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Llegó de la mano de su tía, madrina y protectora, venía del norte, de muy lejos. Hija de campesinos y criada como tal; calladita y sumisa pasaba por mi vereda camino al almacén por compras para la casa. Después regresaba a pasitos lentos deteniendo el tiempo, disfrutando el sol y la mañana de verano con aromas a rosales enredados en los cercos del barrio. Me quedaba mirándola, detrás de los cristales donde enmarcaba su figura y su talle de prominente mujer realzando sus pechos y sus caderas. Esperaba algo de ella, un simple indicio que mostrara que notaba mi presencia.

A días de haber llegado, tuve la oportunidad de encontrarla en la plaza sentada en la muralla, la cual guardaba la estatua de nuestro libertador. Desde allí miraba y cuidaba a su primita quien jugaba con otros pibes de su misma edad.

De caradura y atrevido fui hasta ella, me senté a su lado, no hice más que estar a su lado y le pregunté su nombre; me miró. Sabía que me conocía, ya éramos vecinos. Desconfiada y con pocas ganas me respondió.
- Elisa. ¿Y vos?
- Beto, me dicen en casa. ¿Vas al cole? – Pregunté - ya más seguro que contestaría.
-Sí, mi tía me anotó para lo que falta del año. Después veré si cambio o no de escuela.
-Voy a la Belgrano, añadí con la esperanza de que fuera la de ella.
- A esa voy a ir. ¿Qué tal es? ¿Es linda? - Preguntó, esperando que yo afirmara.
- Van algunos atorrantes, pero son los menos, te vas a acostumbrar- dije exultante de saberme uno de ellos.

Reímos y fue en ese instante cuando pude ver sus ojos. Tenían un color de cielos y mares. Desde su boca se multiplicaba la risa en unos labios rosados e insinuante que me hacían volar presagiando un bello futuro a su lado. Después sabría por ella que fui el primero en conocerla y charlar de cosas que para ella eran importantes, supe de sus padres, de su pueblo y de los motivos que la trajeron hasta aquí. Estaba enferma. Quise saber de su enfermedad, y ella tristemente respondió.
-De eso no me gustaría hablar.

De a poco, con artilugios, me fui haciendo más amigo, más confidente y pasábamos las horas intercambiando revistas, viendo y riéndonos de viejas series. Proyectando nuevas y furtivas salidas los sábados en la tarde. De mí mano conoció el cine, el museo, y solitos caminábamos hasta las orillas del río quedándonos sentados debajo del puente viendo pasar las barcazas cargadas de troncos y mercaderías con rumbo para el litoral. Nos extasiábamos viendo mecerse el río, preguntándonos de distancias y de todo cuanto de la vida ignorábamos.
Una tarde tomé su mano con el pretexto de ayudarla a ponerse de pie, extendió la suyas, y una llamarada de fuego y ternura recorrió mi cuerpo activando pensamientos que rondaban mi cabeza.

Aquella tarde me contaría de su enfermedad y del tiempo que por ignorancia de sus padres, siempre aferrados a viejas costumbres, habían dejado pasar para consultar a los médicos. Pasaba el tiempo y nos sentíamos más unidos, deje de lado las boludeces que acostumbraba con los amigos, con quienes vivía en una nube de pedos sin importarnos un carajo lo que a nuestro lado sucedía.

Me fui haciendo adicto a su presencia, cualquier excusa era buena para cruzar el cerco y preguntar por ella. Una tarde que fui por unos cuadernos, su tía, poniéndome una mano en el hombre, dijo.
- Elisa duerme, no se siente bien.
Aquellas palabras alertaron mis miedos, no dije nada y continúe escuchando las explicaciones que aquella mujer daba.
-Desde hace tiempo tenemos un mal presagio, los médicos han dicho que no queda mucho por hacer, solo rezar a Dios y esperar un milagro. La leucemia está muy avanzada, ha llegado a debilitar todo su cuerpo, ya no alcanza con transfusiones. En una medicación con quimio para el cáncer se han puesto las últimas esperanzas.

Después calló y se fue dejándome solo en la vereda. No supe qué hacer, a dónde ir, con quién hablar. Ella era muy importante para mí. Salí sin rumbo murmurando un padre nuestro. Lloré y apretaba las manos dándome fuerza, esperando del cielo un milagro.

