequeña computadora portátil.
—Muy buenas tardes —dijo, y se oyó el murmullo general de respuesta. Dejó la máquina sobre el escritorio. Había ahí mismo un proyector, una copa y una botella de agua sin abrir.
Los pupitres estaban dispuestos en cuatro filas de ocho perpendiculares al escritorio, cada fila a un metro de la contigua. Las paredes y el techo del aula eran blancos y el piso de brillante porcelanato gris.
—Antes que nada, les pido que quienes deseen café o refrescos lo indiquen en las grillas. En diez minutos habrá servicio.
La mujer era alta y delgada de cabello liso, negro y corto, tez muy blanca, grandes ojos verdes y labios pintados de rojo vivo. Se hallaba de pie junto al escritorio.
Las mesas de los pupitres constaban de una pantalla táctil reclinable y una cavidad frontal destinada a accesorios. Mientras los hombres leían las opciones en las pantallas y elegían sus bebidas la regente abrió la botella y sirvió la copa, después encendió el proyector y apareció el logotipo de la institución en la pared a unos dos metros. Se dedicó unos segundos a manipular el dispositivo portátil, siempre de pie junto al escritorio.
—Y bien —dijo y se aclaró la garganta—. Como ustedes saben, esta es la primera reunión excepcional del año. El asunto que nos manda tiene sus matices y aunque requiere de cierta toma de conciencia, cierta atención o, digamos, de una actitud positiva y común, quiero que sepan que no es intención de nuestra institución encender alarmas ni generar preocupaciones extras.
La mujer hizo una pausa y dirigió la mirada al silencioso público.
—Huelga aclarar que cuando me refiero a esta nuestra institución hay implícito en la expresión un énfasis en el nosotros, un énfasis en el pertenecer. Nuestra institución educativa no se compone de este edificio, sus autoridades y sus docentes. Todos formamos parte esencial de esto. Sus hijos son parte esencial de ese nosotros. Ustedes son parte esencial de ese nosotros. Todos los que participamos de este proceso formativo que abarca desde jardín de infantes hasta el secundario estamos de uno u otro modo comprometidos directamente con una de las actividades más nobles, si acaso la más, de la sociedad y, por qué no enfatizar, de manera privilegiada. Hablo de privilegio no solo por la actividad en sí sino porque, como ustedes sabrán, el colegio ha sido ranqueado en varias ocasiones como de los mejores, cuando no el mejor, por el comité de evaluación del ministerio de educación de la Ciudad. Ya no resulta llamativo que nuestros egresados desempeñen rendimientos sobresalientes en las universidades. No sería arriesgado, en fin, afirmar que nuestros alumnos sean ya hoy mismo los profesionales exitosos del mañana.
La regente se apartó dos pasos del escritorio y señaló con el brazo izquierdo casi en posición horizontal, con la palma hacia arriba y apenas separado el pulgar del resto de los dedos juntos el gran logotipo proyectado, lo contempló un momento y en un gesto más bien de solemnidad y sin bajar el brazo recorrió con la vista las caras de los hombres como si se dirigiera uno por uno en la intimidad a todos ellos. Bajó el brazo lentamente y se tomó las manos bajo la línea de la cintura, dedicó otra mirada esta vez más global al público y apretando los labios asintió con la cabeza un par de veces.
