Confieso que haber elegido este tema me ha llevado a tener que dar razones de por qué lo elegí. Hay algo que quiero significar con esta vida. Algo que nos obliga a preguntarnos si somos sujetos de la historia o sujetados por la historia. ¿A quién le importaba la vida atormentada por la salvación personal de Lutero? A tres o cuatro amigos... Pero él se convierte en un catalizador de los intereses de grupos sociales: los nobles frente al Papa, los campesinos frente a los señores feudales. El Emperador frente al Papa y los Electores; los y las religiosas que se plegaron a las ideas de Lutero.
He comparado su posición religiosa e ideológica y su comportamiento a lo largo de su vida. Erich Fromm ha aportado datos de los textos de Lutero en su libro El miedo a la libertad. Max Weber, -sociólogo alemán de principios del siglo XX- proporciona ideas sobre la relación del espíritu protestante con el surgimiento del capitalismo y la burocratización de las sociedades. A mayor burocratización, menor libertad del individuo. Escribe Lutero : Si no podemos o no “queremos abandonar del todo este asunto (libre albedrío) –lo cual sería lo más seguro y también lo más religioso-, podemos, sin embargo, con buena conciencia, aconsejar que sea usado tan sólo en la medida en que permita al hombre una “voluntad libre, no con los que le son superiores, sino tan sólo con aquellos seres que están por debajo de él mismo.”
Veremos más adelante que Lutero propone que “con respecto a Dios el hombre no posee “libre albedrío” sino que es un cautivo, un esclavo y un siervo de la voluntad de Dios, o de la voluntad de Satán”
Ando a tientas. No quiero quedarme en una crítica personal de la persona Martín Lutero, solo lo instalo como ejemplo de que no somos tan dueños de nuestros actos y, - hasta me parece coincidir con Hegel- cuando dice que los hombres son usados por el Espíritu Absoluto en su acción de realizarse históricamente. En el caso de Lutero, su posición religiosa sirvió al surgimiento de la racionalidad burguesa de la Edad Moderna.
Dicho lo cual, cordialmente les propongo que me acompañen por el camino que he realizado acerca de Martín Lutero. No pretendo dar a este trabajo categoría absoluta ni nada parecido. Sólo es una manifestación de mi libre albedrío.
A medida que se acercaba el fin de siglo los rumores acerca de los castigos de Dios crecían. A nadie se le escapaba que los signos del Anticristo se intensificaban. Por lo menos eso era lo que se escuchaba por doquier. Los terrores alteraban a las personas y –en algunos casos- adquirían profunda morbosidad. Nadie desconocía el hecho de que, cada fin de milenio o cambio de siglo, algo iba a pasar. Algo muy terrible que haría caer sobre las personas los mayores males. Aquellos que se habían anunciado en el Apocalipsis. Una teoría muy divulgada sostenía que las enfermedades como la locura, la sífilis y, -en especial- la peste, eran provocadas por los manejos del diablo y la brujería. Al acercarse el 1500 la milenaria preocupación por la muerte se incrementaba. Muchos juraban haber visto llover leche y sangre, curiosas manchas en el cielo. Los más ecuánimes contabilizaban los nacimientos monstruosos que se producían. De Francia llegaban noticias sobre la aparición de una luna triple. En Grecia se había visto una corona de espadas llameantes. En Italia, un rayo había entrado al Vaticano derribando al propio Papa de su trono. Muchos juraban haber visto una plaga de niños deformes en Alemania. Una Alemania que, -en realidad, era un embrollo político de principados y territorios a los que se conocía con ese nombre-, a principios del siglo XVI había alcanzado una cierta prosperidad basada en la industria artesana y el comercio. Asimismo, era visible un notable aumento de la población. Pero esa situación privilegiada nacía de compararla, por una parte, con una Francia decadente después de afrontar dos siglos de guerras y, por otra, con una Italia en depresión después de treinta años de guerras franco-españolas.
Se estaba transitando desde una economía rural y artesana a una economía capitalista mercantil y manufacturera. Aumento de riqueza y población llevaron a la organización de los gremios de artesanos. En el campo, al Este del Elba, se comenzaban a roturar las grandes regiones con destino a la producción comercial de cereales. También la explotación minera se había incrementado y eso había llegado a convertir la región en el centro de la producción de metales y armamentos. .
