Le decían “El loco Sandoval” o el loco de la bolsa, vagaba por el pueblo con una sogas atadas al cuerpo arriba de un sobretodo harapiento en las que arrastra hierros atados, alambres o algunas maderas.
En su espalda carga una o varias bolsas de incierto contenido, basura que va juntando. Cuando los pibes nos acercamos a él en busca de molestarlo grita, gruñe, y eso nos hace salir reculando a los piques, lejos del tipo.
No jode a nadie solo pasa camino a la zona del cementerio, dicen que vive por ahí. En un rato desaparece por esa leve subida, arrastrando su pertenencias después de cruzar las vías.
Como tres monjes en un apartado retiro, sentados en la última mesa casi en penumbras del bufet del club, reflexionaban hasta el cansancio, con apariencia sabia, alargando uno de esos mediodías de acá, endurecidamente ventosos y fríos.
Entre vasos de cinzano bautizados con un chorrito de soda y manos de rumy interminables, intentaban definir o delinear más bien en sus discusiones, el perfil fisiológico motor y el modelo biomecánico aeróbico del jugador ideal para el potrero, que como lo repetían y repetían hasta el hartazgo:
- ¡No es una joda!
Y tenían razón, al intercalar cometidos diametralmente opuestos en su actuación o desempeño, muchas veces, según las circunstancia del juego, insistían.
Estos atletas improvisados se someten a reacciones exageradas de adaptación y al dualismo del abrupto cambio de disciplina deportiva.
Efecto que se produce cuando en un picado, en un fulbito normal, se arma quilombo por alguna boludez, la mano se pudre y hay que empezar a las piñas.
Aquí se pasa del virtuosismo elegante del fobal (cuando hay toque de primera), a la supervivencia violenta del full-contact, para luego, muchas veces volver a la actividad inicial, es decir, sigue el partido.
Esto si la separación, por parte de los que están menos calientes y más reflexivos, no es traumática, si no hay que pasar al atletismo, fundamentalmente cuando se arman guerras de piedras y no hay más salida que rajar.
Para ello se práctica carrera de velocidad pura, ejercicio totalmente anaeróbico, trabajo explosivo y de potencia, mezclado con episodios de lanzamientos, actividad en la cual también es importante la puntería y la elección de los proyectiles.
Esto siempre es muy proclive a las lesiones.
Debe constar que no existe reglamento, pero en estas escaramuzas de fuego cruzado, para distancias mayores, se utilizan piedras chatas y de bajo peso.
Técnicamente llamadas "playitas", que desbandan al enemigo cuando avanza acosando -usualmente agrupado-, al caer sobre ellos en forma llovida perpendicular e imprevista.
Si estos proyectiles logran algún impacto efectivo, acobardan rápidamente a los pusilánimes, que generalmente se retiran llorando.
En distancias cortas, donde la cosa es casi cuerpo a cuerpo, se recurre a lo que venga, lo que esté al alcance de la mano, desde grandes toscas a medio ladrillo, o una baldosa por ejemplo.
Las persecuciones muchas veces terminan con carreras de fondo o raje final hasta su propio domicilio, a que nos salve la vieja, o en ausencia de ella, si queda de pasada, alguna tía, o alguien que se apiade del fugitivo.
Se puede afirmar que son factores indispensables las cualidades técnicas aprendidas, pero también la innata habilidad neuromuscular del contendiente, para mantener siempre un alto grado de atención y de eficacia de impacto.
Sobre todo de quien mete la primera piña y a partir de ahí, comienza la rosca en serio.
Esto, como se imaginarán, no salió de la nada, sino analizando los difíciles momentos pasados en el día de ayer por el equipo, al enfrentar de visitantes y casi sin hinchada a sus pares del barrio de la iglesia.
Entidad que se caracteriza por "lo piedrero" y buscapleitos de sus integrantes, flores de turros, entre paréntesis, les decíamos nosotros, con quienes nunca nos habíamos llevado bien, más bien todo lo contrario y futbolísticamente superábamos sin mucho esfuerzo es decir teníamos de hijos, esto sin agrande, dejándonos llevar solamente por el tecnicismo de las estadísticas.
A nuestra paternidad en los resultados no hay que profundizar mucho para descubrirla, sólo basta mirar cómo nos paramos en la cancha, cuáles son las características tácticas que empleamos, cómo la de cuero recorre el terreno cuando está en nuestro poder, no sé, podría estar toda la tarde enumerando virtudes, simplifico:
- El que juega bien a la larga gana, muchachos. Y así se venía dando desde tiempos inmemoriales.
Pero lo de ayer no fue simple, ni es para analizarlo muy rápidamente, y aquí van a entran a tallar en especial algunos personajes que le dan vida a esta barriada.
Sin ellos estas calles no serían lo mismo, -es un hecho- ni el equipo funcionaría como lo hace.
Tipos irremplazables para el toque cortito y al pie, por su artera velocidad para el sopapo o la patada a traición.
También por su puntería prodigiosa con la tosca en la mano.
En primer lugar Puntín, por el lugar que ocupa y lo que representa para todos nosotros su presencia en la cancha, sobre todo en partidos con viento en contra, o cuando nos falla el arquero y hay que poner al primero que pasa, y entonces el equipo debe adoptar un sistema de juego defensivo, con cuidado empecinado del balón, donde las salidas son generalmente por pelotazos fuertes desde el fondo, tratando de efectivizar al máximo las jugadas de contraataque, ahí es cuando él se hace sentir en el mediocampo, y eso es lo que nos estaba pasando en la jornada pasada.
Pero, a pesar del buen desempeño de nuestro centrofóbal, nos comimos una pepa casi de entrada, no tanto por la brillante apilada del flaquito que juega de puntero de ellos, sino por la boludez del gordo atorrante que nosotros teníamos en el arco.
Que ni se agachó y la pelota le pasó entre las gambas.
Justo después se cortó el encuentro en forma momentánea mientras Sandoval cruza la canchita por la huella que le camina de punta a punta, precisamente de arco a arco, seguido de su nube de polvo y sus perros flacos. Nadie le dice nada para ahorrar problemas.
Creo que ése fue el comienzo de la debacle.
Se olía en el ambiente que se iba a armar quilombo, especialmente porque el partido era por veinte mangos por cabeza y a la guita se la dieron para tener al hermano menor del Pollo, pendejo que se las sabía todas y que apenas nos metieron el gol, se tomó el raje cruzando las vías.
Con el bolsillo pesado por las monedas.
Nuestro plantel alertado al ver su retirada, solitaria y meteórica, ni lo pensó dos veces, se plegó también a los santos pedos. Rajamos todos juntos.
Comienzan de aquí en más los acontecimientos que todo el mundo conoce y donde lamentablemente fue herido uno de los nuestros por una tosca criminal y voladora, le partieron la cabeza.
Cinco puntos de sutura.
Y sintetizando aquí es donde deben quedar los aprendizajes, esto seguro dará para múltiples charlas o debates, y ojalá, fijate lo que te digo, sirva también como docencia.
De que en la retiradas veloces siempre hay que mirar para el lado que vienen las piedras.
Nunca correr de espaldas a los proyectiles del agresor, si no, no podés esquivar ninguna.
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