—Bien. Hablaremos ahora de lo que yo llamo impulso sexual alocado. Quiero aclararles que las denuncias... —Ahora hizo otra pausa y se apoyó el índice derecho flexionado en los labios— Bueno. Denuncias... reclamos... quejas... inquietudes... llamados de atención... Llamados de atención, eso es. Que los llamados de atención recibidos en el área disciplinaria de la institución son procesados allí y únicamente allí y por lo tanto yo, como regente, estoy perfectamente al tanto de lo que ocurre entre el alumnado a la vez que me es vedada la información personal. Esto supone que yo sé de esos llamados de atención y de las acciones consecutivas y el seguimiento correspondientes. Me consta que hubo llamados de atención, digo en el caso que nos convoca ahora, por parte de alumnas del secundario en relación a cierto comportamiento inadecuado de algunos compañeros, aunque las identidades de las partes involucradas me son deliberadamente vedadas por el comité de disciplina. Por lo tanto soy consciente de que no es improbable que entre ustedes haya padres cuyos hijos o hijas se hubieran visto involucrados en estos incidentes, y es que esta convocatoria se realiza por separado para cada uno de los cursos por obvias razones. Veamos un dato que no es menor. Este año, ya finalizado el primer semestre, ha habido únicamente cuatro llamados de atención. Cuatro llamados de atención reportados implican a cuatro alumnas de la institución que se han visto involucradas en situaciones incómodas según comportamientos inapropiados de estudiantes varones. Esto, se entiende, entre las paredes de este edificio nuestro. Vamos. Cuatro muchachas que han ¿padecido?... ¿sufrido?... Cuatro muchachas, en fin, que han sido partícipes involuntarias de hechos promovidos por impulsos sexuales alocados de estudiantes varones y que los han reportado al área disciplinaria a modo de queja.
La regente se acercó al escritorio, agarró el dispositivo portátil y consultó la pantalla con detenimiento unos segundos.
—¿Qué nos dice esta información? Decía. ¿Qué nos están diciendo estos llamados de atención? ¿Que en estos primeros seis meses solamente cuatro muchachas se han visto involucradas en situaciones de impulsos sexuales alocados de sus compañeros?... ¿que en lo que va del ciclo lectivo hubo cuatro afectadas?... Podría ser el caso, ¿por qué no? Pero, ¿nos dicen estos llamados de atención, en efecto, que realmente no hubo más de cuatro?... ¿que no pudo haber más de cuatro porque únicamente hubo cuatro llamados de atención?... ¿Concluiremos entonces en que no hubo otras muchachas involucradas en sucesos similares, muchachas estas que, a diferencia de las denunciantes, pudieran haberse tomado unos días para meditar y haber llegado a la conclusión de que aquellos estudiantes y compañeros no merecían ser tomados muy a la tremenda o al menos no con la gravedad y el disgusto que conlleva hacer un llamado de atención a las autoridades? —La mujer hizo un aplauso y dejó las manos pegadas a la altura del pecho—. La verdad es que no sabemos, pero no debemos descartar esta posibilidad. No podemos negar la exigencia a la que son sometidos nuestros estudiantes en esa edad que, bueno, ustedes entienden, las hormonas desempeñan un gran papel. Y, vamos, que no solo en los muchachos. No solo en los muchachos se manifiesta el alboroto hormonal.
La mujer volvió a abstraerse en la pantalla táctil de la computadora portátil. Mientras tanto los hombres sentados apenas si se movían para mirarse entre ellos o hacerse alguna discreta seña trivial.
—Veamos ahora información útil —retomó la regente aún con la vista en la pantalla—, información que no hace más que graficar un poco la situación del mundo exterior —se acercó al escritorio y ahora sí alzó la vista hacia el auditorio—. Recordarán ustedes que hace unos años la cantidad de femicidios se hizo insostenible para el gobierno. Qué digo para el gobierno. Para todos nosotros. Aun cuando la mayor parte de los incidentes ocurriera en los guetos la información generó cierto revuelo y un importantísimo malestar en toda la población. Recordarán también que el gobierno tuvo que echar mano a la legislación y que gracias a la reducción de las condenas a los violadores bajó considerablemente el número de femicidios en casos de violación. La ecuación no es ahora muy difícil de interpretar. Si la violación es castigada con penas menores, disminuye la necesidad de cometer asesinato por parte del violador. Más allá de las persistentes polémicas, esto fue el resultado de enormes esfuerzos de investigación y de estudios sociológicos realizados por profesionales de esta institución. Como sabemos, hoy la mayoría de los femicidios se debe a relaciones o a rupturas sentimentales. Acerca de esto les tengo un material que podrán ver en sus pantallas y reflexionar mientras les sirven las bebidas.
