Cuando se trata de enseñar no hay distinción de rostros, de clases, de origen porque el alma desconoce clasificaciones.
Un niño necesita aprender, formarse en la vida con valores de amor, solidaridad, respeto, y un pensamiento creativo y crítico.
En tiempos donde la Educación es un bien rentable es necesaria una educación que se active desde el amor y la inclusión, un niño que tiene hambre no tiene ganas de aprender porque le arden las tripas, un niño que es maltratado física y psicológicamente tampoco quiere aprender. Por eso necesitamos docentes que se comprometan en formar la humanidad de los sujetos, una humanidad cada vez más precaria y necesaria.
Como docente creo en el amor como primer vínculo a construir con el alumno, "con el otro que es diferente a mí, que vive y siente con otra intensidad sus emociones". Sin amor nada es posible.
Niños que cargan sobre sus hombros una infancia clandestina, pequeños que nos miran dibujando una sonrisa con bigotes de chocolatada, unas manos que disfrutan del contacto con el barro y la pintura, unos ojos azabache que nos obligan a superarnos día a día para brindarles herramientas y esperanzas en un futuro cada vez más cercado por la indiferencia.
Concluyo que como adultos hemos perdido esa necesidad de explorar las cosas por primera vez, esa felicidad innata que desgasta la monotonía, hemos envejecido antes de tiempo por ir detrás de la comodidad que nos brinda una casa, una familia, un trabajo estable, hemos olvidado la acción del verbo soñar perdiendo, desafortunadamente, la capacidad de AMAR.
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