La historia que contaré sucedió en esa Alemania que –paradójicamente- presentaba una situación de contraste entre su economía, la cual parecía encaminarse positivamente hacia la racionalidad moderna y la presencia de una mentalidad temerosa y angustiada que la retrotraía a la Edad Media. La Iglesia, con su sede central en Italia, ejercía un poder terrenal tan desmesurado que la convertía en un estado político más entre los otros. Libraba batallas, manejaba la intriga palaciega y acumulaba tesoros mediante la usura que, por otra parte, prohibía Sus más altos representantes no ocultaban la vida licenciosa que mantenían. Los hijos de sus amantes eran nombrados descaradamente en los altos cargos de la jerarquía eclesiástica. Su intervención sobre la jurisdicción civil era notable y muchas dignidades del clero pertenecían a la nobleza nacional. Los príncipes y sus parientes retenían los Obispados, las abadías y capítulos. Europa era sacudida por las guerras de Italia ya que enfrentar y someter al Papa, era equivalente a conquistar el primer lugar en Europa.
Pocos años antes de que Cristóbal Colón, el famoso navegante genovés, desembarcara en una isla desconocida, se produjo el nacimiento del personaje central de mi historia en Eisleben, una aldea de Turingia, al pie de las montañas Harz. Con más precisión diremos que la ciudad es Eisleben, en Sajonia-Turingia, Alemania. El 10 de noviembre de 1483, Margarita llamó a Hans y le comunicó que estaba por parir a su primogénito. Después de terribles dolores de parto, llegó al mundo y como era el día de San Martín, al bautizarlo no tuvieron que buscar mucho para a darle un nombre. Se dice que su niñez no fue nada feliz pues sus padres eran extremadamente severos con el muchacho. Como hijo único de un padre extremadamente riguroso, debió soportar castigos físicos y burlas durante su infancia y juventud. Su madre acataba las directivas del esposo y contribuía a la formación del niño con relatos de terror en los que el demonio castigaba a los niños que no eran obedientes y robaban nueces de la despensa y a los adultos que no pagaban sus diezmos. Todas estas historias fueron creando una conciencia atormentada y temerosa de cometer algún acto que le acarreara la ira de Dios o del Diablo. Suponemos que sus padres lo amaban pero usaban los mismos recursos tanto para adiestrar a los animales de la granja como a su hijo.
Martín admiraba a su padre pero la severidad con que Hans lo trataba, hizo que alimentara una ambivalencia entre amor y odio hacia él, que lo acompañó toda su vida. En la escuela de Mansfeld empezó a estudiar latín y también ahí tuvo que padecer postergaciones y burlas de los estudiantes mayores que él.
En su casa alternaba las tareas que su madre le encomendaba en el hogar con la recolección de leña para cocinar en el bosque. Una vez que terminaba esos trabajos solía caminar por las laderas de las montañas desafiando las órdenes de su padre, quien le había prohibido hacerlo. Los aldeanos sabían que los maleantes y aquéllos que tuvieran una cuenta pendiente con la justicia, buscan refugio en la soledad de sus profundidades. Desde ahí, llegaban a convertirse en una amenaza para cualquiera que se alejara demasiado. Pero la infancia es aventurera, y Martín y sus amigos gozaban -al mismo tiempo- el placer de lo prohibido y el miedo a lo desconocido que les producían los juegos cerca de la fronda. La noche y con ella la oscuridad acentuaban el miedo. Un miedo generalizado. Había que ser muy valiente o arriesgado para entrar o salir de una aldea durante las horas nocturnas. Era la hora en que los campesinos se recogían en sus casas y atrancaban las puertas. De noche los animales salvajes como lobos, jabalíes e incluso, los perros que vagabundeaban sin amo, se adueñaban de los caminos. Sumado a eso, se escuchaban narraciones sobre licántropos aullándole a la luna, sobre brujas volando detrás del demonio, para reunirse en noches de luna llena.
Debieron pasar varios años para que abandonara -y nunca del todo- el terror que le inspiraban las sombrías espesuras del atardecer, Martín necesitaba constantemente probarse a sí mismo: aspiraba a tener certezas sobre su valentía, sobre su resistencia ante las tareas físicas a pesar de no sentir ningún interés por ellas. Deseaba que sus padres y aquellas personas con las cuales se relacionaba, lo admiraran y así, apaciguar la tremenda sensación de soledad e impotencia que padecía. Pero era consciente -también- de su pasión de dominio, de su firmeza para sostener aquello en lo que creía. Sus lecturas de la Biblia le daban energía, tenacidad y solidez para perseverar en lo que creía.
