No confíes en las estrellas
que te obsequiaron aquéllos
que te han dado vuelta la cara
cuando necesitabas un remiendo en el alma.

Seres perversos y pequeños,
que reprodujeron las mismas palabras
en otros cuadernos,
que encendieron el mismo sentir
que hoy se apagó en la creación del verbo nuestro.

No te entregues
para no darles a los perros
el derecho de matarte,
no te duelas
que cada cuál pagará, en esta vida, sus deudas.

Me invade un dolor que se asoma en la mirada,
el desamparo de la decepción rasguñando,
la bronca y el asco
que el hueco de afecto ha engendrado.

No te confíes,
haz el amor al filo de fusiles,
haz la guerra contra las perras huecas
que necesitan del ego para alimentarse de estrellas,
¡oh, y para ellas todos las palmas del azul planeta!- proclamó el escultor de letras.

Pero no te rindas, Flora,
no llores por las personas
que han decidido irse de tu vida
y jugarte en contra,
cada quién cargará con el pedazo de conciencia
cuando le llegue la hora.