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Ayer fue un largo día. Estuve desde muy temprano hasta muy tarde en una convención del trabajo donde nos llenaron de información relativa a los bienes raíces, cómo vender, qué actitud tener, cómo estar motivados. Me di cuenta que yo no soy como ellos. No puedo fingir como ellos. Debí haber escapado de ahí pero no lo hice. A veces hay que hacer pequeños sacrificios para conseguir algo. Tal vez en el futuro me haré millonario en ese negocio. Pero eso no va cambiar el hecho de que yo no tenga nada que ver con esa gente. De hecho si logro vender algo será sin saber qué estoy haciendo ahí y qué está pasando. Si logro una venta será porque de alguna manera así sucedió. Quizás porque así lo dispuso el universo o dios. Cuando terminó el evento salí disparado hacia el carro. Puse “some might say” de oasis y pensé: “quizás estuve todo el día ahí escuchando esas tediosas pláticas para que después al subirme al carro y poner la música y sentirme libre por un instante el sentimiento fuera aún más glorioso, quizás”. Así que llegué a casa y me quité la ropa formal y me puse la ropa de siempre, la ropa más miserable del mundo y salí a dar mi habitual caminata. Había algunas nubes. Cuando crucé Garza Sada ya era casi de noche y las nubes se pusieron más oscuras y el panorama lucía algo lúgubre. Seguí por la calle de atrás de la plaza comercial y luego llegué al parque y lo crucé y continué por las hermosas calles de la colonia contry. Pronto pude ver la cortina de lluvia en los picos del cerro de la silla. Después algunas gotas minúsculas en mi cara. Nunca pensé en volver. Continué alejándome más de casa y pronto estaba en medio de un chubasco. El agua empezó a correr por las calles y yo estaba calado hasta los huesos. No me molestó en lo absoluto. Mis lentes se llenaron de gotitas de agua y me los colgué por una de las patas en la camiseta. Seguí mi recorrido de siempre pero ahora bajo la lluvia. Lo consideré algo así como una ceremonia divina, un bautizo natural. Cuando llegué de nuevo al parque y vi que no había nadie, la lluvia ya había escampado casi por completo y decidí aprovechar que tenía el parque para mí solito. Empecé a pensar en las cosas buenas que viví con Luciana, cuando ella me decía cosas bellas, cuando bailábamos, que le gustaba la palabra “desmadre”, etcétera. Pensé que tal vez pronto regresaría, que los tiempos de dios son perfectos, que por ahora estaba pasando por algo así como un periodo de aprendizaje y preparación para cuando ella volviera y dijera “hola” yo supiera qué decir y qué no decir y cómo comportarme en general. Y que no había nada que perdonarle sino que yo debía aceptarla como era y ella a mí y probablemente seríamos felices. Cuando de pronto descubrí que mis lentes ya no estaban ahí. Me entró el pánico de lleno, pero logré calmarme un poco. Empecé a pensar que mis padres se enojarían cuando les dijera, porque los lentes y la graduación son algo costoso. Recordé que al entrar al parque pegué un brinco para sortear más o menos la corriente de agua. Seguro que ahí fue donde se perdieron los lentes. Volví al lugar lleno de ansiedad. Estaban ahí, intactos sobre el césped. Pensé: “esto es una señal, un simbolismo. Ahora que tengo los lentes de vuelta me siento mejor que antes de perderlos”. Cuando algo está perdido y lo recuperas el sentimiento es supremo. Imagina a Luciana tocando a tu puerta una mañana cualquiera, justo cuando menos te lo esperas. Sería mejor que nunca haberla perdido, ciertamente, igual que con los lentes.

Texto agregado el 02-09-2017, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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