En algún momento entre siglo y siglo, Cupido abandona su sagrada misión para aprovisionarse de saetas olímpicas, impregnadas con la seductora esencia del amor. Para ello se dirige a las fuentes del cariño, localización que solo el dios conoce. Allí corresponderá con la liturgia para preservar el futuro. Una salvedad que implica, no obstante, la continuidad de las cosas. O, dicho de otra forma: que nada se detenga. El tiempo es rotación y traslación, amanecer y ocaso, sístole y diástole. Toda obra prosigue… Por lo tanto, si un dios cesa- siquiera un instante- otro habrá de venir para que Julieta se entusiasme con Romeo. Otro, como, por ejemplo, un becario. Aprendiz noble, elegido entre los más avezados admiradores del inmortal y, además, aquel de los arqueros en cuyo expediente figuren los requisitos que distinguen al mejor durante cada una de las campañas.
Así pues, llegada la jornada, el cuerpo de funcionarios angelicales del Monte Olimpo, dictó comunicación dirigida a “Desconocido”. Desconocido Tell, hijo de Guillermo Tell. Un joven traumatizado, de expresión triste y esquiva, dedicado a la filatelia, quien, de niño, corrió aciaga suerte al ser involuntario partícipe de unos negocios familiares. Concretamente, la ocasión originaria de su pusilánime proceder y de la fortuna atesorada como pensionista.
Fue Mercurio, el dios de la velocidad y la mensajería quien acudió al encuentro de Desconocido y le informó del honor y los detalles: de las obligaciones que conllevaba favor tan alto.
Ahora bien, el hijo de Tell supuso que se trataba de una broma, de una cámara oculta. Y se dispuso a protestar. Le sobraban argumentos… mas, nada de eso pudo ser. Mercurio estaba ya muy lejos, burlándose de cierto piloto español* de fórmula uno, por esas fechas enrolado en un equipo cuyos automóviles se accionaban como el de Pedro Picapiedra: dando patadas en el suelo.
Entonces se preguntó:
- ¿Qué haré yo con un arco y unas flechas?
Todo era un error, claro, un error burocrático, un lamentable equívoco, la demostración formal de que en todos sitios cuecen habas y hasta los funcionarios que las comen se tiran pedos.
Eso sí, como ya se ha dicho, “non stop”. Tanto que, Zeus, el jefazo, al comprobar una mínima duda en la consecución de los objetivos del día, siempre colaborador, aunque riguroso, envió un colérico rayo a los pies de Desconocido.
Este, el vástago del héroe, notó un retortijón estomacal y supo que habría de ir al baño. Por si las moscas, antes, se puso a disparar flechas como si la vida le fuera en ello… contingencia, la verdad, de sobra confirmada.
Con todo, prescindió del acierto incluso cuando el objetivo figuraba a un palmo de distancia. No sabía lo que hacía ni por qué, pero insistía en obrar como un poseso.
Menos mal que, siempre atentos al estado de las cosas, un representante del Sindicato Universal de Becarios y un sindicalista de la Federación Olímpica de Lanzamiento de Jabalina que pasaba por allí, dieron la alarma.
Posteriormente, el Notario Mayor de la Liga Divina compareció para certificar lo que procedía…
- ¡Tente, Desconocido! No te corresponde ensartar a los amantes. Zeus, Cupido, Mercurio y el cuerpo de funcionarios angelicales del Monte Olimpo te ruegan aceptes esta manzana. Reparamos con esta ofrenda la ofuscación funcionarial. Toma la pieza y deposítala sobre tu propia cabeza para que el mismo Cupido la parta con una de sus preciosas flechas y recibas la bendición de la sidra y el amor eterno.
Lo dijo mostrando una Coloraona, de envidiable aspecto y tamaño.
Desconocido comenzó, entonces, a arrancarse la cabellera, cual si quisiera demostrar disgusto y, a la vez que sufría un infarto, gritó de boca para adentro:
- ¡No, otra vez no! Odio, odio, odio las manzanas.
Se fueron, al cabo, el notario, los sindicalistas y los dioses.
Y, aunque el amor estuvo en suspenso durante brevísima edad, todo se achacó al cambio climático.
*Sí, Fernando Alonso. |