Mi madre y su especial percepción de la vida pero sobre todo de las mujeres, decía que mi abuela era una mujer incansable, tenaz, de lágrima fácil cuando sola en la inmensidad de su sala se encontraba. ¿Por qué lloras Mamacita?, le habría preguntado mi madre en cierta ocasión. No tiene importancia hija, no te preocupes, todo está bien, eres muy chica para saber cosas de mayores. Cariñosamente se acercó y le dijo, “Mira cuando tengas uso de razón procura que no te vean llorar, esconde tu alma”.
Mi abuela Agustina, cuenta mi madre, fue la primera mujer que ocupó la máxima autoridad del pueblo, tuvo problemas con los varones para que obedecieran sus órdenes, no obstante, poco a poco se fue ganando la confianza de ellos, y lo demostró trabajando todos los días incansablemente. Cuando una tormenta azotó el pueblo, de esas que hace estremecer el arrojo, la creciente del rio amenazaba desbordarse y arrasar las casas de abajo, entro al río a ayudar a los escasos voluntarios que trataban de proteger el bordo, al verla la demás gente del pueblo hizo lo mismo. En otra ocasión cuando la ambulancia del pueblo no regresaba del hospital más cercano, transportó en su auto a una muchacha que estaba a punto de dar a luz, cuentan que en pleno camino tuvo que detenerse para ayudar a la indigente en la labor de parto. Cierto día tras largas visitas desgastantes a la ciudad para invitar al responsable de Educación, al fin lo consiguió, lo llevó a la escuela en donde por las intensas lluvias, estaba a punto de derrumbarse y por lo mismo los niños tomaban clases al aire libre. “Señor director, ojalá pueda ayudarnos vea las condiciones en que se encuentran los niños”. Comenta mi madre, que para sorpresa de todos, la brigada de trabajadores llegó a los cinco días de la visita del funcionario. Cuando terminó su mandato la gente del pueblo le pedía que continuara, los hombres estaban sumamente agradecidos y reconocía que había hecho mucho por el bienestar de todos. Después del acto protocolario de entrega, se detuvo a unos pasos de la cantina del pueblo y dijo: es el único lugar que no conozco. Se acercó lentamente a las puertas de vaivén, ¿puedo entrar don José?, el viejo José dudo un instante, por su mente sabía que la alcaldía no le permitía admitir mujeres, finalmente dijo: Doña Agustina pase, entró lentamente en aquella lóbrega y sombría cantina, ¡deme tu tequila doble!, los parroquianos que estaban adentro celebraron, gritaron y brindaron con ella, dice mi madre que al calor del tequila, mi abuela Agustina había logrado esconder su alma.
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