SILLAS DE CAFÉ.
(Narrativa breve)
DANIEL O. JOBBEL
Al borde de una mesa me encuentro. A la espera de alguien. Un universo donde la felicidad es pequeña, fulgurante y efímera. Y la tristeza baja como el residuo del café mal filtrado, disimulado en el fondo de la taza, quizás persistente: por más que intentemos no verla seguirá allí, como la vida propia. Nada incomoda la lectura de algún diario y el humeante café es oscura paciencia en el suave movimiento de una cucharita.
Del 'expreso'y el 'cortado' hicimos nosotros toda una cultura del paladar que se disfruta, que en la mayoria aquí es de media y baja calidad, mal tostado y peor preparado; y en muchos de los casos se los pide bien 'calentitos mozo'... Quemado para expertos. Sin embargo esa es otra historia que hilvanar.
El bar, es sobre todo, un refugio para muchos y se adopta por diferentes razones. Quiero decir con esto, ¡la felicidad existe pero no es mi culpa!
Tuve muchas sillas que me invitaron a parar. Y si no hubiera sillas, tuve atajos por donde seguir el buen camino: un café en lo solitario. Y una silla es compañía en soledad. En un pocillo de café existe una única conexión a esa cita periódica, un único encuentro entre semejantes ya que, se trata en esencia, de impertinentes solitarios, ya sea hombres o mujeres, al relax del tiempo.
Con un café se empieza la mañana, prosigue quizás a la tarde y se termina a la noche. No conoce de horas, minutos, ni de tiempos. Se estudia, se trabaja, se entretiene en una lectura. De la misma manera que en una primera cita hay un taza de café, lo existe al fin de algún divorcio o acuerdo comercial y a que pase una tupida lluvia de primavera.
El bar los une, y el café compartido en una charla da rienda suelta sin culpas a sus necesidades de esparcimiento. Confieso amigos. En la calle el bullicio está y va pasando a mi lado. A pesar de los murmullos y los sonidos. Viajo colgado del amor que puede ser ruinas en borras de café, pasión, o un rastro de mujer. Son espejos a los pies, de garganta seca con el sol, restos desesperados de felicidad, esas pequeñas alegrías son hierros que fundieron la paciencia.
Ella –mi vida- se que odia el café, en cambio, el café es lo que le da sentido al día. Tienen un poco en común de modo que podría decirse que forman una pareja alienígena y perfecta. Una historia de sillas y de sana costumbres. Una historia de caprichos. Ya Oscar Wilde decía que la diferencia entre una gran pasión y un capricho es que el capricho dura más.
¿Porqué no ofrecer alguna silla que invite a parar? Un día me senté en una silla y ví la casaca tendida del amigo, ese que nunca me dejó caer. Y que hoy ya no está. Aquí, compañero está tu silla, siéntate cuando quieras.
Compartir una silla con alguién, es saber que mañana se vive, un éxito, un fracaso, una mirada seductora, una mala frase, una verdad que valga, otra que calla, el origen de la rectitud, la holgazanería, la soberbia, la simple humildad. Una charla confesa.
No recluto glorias de viejo andante ni penas sedentarias. Q' lo pario! Solo se debe mi victoria a unos cafés sin desprecio y a otro tanto de rendidos perdones. Comparto sillas que invitan a parar. Y amigos no me avergüenzo. Para saber si uno existe, basta tocarse a uno mismo, decir buen día, mirarse al espejo, invitar un café y alguna vez con el bastón de la vida, dejar todo e irse.-- |