Un minino muy bien relacionado era el dueño y señor de una manzana entera, sus humanos oficiales poseían una cómoda casa en una de las esquinas y este bello felino de plomizo pelaje y verdes ojos orgullosos, dormía y reinaba desde el balcón del dormitorio principal, dispuesto a saltar como rayo doquiera lo soliciten en su territorio.
Los gatos no necesitan reinos muy extensos, por la sencilla razón de que duermen tres cuartas partes de su vida y demasiadas posesiones les quitarían el sueño, como es común que ocurra entre humanos. Eso sí, los suyo suele ser celosamente monitoreado y no les cae bien que se entrometan sin licencia, humanos, caninos ni parientes.
Este gato adquirió el nombre de “Gato con gotas” por la torpeza de la esposa de su aliado principal. Estuvo a punto de fallecer entre alaridos de sus súbditos, por la irreflexiva aplicación de unas gotas de pulguicida en su delicado cuello celestial. Solo la oportuna presencia del vecino veterinario con una micro dosis de atropina, evitó que se cancelen sus nueve vidas simultáneamente.
El caso es que durante un periodo breve de tiempo, efecto de la química nociva y su antagónico felizmente inyectado, este gatito ingresó a un estado de conciencia alterado; pudo ver lo invisible y escuchar lo inaudible, recibió la iluminación aún sin proponérselo.
Cuando un ser es bañado por la luz del conocimiento, cosas increíbles ocurren. Los pocos humanos que pasan por semejante experiencia se pueden contar con los dedos, por lo general los receptores cambian notablemente. Los gatos iluminados no son muchos y no sienten atracción por dejar mensajes ni constancias para tener seguidores. Ellos entienden que la iluminación es cosa muy individual.
Quizás por eso, este gato con gotas, a partir de su triste experiencia, no coordina muy bien sus movimientos, más agradece estar presente en medio de la creación y pese a todo, es feliz desde el balcón y se estira de dicha cada media hora, todavía.
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