De pronto las puertas del amanecer escondieron prietas un largo caramelo con pinchos y adoraron el nacimiento del río cuando me besó mi cuello.
Del estanque de madera nació una flor de hojalata.
A cada cuchillo que veíamos nos queríamos más y más. Mientras el escondite del tiempo nos desplegaba una alfombra roja, tu sediento pecho sorbió los sueños colgados de los árboles.
Entonces el Sol se puso a volar.
El cordón umbilical nos creció hasta el suelo y conectamos con el grillo de la caja de cerillas.
Cuando las estrellas retomaron su luz, no quedaba polvo de meteorito en tus ojos y tu padre ya nunca nos llevaría a ver el salto del caballo.
De repente todo cobró sentido.
Del suelo brotaron cuencas vacías de sueños, huérfanas de miradas y malolientes gusanos ciegos nos arrastraron al infinito.