El último día fue ayer
Hasta ayer el bosque era todo energía y equilibrio. La vida bullía en un ecosistema primitivo y perfecto, capaz de albergar numerosas especies de vegetales y animales que convivían en armonía.
Pero hoy algo no funciona bien. Los animales presienten el peligro, se alertan y huyen despavoridos, mientras densos nubarrones de humo, todavía lejanos, presagian el inminente desastre.
Después, el temible e insaciable enemigo destructor, en loca y expansiva carrera, extendiendo su gigantesca lengua de fuego, lo va devorando todo a su paso.
Y en medio, el terror: los aullidos desesperados, los inútiles vuelos y el crujir de la madera retorciéndose en un encendido estertor de nidos y cuevas que albergaban la vida.
El fuego, que todo lo destruye, se está cobrando viejas deudas y viene a hacer justicia. Se está vengando de la desidia humana que ha propiciado calamidades como ésta, y va dejando, a su paso, destrucción, cenizas y muerte.
El último día fue ayer. Hoy el bosque está de luto. Dentro de poco pasará al olvido.
Hasta que no haya más bosques. Ni vida.
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