Días de angustia pasaron y socavaban mi resistencia con el deseo de verla, de saber de ella. Cuando me atreví a golpear la puerta en la casa de los tíos, no tuve repuesta. Me daba por vencido cuando la señora del al lado salió a darme repuesta.
- Anoche la llevaron de madrugada, vino la ambulancia por ella. Podes saber más si quieres, está en la clínica del Centro. ¿Sabes dónde?- me preguntó con dolor.

Salí corriendo, crucé esquinas, subí y bajé veredas; en una total confusión dejé ir mis pasos, escalé los peldaños, abrí la puerta de dos hojas y vi entre nubes de lágrimas el mostrador de la clínica, atolondrado y confundido pregunté por ella, nadie para darme respuestas.
-No puedo informarle si no es pariente- dijo una secretaria indiferente.
Alcé la voz e insistí preguntando. Un médico que vio mi desesperación se acercó, apoyando sus manos en mis hombres, me condujo hasta el fondo del largo pasillo, llamó el ascensor, y ascendimos hasta el tercer piso. El trayecto duró un infinito tiempo de acelerados latidos que parecían salir de mi pecho. El médico, en silencio, de vez en cuando me miraba apretando mis brazos en gesto de compasión.

El médico me indicó esperar, invitándome a sentar en un largo banco donde otras personas lloraban y se abrazaban dándose fuerzas. Después de unos interminables minutos, sentí abrirse la puerta. La tía de Elisa caminó hasta mí, me abrazó fuertemente, se prolongó el tiempo y mi desespero junto a la incertidumbre y al dolor.
– ¡Escúchame bien hijo! Ella no está bien, apenas pudo hablar peguntó por vos. ¿Querés verla? -Interrogó, aceptando mi repuesta y mis ganas por sentirla. Me tomó le la mano e hizo una seña a la enfermera que con dolor custodiaba desconocidos aparatos que latían y respiraban por Elisa.

Me senté a su lado, noté su blanca palidez, vi sus ojos cerrados y esperé que los abriera en un reflejo de luz y paz para que me viera y hablara. Busqué respuestas en unos ojos que ya no me veían y en una cortina de espesas lágrimas que ignoraban mi presencia. Tomé sus manos, las llevé hasta mi corazón y las dejé allí. No supe cuánto tiempo estuve así, alguien me retiró, solo recuerdo haberle murmurado.
-Te quiero mi querida amiga. Me dejas de ti lo más hermoso de tu vida: tu corazón cuando lo sentí cerca del mío latiendo apresurado, exaltado de ansiedad, escondiendo en tu avergonzada y bella timidez algo que te delatara, diciéndome que me amabas. Tus ojos mirando el horizonte hamacándose en las ondulaciones mansas del río, y tus palabras inventándole nombres a las flores y a los pájaros, poniéndole belleza a la vida desde el verbo del amor.

El tiempo perpetuó mis sentimientos y no dejó que la olvidara. Ella aún anda en mí por las orillas del río. Ahora tiene alas y un aroma de ceibos y sauces. En la placentera paz de saberla a mi lado, desojo de su cuerpo una hoja embebida de aromas y frutales, la pongo en mis labios y siento que está conmigo.

Texto agregado el 05-09-2017, y leído por 307 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
03-01-2018 Creo que estaba contando su historia y final. Brillante, único. El_Quinto_jinete
07-09-2017 Qué maravilla de historia. La has sabido impregnar con tu corazón, ese corazón que sabe tantas cosas, que ha vivido tanto, siempre pleno de amor. Te dejo mis estrellas, amigo querido. MujerDiosa
07-09-2017 Precioso cuento, hasta se me llenaron los ojos de lágrimas, un abrazo para ti. ome
07-09-2017 Es un cuento muy tierno pero triste, en cada letra hay corazón, hay sentimientos puros, el conocerla ha transformado al muchacho en un caballero. Me encanto amigo. sensaciones
07-09-2017 Creo que la historia al final no fue bonita para ninguno de los dos. El relato muestra la breve relación que se mantuvo por siempre en el protagonista. Te dejo algunos apuntes más en tu LDV. eRRe
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