Su padre consideró que a los doce años era conveniente que ingresara en la Escuela Catedral de Magdeburgo para profundizar el estudio del latín. En esta escuela, Martín toma contacto con varios frailes que pertenecían a la Orden de los Hermanos de la Vida Común, quedando deslumbrado por su comportamiento piadoso y contemplativo.
En esa época, la mayoría de las personas nacían, se casaban y morían sin haber salido de sus aldeas. Estaban acostumbrados a ver el mismo paisaje, recorrer el mismo bosque buscando leña o yendo de caza por necesidad. Los señores cazaban por distracción o por el placer de comprobar su destreza en esa actividad, y eso, en sus propiedades y acompañados por siervos y perros. La alimentación de los aldeanos provenía del campo y, el campo era esa estrecha franja que quedaba entre las zonas costeras, las selvas, las montañas y el desierto. Las cosechas dependían del tiempo atmosférico. Una mala cosecha era como un castigo de Dios, pues afectaba a todos, salvo a los ricos. Estos últimos podían tener almacenados alimentos de una cosecha a la otra. La mirada sobre la naturaleza estaba determinada por el cálculo de la utilidad. Las flores y las hierbas –con lo bellas que pueden llegar a ser-, eran consideradas como condimentos o medicinas.
Su padre, que había heredado una mina y también realizaba trabajos de agricultor, pasó a ser un minero prosperó y desempeñó funciones de consejero en la pequeña ciudad de Mansfeld. Estaba convencido de que ese hijo debía estudiar Derecho. Su ambición le decía que en él había un buen potencial para esos estudios y si lo lograba, la familia alcanzaría prestigio y dinero. Al joven Martín no le pareció mal su propuesta y queriendo complacer a su padre, a los 18 años, empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Erfurt junto con sus dos grandes amigos Alexis y Justo Jonás.
Le gustaba estudiar el griego y el latín. Pensaba que las lenguas son como vasos que encierran verdades; verdades religiosas. Pero aun cuando no existieran el cielo y el infierno, ni el alma, aun así, deberían estudiarse para que las cosas de la vida práctica se hicieran más fáciles a todos los hombres y mujeres.
Con mucha curiosidad y asombro, aprendió que las cosas que están cerca son convenientes entre sí. La vecindad hace que el alma reciba los movimientos del cuerpo y se asimile a él; pero, también que las pasiones del alma alteran y corrompen el cuerpo. Que hay una cadena entre Dios y la Materia; que la voluntad del primero recorre esa cadena penetrando todas las cosas hasta su más recóndito interior. Que la mente del hombre refleja, en forma imperfecta e involuntaria, la infinita sabiduría de Dios. Pero este reflejo no ayuda a equiparar las dignidades. Experimentó que el mundo es un campo de signos que conducen a Dios. Pero sobre todo, que el alma es inmortal y que debemos buscar la salvación de ella para que no se pudra en el infierno. En 1505, se graduó de Doctor en Filosofía. Por esta época, tuvo experiencias muy cercanas a la muerte debido a enfermedades que padecería durante toda su vida. Esto, sumado a la muerte de un joven amigo suyo, hizo que reflexionara sobre si algo así le pasara a él mismo. Como su mayor deseo siempre fue el de vivir en estado de salvación, concluyó que debía cambiar de vida. Pero no se decidió hasta que le pasó algo muy particular. Y esa demora está ligada con lo siguiente:
Vivía enfrascado en la lectura de la Biblia y, como conocía muy bien el latín, empezó a enseñarlo a los más jóvenes En esa época sólo se podía leer la Biblia en latín porque no existía versión alguna en otra lengua. Su lectura le resultaba excitante. Un día que recorría el camino a la Universidad, se dijo en voz alta
– Algún día traduciré la Biblia a una lengua que todos puedan leer
Su amigo Jonás, -que también estudió Derecho y luego Teología- tan inteligente como él, pero con menos años, iba unos cuantos pasos adelante, y -al oírlo- se detuvo para decirle:
– ¡Martín, eso está prohibido por la Iglesia! Además, no existe una lengua popular que pueda expresar su contenido.
– ¡Querido amigo, yo crearé esa lengua, ya verás!- exclamó entusiasmado y con tono desafiante Martín. Lo dijo como retando al mundo pero en su interior el reto apuntaba pura y exclusivamente a su padre.
En 1521 Justus llegaría a la Universidad de Wittenberg como profesor y preboste de la iglesia del castillo.
Continuará |