¡Queda prohibido morirse en primavera!,
las flores vuelven a emerger de la tierra,
los pájaros hacen nidos
entre el rumor de la arboleda,
ésta que hace melodías de cascabeles
para recibir la estación renovada
y andan de protesta los poetas
con la palabra entre los dientes, prosa inmaculada.
La muerte es inevitable,
llega para vengar el invierno
y se lleva en su ardid tantas almas
como lo permita el engaño,
y migrando entre nubes de cenizas
se atisban deformadas siluetas de cuervos
como precipitación del daño.
Todos moriremos,
todos volveremos al polvo
como memoria de nuestros huesos,
todos nuestros muertos
serán pequeñas estrellas en el firmamento
para los que no hemos hallado
en estas tierras un consuelo.
Morir en primavera,
pesado dolor
de guardar los afectos bajo tierra,
de decir adiós
y saber que es una redención
poder desprenderse de cadenas.
Hay muchos de nuestros muertos
que no tienen historia,
y son arrojados, como desechos, a fosas,
son acumulación de universos
que perdieron su órbita.
La lágrima de la rosa,
el sol ha descendido la intensidad de su aureola,
todos los días la muerte arrastra su hoz
como señal de que un ciclo ha culminado,
todos los días se apaga una estrella
en este cielo azulado,
muchas se van anónimas
y con las mismas ausencias
que en vida han cargado.
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