Enseguida se abrió la puerta del aula y entraron dos mujeres vestidas de servicio empujando un carro. Hubo murmullo general en el recinto. Los hombres recibieron con cierto entusiasmo sus bebidas y eligieron entre las dos variedades de bizcochos disponibles mientras las mujeres se manejaban con discreción y agilidad. Se hacían entender por monosílabos y se dirigían a los hombres principalmente mediante gestos.
La regente inició desde su dispositivo una presentación de imágenes en las pantallas de los pupitres pero no visible en la proyección en la pared, que todavía mostraba el logotipo de la institución.
—Bien. No es necesario que atiendan ahora mientras hacemos el corte —dijo mientras tomaba asiento tras el escritorio—. Lo que pueden ver en sus pupitres son imágenes de archivos policiales y periodísticos. Se trata de víctimas de violación y de sus victimarios. Como podrán apreciar a ojo en su mayoría gente del gueto. No es necesario que aclare que no hay entre esas personas, en las caras de esas personas, en sus rasgos, en sus ropas, en fin, expresiones evidentes en común con los rasgos y expresiones característicos, si se quiere, de nuestros alumnos. Pueden intentar el ejercicio de verse a ustedes mismos o a sus hijos reflejados en las apariencias de esas personas e imaginar la clase de educación que esa gente pudo haber recibido.
La regente bebió una copa de agua y quedó observando el movimiento de la sala. Los hombres bebían mientras miraban las imágenes en sus pantallas con distintos niveles aparentes de interés. Algunos conversaban en voz baja con los cercanos. Las dos mujeres terminaron de servir y se retiraron. La regente seguía sentada en silencio y durante unos minutos se puso otra vez a manipular su dispositivo con los dedos como haciendo tiempo. Luego con cierta mueca de impaciencia se dedicó a estudiar de cerca las uñas esculpidas y pintadas de un rojo intenso y brillante y los dedos largos, delgados y pálidos libres de cualquier tipo de accesorios, y se puso a juguetear con una finísima pulsera dorada que llevaba en la muñeca izquierda, todo esto con los codos apoyados en la mesa. Finalmente se levantó y volvió a tomar distancia del escritorio.
—Espero que hayan disfrutado de la merienda —dijo, y se oyó otra vez el murmullo general ahora de aprobación—. Y bien. Habrán notado que justo antes de la pausa estuve usando palabras terribles como «violación», «violador», «femicidio», «cárcel», en fin. Propongo reflexionar acerca de si estas palabras con sus perturbadores significados podrían ser utilizadas para referirse a personas contenidas por esta institución, a personas como ustedes, a personas como sus hijos, nuestros educandos, a personas como las que constituyen nuestros entornos laborales y familiares. Me pregunto a mí misma y frente a ustedes si un sujeto catalogado de violador, con toda la bajeza que esta palabra implica, podría andar libremente por estos pasillos y aulas recibiendo y asimilando la educación de nuestros docentes. Preguntémonos juntos, entonces, si acaso pueden ser lo mismo un hombre, un callejero del gueto que satisface sus bajísimos instintos por la fuerza con una mujer que encuentra ahí mismo, en la calle y a su merced, y un muchacho de esta institución que padece de un impulso sexual alocado que evidentemente no puede o no sabe controlar, impulso este que a su edad y por estar ocupado en una educación intensiva de ocho horas diarias lo supera en un momento de enajenación o de estrés en un aula vacía o en un baño.
La mujer quedó callada un momento, como si realmente diera por sentado que sus oyentes hubieran acatando sus dichos y necesitaran del silencio para meditar acerca de lo que acababan de escuchar. Caminó despacio con los brazos en jarra y la cabeza gacha hasta casi chocarse la puerta. Giró y desde ahí mismo se dirigió a la audiencia sin decir nada en una especie de juego gestual. Hizo el recorrido inverso y al toparse con el escritorio volvió a manipular el dispositivo portátil.
—Les propongo que veamos juntos ahora quiénes somos. —Se alejó del escritorio con la pequeña computadora en las manos.
Ahora la proyección en la pared era un audiovisual. Comenzó a sonar una música de teclados y cuerdas a bajo volumen mientras se veía el jardín externo que rodeaba la entrada al edificio tras unas rejas muy altas. La cámara hacía el recorrido de alguien que ingresa desde la calle.
El personal de seguridad uniformado a ambos lados de la abertura saluda amablemente y se levanta la barrera. A unos cuantos metros delante de las grandes y altas puertas de madera rústica y labrada la cámara se eleva hasta que de a poco el logotipo de la institución se muestra en su entereza y la imagen se detiene unos segundos. Sigue una vista secuencial de algunas instalaciones, del estacionamiento y del parque, del andar parsimonioso de jóvenes.
La regente pudo ver que ya todo el mundo estaba pendiente de la proyección.
—Al ver imágenes como estas —empezó la mujer— me vienen a la mente esas cuatro muchachitas. Me pregunto qué sería de ellas en los suburbios, en trabajos precarios y entre cierto tipo de hombres. Pienso en nuestros jóvenes, en nuestros hermosos, cultos y atléticos muchachos y me pregunto qué chica no estaría feliz de tener aunque sea la oportunidad de conocerlos.
En la parte trasera de la mole de concreto se ve un vasto terreno de césped interrumpido por senderos y bancas y arbustos prolijamente recortados. Un grupo mixto de jóvenes de uniforme charla animadamente; todos sonríen en los primeros planos intercalados aunque ninguno mira directamente la cámara.
—Pienso que esos cuatro llamados de atención pudieron haberse evitado con reflexión y buena voluntad, que no son buenos para nuestra gran institución. No son buenos para nosotros. Pensemos en esas cuatro chicas. Digamos que pudo ser una cuestión de tiempo, que quizás... que no es para nada improbable que esas alumnas consintieran las relaciones en otra circunstancia con esos mismos muchachos, quienesquiera que sean, porque ¿qué mujer... qué chica en sus cabales no querría estar con ellos? La mayoría de ustedes fueron educados aquí; sé que me entienden.
Entre las paredes blancas de una pequeña aula luminosa los chicos de tres o cuatro años uniformados están sentados en los pupitres a su medida. En sus pantallas horizontales algo los atrae a la vez que los hace reír y mover los brazos de arriba abajo. La cámara se acerca, capta las manitos gruesas, los dedos sobre la superficie resplandeciente, las mejillas rechonchas, los ojitos brillantes. Enfoca ahora desde atrás los cabellos al ras de los niños y atados prolijamente de las niñas. La docente es una joven rubia de camisa y pollera verdes manzana que en su escritorio mueve los brazos con cierto ritmo y canta acaso imitando algo que está en su pantalla. La cámara se aleja y muestra al grupo casi completo, se eleva por sobre las cabecitas lisas y oscila de un extremo lateral a otro. Como al azar se detiene, se acerca de a poco y toma el perfil, la nariz respingada, el pelo corto, el movimiento escaso de los bracitos hasta que el niño gira la cabeza y entonces hay un primer plano de esa cara que se congela y se agranda lentamente hasta ocupar casi toda la pantalla. La música no ha variado desde el principio, son los teclados y las cuerdas en una cadencia que termina y vuelve a empezar. La cara congelada retrocede y se achica mientras el escenario cambia y aunque el uniforme es el mismo ha crecido. La docente es una joven de pelo castaño vestida de azul. Hay proyectadas en la pared del aula letras y figuras geométricas y caricaturas de animales. El chico interactúa con la pantalla de su pupitre y desde su lugar con sus compañeros. Juega en el parque. Está en el comedor llevando su bandeja a la mesa y riendo con los demás. En la bandeja blanca hay cubiertos de plástico, un plato que contiene algo envuelto en papel metálico y un vaso plástico servido. En el vaso se ve el logotipo de la institución. Una mano femenina toma el vaso y la mano del chico le impide levantarlo. Es una chica rubia de ojos claros, una adolescente, y él también es un adolescente que juega de manos con ella y ríe con los dientes muy blancos. Ambos con sus uniformes salen del comedor; sus perfiles hacen uno solo en un pasillo blanco y cuando los pies de ella quedan atrás los del chico lucen calzado deportivo y andan sobre una cinta. Es un pequeño gimnasio de aparatos con sensores y en la pared un holograma de una cascada y pájaros que se mueven entre las verdes ramas que cubren un sendero. El muchacho acelera la carrera y crece el valor del velocímetro mientras los árboles se desdibujan y el sendero termina en una playa. La carrera del muchacho levanta gaviotas y el cielo se va tornando rojo adelante entre los acantilados. El holograma muta lentamente en una proyección de cálculos estadísticos en tiempo real. El muchacho en su pupitre desplaza cuadros de un lado a otro con los dedos mientras completa un test multiple choice. Uno de esos cuadros es la chica rubia que sonríe; él se detiene un segundo en ese rostro y en esos labios que algo le dicen antes de minimizarlo. Completa la última de las casillas y envía el examen. Enseguida aparece su nombre en la proyección de la pared tras el escritorio vacío del docente, su nombre y la calificación de aprobación y una fila de porristas que lo vitorean mientras él corre en la cinta y sus músculos de piernas y brazos están marcados y transpirados. Tiene barba de unos días y las sienes mojadas. Los censores marcan niveles óptimos de aptitud física y el holograma de la ventana es ahora un salón de gala con un pasillo blanco entre dos cuadrados de butacas colmadas de alumnos uniformados con birretes. En el púlpito el muchacho recibe su diploma y tras él brilla el logotipo de la institución. Levanta su diploma y lanza su birrete al aire; su rostro es una sonrisa y sus ojos están fijos en la chica rubia que aplaude desde su lugar entre los otros con su sonrisa blanca y su largo pelo atado. Ella también tiene los ojos fijos en el muchacho, que ahora mira hacia arriba el logotipo de la universidad en la entrada de un edificio. Ingresa en un ascensor con puertas de vidrio, titubea frente al espejo y se arregla el nudo de la corbata. En el piso 54 se abren las puertas y el muchacho se topa con el logotipo de la corporación dedicada a desarrollo de software y robótica. Ingresa a un pequeño cubículo de paredes blancas. Hay una silla y el holograma del paisaje de una ciudad antigua de calles adoquinadas y un puente sobre un río y una torre con su reloj donde se mueven peatones lejanos. Desliza el índice sobre el holograma y aparecen su nombre y la planilla con directivas. Interactúa con dos hombres sonrientes en videoconferencia. Los hombres asienten y el muchacho despliega diagramas estadísticos y fórmulas y diseños en cuatro dimensiones y ellos vuelven a asentir. Una ventana de video se impone y ve a una mujer acostada boca arriba tapada hasta el cuello con una tela blanca. Va con el vientre de embarazada sobre la camilla que se desliza por una cinta hasta desaparecer dentro de un gabinete rectangular blanco. El muchacho se toma las mejillas con ambas manos mientras observa que del otro extremo del gabinete sale sobre la misma cinta un recién nacido rojo que tiembla con la boca bien abierta y los párpados apretados. Un hombre con guardapolvo, cofia y barbijo blancos lo escanea con un sensor manual sin moverlo y hace una señal de aprobación con las manos. Finalmente levanta al bebé y lo muestra en primer plano, de modo que desde su cubículo blanco con su barba apenas crecida y su sonrisa blanca el muchacho puede ver que es un varón.
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